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Hay verdades oficiales que son oficiales pero no son ciertas, como hay discursos políticamente correctos que son muy políticos pero muy poco acertados. Hay, por tanto, formas de mirar y de significar que escapan de los cánones, que trascienden los relatos establecidos y bucean en ... todo aquello que queda al margen, que, por definición, es siempre mucho más y a menudo mucho más certero, revelador e interesante. Desde esa perspectiva observa y narra la realidad el escritor Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951), y desde esa atalaya alumbra su nuevo título, 'Desde el otro lado' (Alfaguara), un libro de relatos en el que el enfoque social converge con el impulso fantástico para decir todo aquello que solo un búho podría pensar y manifestar desde la protección que otorga la oscuridad de la noche. El autor de 'Obabakoak', poseedor, entre otros reconocimientos, del Premio Nacional de Narrativa, el Nacional de las Letras y el Liber, presentará su nueva obra, marcada por voces que hablan desde todo tipo de coordenadas vitales, el miércoles, día 20, a las 19.30 horas en el Ateneo de Santander. Cuatro historias en torno a la vida, la muerte y los afectos esperan al lector.
-'Desde el otro lado' está escrito, en realidad, desde muchos otros lados. ¿Cuáles son esos... y cuál es éste?
-Suelo poner el ejemplo del fotógrafo, que dependiendo de dónde ponga la cámara retrata en su fotografía un aspecto de la realidad y no otro. Es algo que pasa también con los personajes de un libro. Si uno escribe un libro de memorias solo hay un punto de vista, y todo lo que ocurre en él es una estampa de la realidad vista desde esos ojos. Para mí, la ventaja de la ficción es que uno puede hablar desde personajes muy diferentes. Incluso, como en este caso, de personajes que son serpientes, pájaro o fantasmas, seres que en principio no están, o no así, en la realidad cotidiana.
-Plantea entonces un juego de miradas y conciencias.
-Así es. En el primer texto, 'Dos hermanos', por ejemplo, que es el relato fundacional de este libro hace 40 años, el pájaro, la oca, la serpiente o la estrella, que son los que hablan como narradores, no se fijan en que en Obaba hay un ayuntamiento. Desde su punto de vista no existe, ni tampoco lo hacen las elecciones municipales ni la política. En cambio sí existe y tiene una gran importancia el taller de costura donde los jóvenes del pueblo aprenden a coser. Si lo planteara desde un punto de vista corriente todo esto no podría ser así, no podría hablar de esos lugares soslayando los aspectos políticos, pero esos personajes lo permiten.
-En ese planteamiento late una vocación de trascenderse a uno mismo, de superar su propia visión de las cosas... Debe ser un ejercicio liberador.
-Así lo creo, efectivamente. Es algo curioso porque muchas veces se olvida la relación íntima, esencial, que tiene la ficción y el teatro, es decir, entre un escritor y un actor. La ventaja del narrador es que puede actuar como un intérprete en una obra de teatro y puede poner voz a una persona que puede llegar a ser la opuesta a sí mismo. Es un aspecto que los espectros ilustran muy bien, porque si yo, como escritor, hablo a través de uno de ellos, eso me permite hacer un humor que casi va más allá del humor negro. Es lo que hago en el caso del texto sobre dos conferenciantes que defienden las ventajas de la muerte con respecto a la vida, por ejemplo.
-Valiente reto el de los contertulios, diríamos casi todos.
-Son las ventajas del espectro, que puede preguntarse «¿Qué hace la vida», y responder que destruye el amor. Y el otro le responde que la muerte, en cambio, a veces incluso resucita el amor (ríe). Son cosas que jamás podría decir en mi propio nombre porque habría muchos problemas de todo tipo, pero al espectro le está permitido manifestarse así.
-¿De dónde surge esa necesidad de 'actuar', de transmutarse en esos personajes?
-Porque creo que no hay otra forma de llegar a las verdades. Si solo hablamos desde nuestro punto de vista, con todas las limitaciones y presiones que uno tiene, esas verdades se quedarían fuera. No podría ir a un funeral y hablar como el espectro, por ejemplo.
-O tendría que salir corriendo o acabaría usted haciendo compañía al difunto, ¿no?
-O algo así, sí. El personaje dice a veces más verdades que las que podría decir el autor en su propio nombre, porque se atreve a decirlas. Esa es la ventaja de ese relato, de esa ficción.
-Esos espectros le permiten plantear una visión de la realidad que va más allá de las convenciones y puede enfocarse en lo esencial, entiendo.
-Así es. Creo que esa es precisamente la obligación de la ficción. Un sociólogo, un economista o un analista político no tienen esa libertad que otorga la ficción. Ésta llega a los detalles, materializa lo que las personas, todos, nos planteamos en nuestra conciencia, incluso en los pisos bajos, en las esferas poco reconocibles. Y cuando se lo dice al lector, es posible que él se sienta identificado, que se reconozca.
-Esa íntima comunión puede ser un impulso, una suerte de antídoto contra la soledad interior.
-Claro, porque le dice que eso que ha pensado o sentido no es nada extraño aunque no se escuche por ahí, le dice que siga sintiéndolo y pensando en ello, le dice que no es nada raro. Al final, esa experiencia transmite que la vida es mucho más compleja de lo que normalmente se acepta. Y se acepta así porque puede que de otra manera acabásemos volviéndonos locos, pero en ese sentido la ficción permite a través de los personajes alcanzar otro grado de conciencia. En el caso de este libro me han permitido plantear todo con mucha más libertad.
-¿Cómo ha llegado a esa forma de mirar y escribir?
-Por la incomodidad que muchas veces me produce en la vida real encontrarme en situaciones que son, por así decirlo, evidentes, pero de las que se habla poco. Un ejemplo es lo que podría definirse como la 'micromaldad'. Los grandes males están en la literatura universal, pero quizás esta forma de mezquindad no tanto, y es un fenómeno que modula y moldea el mundo hasta extremos impensables.
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