La vida, de alguna manera, ha quedado suspendida. Sé que es una ilusión
CUADERNO DE EXCEPCIÓN-Día 20 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN-Día 20 ·
Paseo al perro. Una vecina, a lo lejos, me dice que lee cada día estos artículos. Hablamos a gritos a treinta metros de distancia. Le doy las gracias con el pulgar hacia arriba y pienso que si yo fuera vecino mío comenzaría a esquivarme, ... para evitar el riesgo de salir retratado en el periódico tirando la basura en pijama, o algo peor. Ahora que estamos encerrados es inevitable acabar escribiendo de lo que uno ve por la ventana. Como no tengo demasiados vecinos el riesgo para ellos se multiplica.
Detrás de mi casa hay un prado con ovejas, dos burras y unos mastines. Son de un vecino, claro. La finca está perfectamente cercada y los animales se pasan el día allí, ajenos a todo lo que sucede en este mundo nuestro. Una de las burras, creo que la más vieja de las dos, se ha escapado esta mañana de su confinamiento y ha comenzado a pastar en la finca de al lado. En lugar de ser discreta, se ha puesto a rebuznar, a mí me parece que de alegría. La otra burra la miraba con envidia desde su encierro. Poco después, ha llegado el vecino para informarle, mediante gestos, de que tenía que volver a pastar en la zona delimitada. La burra, no sé si por burra o por sabia, no se lo ha puesto fácil. A las ovejas las veo algo más dóciles, o quizás menos hábiles para saltarse las medidas de seguridad. Los perros, como si supieran que tienen salvoconducto para salir a pasear, se comportan como si todo esto no fuera con ellos.
Tengo la sensación de que en este confinamiento me asomo a un mundo en el que no participo, solo miro. La vida, de alguna manera, ha quedado suspendida. Sé que es una ilusión porque todo sigue adelante, mi corazón late y mi piel sigue envejeciendo, pero las ilusiones a veces son tan verosímiles que se parecen mucho a la verdad. Y esta ilusión mía me lleva a sentir que soy un espectador. Contemplo el mundo próximo a través de las ventanas de mi casa, que tienen algo de pantallas que enmarcan lo que veo. Contemplo el mundo que está lejos a través del ordenador y el teléfono, que hacen a su vez un poco de ventanas. Miro, miro, miro. Los días van pasando así, contemplando lo que pasa, esperando a que quede atrás lo que nos obliga a estar así, como existiendo en medio de un paréntesis. Estoy ensimismado en la escritura del artículo cuando suena el teléfono. Me llama Lorenzo Oliván, que me lee un poema inédito y luminoso. Lo titula con un verso de Paúl Valery: «La piel es lo profundo». Valery, mucho antes de que el coronavirus apareciera, escribió el antídoto para salir adelante cuando acabe este encierro.
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