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«Cada época tiene su olor», dice Aurelio Obregón, que lleva 36 años ejerciendo de guía del Museo Etnográfico de Cantabria, en Muriedas. Su papel, ... como el del resto de profesionales que salen en este reportaje, es ejercer e lazarillos para los visitantes porque en los museos siempre hay más de lo que está a la vista. No sólo cuentan lo que se ve, sino el sentido de lo que hay. ¿Cómo? Aportando el relato que falta a las piezas; como si fueran palabras sueltas, los guías las unen y construyen la frases para que el mensaje del Museo Marítimo del Cantábrico, el Etnográfico, el de la Naturaleza y el de Prehistoria cale dentro del visitante. Una cosa es lo que se ve expuesto en las vitrinas, con sus cartelas informativas, y otra la voz de quien guía la visita, entre la curiosidad y el conocimiento, entre la anécdota y el dato, adecuándolo al público. «No es lo mismo explicar la prehistoria a un niño de 6 años que a un adolescente», dice Rosalía Incera, que hace de la visita al Museo de Prehistoria una clase magistral sin libros. Es tiempo de visitas a museos, y en Cantabria, los guías ponen voz para que los objetos nos hablen.
Aurelio Obregón - Museo Etnográfico
Después de 36 años, puede cambiar la tecnología y los medios, pero algo sigue intacto a la hora de comprender la Historia: «Si no cuentas un relato, no sirve de nada ver los objetos expuestos en el museo», dice Aurelio Obregón. En la casa de Pedro Velarde, en Muriedas, exhiben los utensilios y muebles del siglo XIX en Cantabria. Lo que hace el guía es «contextualizar los objetos, meterlos en un relato dentro de un tiempo histórico y así ver la forma de vida de la gente que lo usaba». El visitante que se acerca hasta Camargo «no es el turista habitual», dice. «Esto es un valle industrial, y aquí nos nutrimos sobre todo de colegios y agencias de viaje». Y aunque ha cambiado el perfil en tres décadas, se mantiene intacto el sentido de la visita guiada: «Una cosa es lo que se ve y otra lo que hay detrás, y hay partes que si no es a través de la palabra la gente no lo capta», dice. ¿Por ejemplo? «Los olores». Y así es como el guía es capaz de trasladar a los visitante en el tiempo: «Lo primero que notabas al entrar es un olor nauseabundo, un olor a aceite de pescado quemado, que era lo que usaban para iluminar, unido al olor del humo de la chimenea, y al de la cuadra de la planta baja donde estaba el ganado... ese olor sólo se puede evocar a través de la palabra, y para eso tienes que nombrarlo, de ahí el papel del guía; era un tiempo sin electricidad, sin cristal en las ventanas, todo eso hay que contarlo». En este museo, que el año pasado recibió más de 7.000 visitas, todas se hacen guiadas. «Los niños se meten perfectamente en la época, tienen mucha imaginación», dice en alusión a las nuevas tecnologías: «Te preguntan en qué equipo jugaba Velarde, pero a nada que les incites se meten en el relato».
Rosalía Incera - Museo de Prehistoria
Con 2.000 metros cuadrados de sede, «después de 90 años, ya era hora de tener un espacio de esta calidad aunque sea provisional», dice Rosalía Incera en alusión al lugar donde Cantabria muestra su riqueza patrimonial. Sus fondos de arqueología y prehistoria hacen de la región una potencia desde los bajos del Mercado del Este: «Detrás de Perigord y Dordoña, somos los que más tenemos en Paleolítico Superior. Si nos esforzáramos, seríamos los mejores del mundo, yo desde el museo lo vendo bien», dice sonriendo. Tiene algo de embajador ser guía en el Museo de Prehistoria: «Sólo con la iluminación de las piezas, ahora se ven cosas que antes era imposible». Ahora además tienen el simulador virtual de La Garma, pero una cosa es la tecnología de las audioguías y otra su trabajo: «Nos adecuamos al grupo, no es lo mismo niños que adolescentes, y sin un guía, hay muchas cosas en el museo que pasan desapercibidas. Sólo con leer la información, el visitante se lleva una idea, pero yo les cuento por ejemplo que la cueva del Castillo, donde se encontró el bastón tallado, se investigó gracias al rey de Mónaco, «el bisabuelo del actual Alberto de Mónaco, el que sale en el Hola». Explica cómo se vestían los hombres del paleolítico, cómo eran los hilos con los que cosían sus ropas, desmontando mitos sobre su supuesta brutalidad y poniendo su capacidad de crear adornos al servicios de los objetos que tienen expuestos. Todo, adaptándose al grupo. El exceso de información no le gusta, dice. Y esa es la clave: «Explicas el museo en función de quién es el que viene a verlo, somos unos pitonisas, adivinamos lo que esa persona va a necesitar. Somos la versión viviente de las audioguías».
Lucía Sánchez - Museo Marítimo
En el tanque central del Museo Marítimo del Cantábrico hay «en estos momentos» 34 ejemplares de tiburón. «Los niños están obsesionados con los tiburones, es por lo que más preguntan», dice Lucía Sánchez. Licenciada en Geografía, es guía de Cantur desde 2008, y ya tiene claro un principio: «La gente no se queda con las fechas, pero las anécdotas se graban. Nos pasa que visitantes o profesores vienen después de años y vuelven a pedir esas anécdotas». ¿Por ejemplo? «La de la sardina de dos cabezas», responde Lucía, y en vez de contarla para este reportaje prefiere decir que vengan al museo para descubrir por qué el animal tiene esa forma monstruosa. La leyenda del tiburón, en cambio, habla por sí sola: los tres tipos que hay en el tanque del Museo tienen secretos que si no vas con guía «te los pierdes, como los huevos que a veces se exponen»: hay 15 alitanes, 7 pintarrojas y 12 ejemplares de musola, «pero estos no ponen huevos porque son vivíparos», y los tres viven en el Cantábrico, pero no cerca de la costa. Esa diferenciación hace que la visita con guía aporte datos que superan algo más que solo la visión acuosa de las especies marinas. ¿Y el esqueleto de la ballena? «Verlo es impactante y es lo que más demanda el público. Les contamos que ese esqueleto fue atropellado por un tranvía en Santander y alucinan», dice: el maquinista no accionó el frenó y se estrelló contra la mandíbula del animal en el local donde lo conservaba Augusto González de Linares. «Ver la ballena nos sirve de gancho para hablar de la importancia de cazar este animal entonces, su aceite», dice:«No es solo lo que ven, sino la historia que hay detrás lo que enriquece la visita».
Mónica González de Miguel - Museo de la Naturaleza
El lobo ha tenido la desgracia de haber sido el malo en todos los cuentos», dice Mónica González de Miguel. Se lo deja claro a los críos que van a visitar el Museo de la Naturaleza de Carrejo, un espacio donde cuentan desde la creación de la Tierra, los distintos ecosistemas, la flora y fauna que la habita en Cantabria y la verdad que hay detrás de los mitos como el de la edad de los ciervos («no es cierto que se cuente por las astas») o el del lobo, que ahora es la estrella del museo con la escultura del animal hecha por Okuda. «¿Y a quién le han llamado cabeza de chorlito alguna vez?», les pregunta a los visitantes cuando hablan de las aves costeras. «Entonces les muestro la cabeza excesivamente pequeña para el tamaño de su cuerpo, y que de ahí viene la expresión, y se ríen». La anécdota hace que algo se quede dentro del visitante: «En este museo las visitas son interactivas entre personas, no entre dispositivos digitales», dice. «En vez de ver sólo el animal que habita en cada ecosistema, contamos historias y el porqué de su existencia justo en ese lugar», dice esta licenciada en Historia y grado superior de Turismo, que se apuntó hace 20 añosa la bolsa de trabajo en el Gobierno de Cantabria y desde entonces es guía, los diez últimos en el Museo de la Naturaleza: «Una visita guiada suponer dar una información que en ocasiones tenemos sólo nosotros», explica. «Somos un cebo para interesar a las personas, ya que de ser un paseo en el que te fijas en lo que hay y lo que hubo, la visita se convierte en algo más interesante porque damos más detalles», explica. Y eso tiene un fin: «No solo mostramos el mundo que nos rodea sino nuestro impacto en él, qué hacer para cuidarlo», dice Mónica.
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Ana del Castillo
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