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Sr. García
El zapatero que se enamoró del ajedrez
Cuentos, jaques y leyendas

El zapatero que se enamoró del ajedrez

El argentino Eleazar Pereiro, malagueño de adopción, fue una figura clave en la historia del noble juego español. Estuvo muy cerca de lograr que el duelo entre Fischer y Kárpov se celebrase en Marbella

Manuel Azuaga Herrera

Sábado, 30 de marzo 2024, 22:35

Recitar la lista de los campeones del mundo de ajedrez, y de las campeonas, tiene su interés cultural, cómo no, pero deja en sus márgenes todo un hervidero de personajes abstractos, a veces sin nombre, que van cayendo por la gran diagonal del olvido. Steinitz, Lasker, Capablanca... ¿Dónde colocamos a Zukertort? ¿Y a Chigorin? Lo mismo en la sección femenina: Menchik, Rudenko, Bykova… De hecho, aquí la cosa empeora porque (lo diré suave) nadie se sabe la nómina de campeonas mundiales. Imaginen ahora, según ampliamos la base de la pirámide, dónde quedan todos aquellos campeones y campeonas nacionales, provinciales, no digo ya locales. ¿Cuántos hombres y mujeres entregaron su vida al juego del ajedrez y, sin embargo, han sido devorados por la desmemoria colectiva? Esta es la historia de uno de esos grandes olvidados, la de Eleazar Pereiro, un hombre bueno enamorado del ajedrez.

La historia arranca con espíritu azaroso y banda sonora de tango. Eleazar Pereiro, padre de nuestro protagonista (se llamaban igual) era un gallego de Porriño que emigró y buscó un mejor destino en Argentina. Porriño es un municipio del que, a principios del siglo XX, salió toda una generación de jóvenes. Incluso hay un documental llamado 'Porriño en Buenos Aires'. Leo uno de los intertítulos: «A medida que se prolongan los años de nostálgica ausencia, más se agiganta el recuerdo venturoso de Porriño en el corazón de sus hijos emigrados». Dolores Durán, la madre de Eleazar, era de Vélez-Málaga. En 1909, la finca agrícola que su familia explotaba en Málaga sufrió una inundación devastadora. Así que los Durán decidieron salir del país rumbo a Argentina. Eleazar y Dolores se conocieron en Buenos Aires. Se casaron. Eleazar abrió una zapatería. Fueron felices.

En aquellos años, debido al fuerte caudal migratorio, la ciudad porteña era un polo de atracción intercultural. La comunidad judía, y aquella que procedía de los países del centro y el este de Europa, favoreció que el ajedrez estuviese presente en muchos ámbitos de la vida cotidiana. En ese marco ajedrezado nació Eleazar Pereiro, hijo, el primogénito de la familia, un chico vivaz y enamoradizo. En 1928, Eleazar padre y Dolores, empujados por la morriña, se animaron a volver a España. Sin embargo, no eligieron Porriño como casilla de promoción, sino Málaga, una tierra de esperanza en la que empezar de nuevo.

Un bofetón en alta mar

En el barco en el que la familia zarpó, desde Buenos Aires, Eleazar jugó al ajedrez contra el resto de pasajeros. A pesar de que solo tenía 13 años, ganó todas las partidas. «Imagínate el revuelo que se formó», subraya, hoy, su hija Presina. «Se corrió la voz de que había un niño ajedrecista que era invencible. El tío Julio, hermano de mi abuela, también viajaba en ese barco. Y también recibió jaque mate, pero su reacción fue la peor de las posibles. Humillado en el tablero, le dio un bofetón a mi padre, es decir, a su sobrino». Aquella bofetada, como la herida abierta y salada de un corsario en alta mar, quedó marcada para siempre en el recuerdo de vida de Eleazar.

Durante la travesía, el pequeño genio del ajedrez venció al por entonces joven actor Manuel Dicenta, que regresaba a España con su compañía de teatro. Dicenta, hombre afable, con tablas dentro y fuera del escenario, se tomó la derrota con deportividad. Es más, Eleazar participó en la representación de una improvisada función teatral. Su personaje se llamaba 'Arenque'. «Fue su bautismo de mar», en palabras de Presina. Tirando del hilo de esta digresión, he sabido que, en 1929, pocos meses después de su derrota contra Eleazar, Manuel Dicenta jugó al ajedrez con Jacinto Benavente durante el ensayo de 'Vidas cruzadas', obra escrita por el Premio Nobel. La escena la contó en sus memorias el propio Dicenta:

-Don Jacinto, ¿por qué no nos dice usted nada en el ensayo?

-¿Para qué? De todas maneras, al final van ustedes a hacer lo que quieran.

No hay constancia (no puede haberla), pero estoy seguro de que la imagen de 'Arenque', el chico del barco, pasó por la cabeza de Dicenta, acaso como un relámpago, mientras colocaba las piezas frente a don Jacinto Benavente, otro buen aficionado al noble juego.

Una historia de amor

Héctor, uno de los hermanos de Eleazar, también jugaba (y muy bien) al ajedrez. En realidad, todos los hijos aprendieron a mover las piezas en casa, gracias a la afición de Eleazar padre por las sesenta y cuatro casillas. Una vez la familia Pereiro había regresado a España, Héctor enfermó. Tuberculosis. Lo llevaron a una especie de casa de reposo por los Montes de Málaga, pero el retiro no funcionó. Así que lo ingresaron en el Sanatorio Marítimo, en Torremolinos (entonces era Málaga), especializado en el cuidado de tuberculosos. Un «sanatorio de sangre». Corrían malos tiempos, los años de la Guerra Civil. Se daba la curiosa circunstancia de que el director del hospital, Alfonso Queipo de Llano, era sobrino del general franquista. Alfonso fue un buen médico, según todas las crónicas. Eleazar, nuestro protagonista, visitaba con frecuencia a su hermano Héctor. Y de este modo conoció a Presentación, una enfermera del hospital de la que se enamoró perdidamente. Finalmente, Héctor no superó la enfermedad, pero de algún modo, como Eros picado por abejas mitológicas, cumplió con su parte. «Mi padre estuvo enamorado toda su vida», confiesa Presina.

La zapatería de los ajedrecistas

En Málaga, Eleazar abrió, como había hecho su padre en Buenos Aires, una zapatería, 'Calzados Bebé', en el número 24 de la calle Granada. La tienda estuvo abierta más de cuarenta años y no solo fue un comercio de vanguardia en la ciudad, también se convirtió en el centro de operaciones, en la sala de máquinas del ajedrez malagueño y nacional. «Allí mismo tenía mi padre un rincón, el despachito, en el que jugaba y se reunía con los amigos», recuerda Presina. «Arturito Pomar, entre otros muchos, pasó por la zapatería».

Eleazar Pereiro jugaba en el Círculo Mercantil. Su pasión ajedrezada lo convirtió en una figura clave en el auge del noble juego como deporte. Se coronó seis veces campeón de Málaga. También fue campeón de Andalucía y, durante diez años, presidente de la Federación Malagueña de Ajedrez. Desde su primera edición en 1961, participó en la organización del célebre Torneo Internacional Costa del Sol. Más tarde, Eleazar se convirtió en el director del torneo.

«En casa era habitual conocer a los grandes campeones que él invitaba a los torneos Costa del Sol», cuenta Presina. «A pesar de que éramos pequeñas, mi padre nos llevaba, a mí y a mis hermanas, a que viéramos en directo las partidas. Así que por allí deambulábamos nosotras, en la sala de juego. Era un poco aburrido para unas niñas que no entendíamos qué pasaba en los tableros, pero lo recuerdo con mucho cariño».

«Mi padre era buena persona», narra con nostalgia su hija. «Entabló amistad con mucha gente del mundo del ajedrez. Me acuerdo que, durante un tiempo, le enviaba medicina a un jugador cubano al que había conocido en Málaga». Por la descripción que me da Presina, es muy probable que se tratara del villaclareño Guillermo García, Guillermito, el segundo gran maestro de Cuba, tras Capablanca.

Las tablas de Alekhine

El mérito deportivo más recordado por Eleazar fue, sin duda, hacer tablas con Alexander Alekhine durante unas simultáneas que el campeón mundial ofreció en Málaga, en diciembre de 1941. Mientras escribo estas líneas, reviso la partida. Eleazar, con negras, planteó una defensa siciliana. Alekhine fue con todo, desde el tercer movimiento, con un alfil en 'b5'. Jaque. A esta línea de las blancas se la conoce como variante Moscú. Se me ocurre enviarle la notación a David Antón, actual número uno del ajedrez español, pero lo hago como parte de un juego, sin desvelarle nada más. «¿Qué me puedes decir de las negras?», le pregunto. Antón acepta al toque el desafío: «Jugó correcto. Es probable que en algún momento tuviera jugadas mejores, pero es una partida de nivel, sin errores graves», sentencia. Le cuento a Antón que estoy escribiendo sobre Eleazar Pereiro y anoto en rojo en mi libreta: «Una partida de nivel».

Kárpov contra Fischer en Marbella

Poco o nada ha transcendido un apunte biográfico de Eleazar Pereiro que me parece extraordinario. En 1975, gracias a sus contactos, a su don de gente y a su amor incondicional por el ajedrez, Eleazar logró que el Ayuntamiento de Marbella destinara una partida presupuestaria para celebrar el duelo por el título del mundo entre Bobby Fischer y Anatoli Kárpov. Así lo contó él mismo en la revista 'Ajedrez Canario': «El primer cálculo económico nos lleva a pensar en una cifra alrededor de los diez millones de pesetas». Para Eleazar, el desembolso no debía ser considerado un costo: «En Islandia se contaron más de doscientos periodistas de todas las latitudes. En nuestro país, esta cifra se vería multiplicada por cinco». Es hermoso saber que Eleazar puso tanto empeño en la celebración de una cita que, de haberse producido, hubiera cambiado la historia del ajedrez.

La alternativa de Bellón

Juan Manuel Bellón, leyenda viva del ajedrez español, conoció bien a Eleazar Pereiro: «Fue el primer organizador que me dio la alternativa en un torneo internacional en España», recuerda Bellón. «Yo había sido Campeón de España en 1969. Al año siguiente, recibí una invitación del propio Eleazar, al que no conocía de nada porque yo residía en Mallorca. Me preguntó si quería jugar en 'su' torneo. Y yo, encantado, acepté. Era la primera vez que jugaba un torneo internacional en mi vida, más allá de los mundiales juveniles y europeos. Le estaré siempre agradecido de por vida». Después de aquel primer encuentro, cuenta Bellón, surgió una cariñosa amistad entre ambos: «Nos vimos muchas veces en su zapatería de la calle Granada. Allí hablábamos de los jugadores a los que podía invitar para las siguientes ediciones del Costa del Sol. Me pedía consejos, aunque tampoco necesitaba muchos porque Eleazar era distinto al resto de organizadores, él había sido jugador de un buen nivel, por lo que sabía perfectamente lo que los ajedrecistas necesitaban para sentirse cómodos».

Eleazar Pereiro Durán falleció el 10 de septiembre de 2008, a los 93 años. Para entonces, había perdido la memoria. No se acordaba del nombre de su mujer, Presentación, ni siquiera recordaba haberse casado. Pero, hasta el último día de su vida, siguió jugando al ajedrez.

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