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Cuando en febrero de 2002 Ruth Beitia ganó su primer campeonato de Europa todavía podía pagarse en pesetas el cava que comprara para celebrarlo. Ese mismo domingo se podía leer en los periódicos, que costaban 150 pesetas (aunque ya anunciaban los 0.90 euros) ... que Álex Crivillé había decidido retirarse del motociclismo sin que los médicos no hubieran detectado el origen de sus mareos. Hoy la peseta es solo un vago recuerdo para los millenials, Crivillé comenta las motos en un canal de pago y Ruth Beitia, la mejor atleta española de la historia -solo Fermín Chacho le puede disputar la corona si se incluyen los dos géneros-, aspira a seguir saltando. Pero para ello debe encontrar el origen de sus dolores articulares para decidir definitivamente si se retira o no.
El problema es que, como le sucedió en su momento a Crivillé, aún no sabe si podrá hacerlo, pendiente de descubrir qué le sucede a su cuerpo; de que los médicos le confirmen si padece artritis o, si no es así, de dónde proceden esos dolores errantes que migran de articulación en articulación y la han mermado hasta el extremo de tomarse unos meses de descanso. Temporal o definitivo. Ayer esperaba saberlo, pero los resultados, según aclara ella misma, no son concluyentes.
La vigente campeona olímpica ha vivido su particular calvario en los primeros meses de este año, cuando después de sorprender al mundo con su eterna juventud y conseguir bien pasada la treintena los mejores resultados de su carrera, comenzaron los problemas. Estaba en forma, como le corresponde a una atleta que acababa de conseguir el título más apreciado por cualquier deportista. Hacía ya años que los nervios no la lastraban en las grandes competiciones y siempre estaba en su marca. Aquella aspiración de alcanzar los 2,05 de Heike Helken y los 2,09 de la Kostadinova, aquellas saltadoras a las que soñaba emular cuando se sacrificaba batida tras batida en La Albericia, había quedado atrás, pero poco importaba. Con su marca, una marca además limpia de cualquier sospecha, ya había hecho historia, como toda saltadora que supere los dos metros. Y solo rondarlos le bastaba para estar entre las mejores. Para proclamarse incluso campeona olímpica.
En cuestión de semanas o quizá de meses algo dejó de funcional. Los años, podría pensarse. A punto de cumplir como estaba los 38 años el cuerpo comienza a resentirse de un cuarto de siglo exprimiéndolo al máximo. Pero había algo más. Todo parecía en orden; la forma la óptima, los test los mismos y algunos ensayos e incluso competiciones habían salido bien. Toda la regularidad en la que había basado los últimos años de su carrera se había desmoronado por distintos problemas físicos y un extraño dolor que ni el descanso ni la fisioterapia solucionaban. Un dolor nómada y caprichoso que migraba de articulación en articulación para dificultarle los entrenamientos y, por supuesto, los grandes concursos internacionales.
No le impidió ganar los campeonatos de España, tanto en pista cubierta como al aire libre, pero por mucha ilusión que le hagan , como siempre insiste, son una presa muy fácil para una saltadora que suma ya 29. Algunos concursos la hicieron titubear e incluso se pensó si participar o no en el Mundial al aire libre de Londres, pero la cita británica, en el mismo estadio donde se quedó al borde de la medalla olímpica en 2012, era un botín demasiado tentador. Llegó, saltó y se clasificó para la final, pero una vez allí no pudo hacer más.
Y como en 2012, Londres amenazó con retirar a la saltadora de la eterna sonrisa, a la que cada vez que viaja a la capital de Inglaterra le toca mostrarla con más timidez; en un gesto más de consuelo que de alegría. Decidió entonces tomarse unas semanas de vacaciones. De vacaciones de verdad. Coincidiendo además con el final del verano para disfrutar se sus amigos, su pareja, la familia y su nueva casa. Y de paso, hacerse alguna prueba para saber qué pasaba con aquel dolor trashumante que recorría su cuerpo caprichosamente articulación por articulación. Cada vez por una. Surgió entonces la posibilidad de la artritis, a pesar de contar con solo 38 años, una posibilidad que aspiraba a confirmar o descartar hoy. Pero habrá que hacer más pruebas. Entretanto, el futuro de la mejor atleta de la historia, la saltadora Ruth Beitia Vila, sigue en el aire.
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