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La escena era elocuente. De repente, las palabras se volvieron más dubitativas y Ruth Beitia (Santander, 1979) rompía a llorar. «¿Esto es lo que queríais?», decía mientras trataba de recomponerse. Veinte minutos antes había pronunciado la siguiente frase: «Quiero contaros que dejamos nuestra vida deportiva, ... que todo lo que me ha enseñado el deporte, lo que he aprendido con Ramón, me toca llevarlo a otro aspecto de la vida, en la que el deporte siempre va a estar muy presente». La mejor atleta española de la historia lo dejaba.
Hace exactamente un año que hizo exactamente lo que le pedía el cuerpo. Lo que le mandaba. Y lo hizo contra su voluntad, pero la biología es tenaz y le comunicó por la vía del dolor que ya estaba bien con eso de dar saltos. Que tocaba cambiar el registro. Un año después tiene más agenda que Pedro Sánchez y un niño de Secundaria. Ha subido un 4.000, es profesora universitaria, miembro de la ejecutiva nacional del PP, imagen de la Federación, miembro del COE y partícipe de un incipiente proyecto atlético. Ya era, por cierto, diputada del Parlamento de Cantabria y estudiante de Psicología, un nuevo grado que sumar a su interminable currículum y que ha aparcado temporalmente, que no abandonado, en medio de una frenética vorágine de actividad.
Desde su retirada Ruth Beitia no ha sentido el vértigo del exdeportista. Está demasiado ocupada y no le ha dado tiempo. El que le queda lo dedica al tenis, la bicicleta, la vida en pareja en su nuevo piso de la calle Tetuán, insultantemente cerca de ese paseo de la fama en que el cuenta con una estrella. Ni siquiera ha tenido la oportunidad de sufrir una crisis vocacional. Docencia, política y gestión, todo va hilado con el deporte, como en su ultimo viaje a los Europeos de Berlín no ya como atleta, sino como jefa de la delegación española. Y el cuerpo, ese mismo que la exhortó a la retirada, le sigue pidiendo también gimnasio, así que pese a ser consciente de que existe una caja casi plana en la que salen imágenes, y tener incluso alguna en casa, no tiene tiempo ni para ver la televisión.
Su nueva vida
Solo escuchar su agenda agota, pero encuentra un hueco para hacer recuento y darse cuenta de lo mucho que ha cambiado su vida. Acaba de descubrir, tras un año sin pesarse que ha ganado seis kilos -«Y me miro y me pregunto cómo estaba yo con seis kilos menos»-, pero «lo mejor es que el deporte sigue formando parte de la vida». «Ha cambiado todo para bien y lo mejor es que el deporte sigue estando ahí. Me he dado cuenta de que dejé el atletismo en el mejor momento posible. Estoy subiendo montañas, aprendiendo a jugar al tenis, patinando un montón... Y aprovechando a probar nuevo retos como la bicicleta de montaña. Correr no tanto, pero me apasiona, que pensé que me iba a costar más, ir al gimnasio. Casi todos los días hago feet -ha cambiado el anaeróbico por el aeróbico- y he descubierto una cosa que me encanta: el 'kangoo jam'. El jam son unas botas con un semicírculo debajo que te hacen estar botando durante toda la sesión y absorbe los impactos. Absorbe el 80% de tu peso en los impactos, así que no es nada lesivo para las articulaciones. Y además me río un montón».
Tampoco es que antes no lo hiciera, pero ahora disfruta más. Lo sabe y lo paladea, sin añoranza -o al menos no lo dice- de los focos y la admiración. Aunque también es cierto que el foco mediático no lo ha perdido en absoluto. Y tampoco de la alta competición, aunque dejara allí muy buenas amigas -y otras que no lo fueron tanto-. Dos décadas de exprimir al cuerpo hasta el límite deben colmar cualquier vocación.
«No lo echo de menos. Y tuve una gran prueba de fuego que me permite asegurarlo. Ahora que he empezado a ser la imagen de la Federación Española de Atletismo, que así también sigo vinculada, me ofrecieron ser jefa de delegación en Berlín. Allí me di cuenta de todo el trabajo, la logística y el control que hay que llevar a cabo para que todo esté listo. Hacíamos jornadas de siete de la mañana a diez de la noche para tener todo a punto, pero yo ya dije desde el principio que mis pequeñas vacaciones, mi hora del café, iba a ser la final del salto de altura femenino. La vi sola y me decía: 'No me importa estar viéndola en la grada; estoy disfrutando viéndola en la grada'. Saqué la conclusión de que cuando salí de la pista no había sido una retirada forzada, más allá de esos cinco meses de dolores durante los que no sabía lo que me pasaba. Pero aparte de esos cinco meses de incertidumbre, que fueron un poco duros, lo dejé en el momento perfecto para no cogerle rabia, como les ha pasado a otros deportistas».
retorada a tiempo
Aun así la retirada fue una decisión difícil. Ya antes del Mundial en el que no pudo luchar por las medallas Torralbo le desaconsejó ir. Pero era la campeona olímpica y la ilusión, demasiada. Después los dolores articulares y la tenaz biología le repitieron el mensaje más alto. Tocaba dejarlo. A los 38 años, nada menos. Ya en aquella emotiva rueda de prensa de octubre de 2017 en la que anunció la retirada al tiempo que cedía su medalla de campeona olímpica al Museo del Deporte de Santander anunció que tenía muchos planes de futuro; que no había miedo escénico. No quiso decir cuáles, tal vez porque hubiera necesitado otra conferencia, pero poco a poco convive ya con ellos. Tuvo incluso que rechazar la dirección de la Escuela Municipal de Atletismo cuando Gema Igual le propuso sustituir a su recién jubilado entrenador, Ramón Torralbo. De hecho, su familia protesta: se ha vuelto incluso más cara de ver que cuando competía.
«Saco tiempo como siempre. A golpe de agenda. Sí que es verdad que si te organizas bien y marcas los tiempos es muy interesante. También estoy en un proyecto de hacer una especie de inicio de club de atletismo para lo que cuentan conmigo... Pero en todas esas actividades mi vida sigue muy ligada al deporte. En la Ejecutiva como secretaria de deportes, en el Parlamento llevo ese área, la Federación me permite seguir vinculada, en la universidad imparto atletismo... Así que el cambio no ha sido nada traumático», explica.
Entre esos muchos retos que se ha planteado, la política es uno cada vez más presente. Si ya era diputada en el Hospital de San Rafael, ahora también se ha integrado en la nueva ejecutiva nacional del PP, consciente de hacerlo en una época en que «el apellido del Partido Popular puede ser difícil». Al igual que les ha ocurrido a otros partidos, no nos han ayudado algunas situaciones. A mí me gusta entonar el mea culpa. Ha habido asuntos de corrupción y robos y yo siempre lo comparo con el deporte: yo estoy trabajando por un deporte limpio; por un deporte en el que lo primero es que todos tengamos las mismas oportunidades y que sea el mejor quien se lleve la recompensa. Creo que con Pablo Casado ha habido un cambio y ahora tenemos que recobrar esa imagen del político como un trabajador dedicado al servicio público, que ayuda a las personas y que no roba. No debe haber manzanas podridas, porque al final una manzana podrida en un cesto te las pudre todas. En ese sentido, creo que el cambio está siendo espectadular. Sé que es difícil recobrar la confianza de los ciudadanos, pero en eso estamos».
Centrada en Cantabria, apuesta tras el cisma que vivió su partido por «remar todos en la misma dirección. Dentro de poco tenemos unas elecciones y tenemos que recobrar la confianza de los cántabros, que en las últimas perdimos muchísimo. De una mayoría absoluta en la que hicimos mucho y creo que se comenzó a salir de la crisis, pero los ciudadanos no lo vieron así y ahora tenemos que recuperar esa confianza que perdimos».
«Son poquitos que al final suman un todo y hacen que me levante por la mañana -a horas intempestivas, que en eso mantiene la disciplina soviética-. El cuerpo me pide moverme; me pide seguir activa. Mi gente, la familia y los amigos, me dice: 'Antes te veíamos mucho más». Y también viaja. Por ocio y por trabajo. Y se ha apuntado al teletrabajo: «Me he hecho un despachito en casa y también puedo trabajar ahí. Hoy en día con el móvil, la tableta y el ordenador puedes trabajar casi en cualquier sitio».
Lo que sí puede es disfrutar de pequeños placeres cotidianos con más intensidad. «En un año no me había pesado, y ahora que estoy participando en una campaña sobre vida cardiosaludable lo hicieron y he subido seis kilos. Sin darme cuenta, porque me sigue valiendo toda mi ropa, y sobre todo me encuentro mejor. Ya no tengo esa cara tan fina, ese cuerpo tan fibroso; tan de gimnasio. En ese sentido ahora me siento mejor conmigo misma».
Lo que no ha podido por el momento es terminar su Grado en Psicología, que tiene aparcado, pero no abandonado. Busca el momento de retomarlo y reinvidica el derecho de los deportistas -parece que opine incluso que la obligación, aunque no lo verbalice- a estudiar, «aunque sea a otro ritmo». Y para ellos «las escuelas, las universidades y los institutos tienen que apoyarlo, para que se pueda tener una vida académica sin tener que estar en un centro de alto rendimiento, que es el único que tiene ese sistema. Centros como la UCAM -donde estudia a distancia- y Uneatlántico -donde es profesora- se están preocupando por ello, y eso nos permite tener más cosas al final de nuestra vida deportiva. A mí la Gimbernat -donde se diplomó en Fisioterapia- no me ayudó absolutamente nada».
Una vida, en definitiva, completamente distinta a la de los últimos tiempos. Y no mejor o peor -o al menos no lo dice, pero sí más plena. Quizá sea el cambio de hábitos o tal vez los años, que ofrecen otra perspectiva, porque esa metamorfosis, que la afectó en lo profesional y en lo personal, comenzó mucho antes de la retirada. Uno de los puntos de inflexión fue aquel decepcionante cuarto puesto de los Juegos de Londres, cuando decidió dejar el atletismo para cambiar pronto de opinión.
«Entonces aprendí a vivir el día a día con la sensación de que cada día era una oportunidad y un regalazo, y este año está siendo lo mismo. Aparte soy una persona risueña y sigo sonriendo todos los días. Me gusta la sensación de plantearme siempre algún reto». Retos que le apasionen - «sé que uso mucho esa palabra, pero es que es así», reconoce-, como algo tan sencillo como impartir una clase o como atacar un 4.000 (en principio iba a ser el Mont Blanc para un programa de Teledeporte). Claro que ya había empezado en Cantabria y hollado después el Aneto. Rechazó muchas propuestas hasta que un día le propusieron: «Y si subimos montañas?». «Pues vamos». Una nueva filosofía de vida que la llevó a los Alpes franceses y después, al comprobar que no se podía atacar el Mont Blanc, a los italianos.
Es la nueva vida de Ruth Beitia, en la que los dolores que le obligaron a dejar el atletismo no han desaparecido, pero con algún episodio puntual se llevan mucho mejor que cuando se exigía hasta el límite: «No sé que voy a hacer mañana. No sé lo que voy a hacer pasado mañana. Pero sin embargo sé lo que hice ayer y me gusta».
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