Los Quijotes no tienen edad
De reto en reto ·
Enrique Ruiz, a sus 58 años, se reinventa y tras competir en todas las pruebas atléticas olímpicas ha corrido trail, triatlón de invierno y el domingo volvió a nadar, su 'potro de torturas'Secciones
Servicios
Destacamos
De reto en reto ·
Enrique Ruiz, a sus 58 años, se reinventa y tras competir en todas las pruebas atléticas olímpicas ha corrido trail, triatlón de invierno y el domingo volvió a nadar, su 'potro de torturas'«Allá voy». Y entonces Quique subía corriendo las escaleras de su casa, un cuarto piso, mientras soñaba que competía contra Mariano Haro, considerado como el mejor especialista español de atletismo. Tenía apenas ocho años y en su casa le miraban raro. Debutó con dorsal en un campeonato escolar que se disputaba en la Magdalena (Santander) y se apuntó pensando que se corría en la playa. «Cuando llegué me enteré que era un cross, que se corría en la campa, en el prado... No tenía ni idea, pero yo solo quería correr», recuerda mientras se muerde el labio inferior.
Su memoria trabaja. Procesa. Es como una computadora. Lo recuerda todo. De eso han pasado cincuenta años, pero Enrique Ruiz Ruiz (Santander, 1964) no ha dejado de ser aquel niño que ascendía los peldaños de tres en tres pensando que alguna vez ganaría a Mariano Haro. A sus 58 años ha competido ya en todas las pruebas atléticas olímpicas y esta temporada ha vuelto a empezar. Lo de este año va para récord. Ha disputado trail por la montaña, media maratón por el asfalto, triatlón de invierno, pruebas de velocidad de 200 metros en pista y... Salto de pértiga. «Hice séptimo de mi categoría y conseguí la marca mínima para el Campeonato de España», señala con una sonrisa pícara en el rostro que denota su pasión. Sí. Sí, salto de pértiga. Precisamente esta disciplina fue la que le llamó la atención de joven tras hacer «uno de los mejores entrenamientos de mi vida». Se quedó allí, mirando como se elevaban aquellos chicos con aquel palo tan largo y dijo: «Yo quiero hacer eso». Y allí empezó su huida hacia delante. Después aquello y luego lo otro... Vallas, longitud, altura o peso. «Yo he lanzado peso con 60 kilos y me he enfrentado a gente de 120. Me doblaba. Pero mi objetivo siempre ha sido otro», explica Quique, a quien solo esas interesantes canas de sus sienes hacen sospechar su edad.
Su espíritu y energía se han quedado ancladas en aquellos años setenta u ochenta cuando se convirtió en el «friki que soy ahora». Una revista, un periódico, una enciclopedia... Todo era poco para leer sobre el atletismo. Los éxitos, las medallas, las marcas de los atletas. «Me encantaba saber y conocer». Y como siempre le ha parecido poco todo lo que ha hecho, del atletismo se pasó al remo. «Estuve preparándome dos años para poder remar en la San José de Astillero. A mí me daba igual el resultado. Lo que quería era sentarme en la San José. Mi padre siempre me llevaba a ver las regatas y había fiesta, cohetes, música... Y dije: 'Quiero estar algún día en ese barco'». Y cumplió una vez más. Cuando se sentó en la bancada ya tenía más de treinta primaveras, «era el mayor de todos», pero no le importó.
En la frontera de los sesenta se le metió en la cabeza el triatlón de Somo y ayer apareció en la salida: «Lo pasé mal nadando. Acabé de espaldas, pero concluí la prueba». Una más. Nunca falla. Ya piensa en el triple Buciero, una prueba en Santoña en la que se combina el piragüismo, la bicicleta de montaña y la carrera a pie. «Lo de nadar es mi potro de tortura, pero me sigue motivando. Y el triple Buciero es algo muy exigente, pero también creo que tiene un componente excitante y que me atrae», confiesa. ¿Y que no le atrae a este loco Peter Pan? Este año se enfrentó a los triatlones de invierno sin apenas entrenar el esquí de travesía. Nuevamente estuvo en 'pomada' con los mejores de su grupo de edad.
Su filosofía de vida es más sencilla de lo que puede decir su extenso palmarés, que recorre las más variopintas disciplinas, aunque lo que siempre le ha producido mariposas en el estómago es el atletismo. En el deporte rey ha competido en pruebas oficiales de 60 metros lisos y de 100 kilómetros. En 1999 completó el círculo de las pruebas olímpicas con el maratón de Nueva York. «Me preguntaron en la salida que marca tenía y les dije que 2.47. ¿Qué eres profesional? Me decían extrañados», recuerda Quique. Allí siempre han tenido un concepto muy distinto. «Siempre han visto el correr como algo positivo, pero no eran muy competitivos. En cambio en Europa corrían muchos menos, pero de mucha calidad». Y es que este Don Quijote de la vida sabe lo que es que en los años ochenta por la calle los viandantes le gritaran eso de «un, dos, un dos... Venga, venga, un, dos» con aquella intención socarrona e irónica. «Éramos locos los que corríamos. Y no te digo si llovía». Por edad el discurso cambió y en los años noventa el estribillo de aquellas burlas sanas pasó a ser: «¡Corre, Forest, corre, Forest!». Era relativamente extraño ver deambular entre los paseantes a uno a todo correr. Sin embargo, y así lo reconoce Quique, a partir de los años 2000 todo empezó a ser distinto. «Ahora el raro es el que no hace algo de deporte». Y en todas esas etapas ha estado este Quijote. Con sus zapatillas. Con su incansable espíritu de superación y sus ganas de aprender. Siempre dándole la vuelta a la vida como a un calcetín.
En los años de juvenil se dio cuenta de que no iba a ser profesional. «Yo corría bien, tenía calidad, pero no era campeón ni de mi casa. Así que me pregunté, ¿cómo puedo vivir del atletismo, que es lo que me apasiona» Y comencé a ser entrenador». Desde entonces miles de atletas y deportistas se han entregado a sus conocimientos. Dirige el Centro de Alto Rendimiento de Galizano y antes fue profesor de Educación Física 21 años en un colegio. Nunca le falta tiempo para un consejo, una muestra de apoyo, una confesión atleta-entrenador. Es un diván con patas. «En eso me siento un privilegiado. Siempre estaré en deuda con el atletismo. Y también ser entrenador me ha dado ventaja para inventarme los retos porque me los proponían a veces los atletas», sonríe con aires cómplices.
Quique tiene claro lo que para él es el deporte. «La gente de mi edad lo que quiere es entrar en el traje. Tener salud, que no te duela nada. Utilizo las competiciones para tener calidad de vida», admite, aunque viendo su hoja de servicios bien es cierto que alguien diría que con un poco más de calma sería suficiente. Para Quique su mayor reto es parecerse a su padre que «cumplió los noventa años sin pastillas y sin nada que le molestara». Para conseguir esa meta nada, salta, corre, pedalea, rema y esquía. Las personas persiguen sus retos a su manera y a Quique a la suya.
En casa le siguen viendo como un loco. «Mi mujer ya me conoció así. Siempre tenía una excusa para no ir a verme competir y sin embargo debutó hace poco en una media maratón», señala con una risa sarcástica. De su hijo admite que «le gusta el surf y no le apasiona la competición», pero lo engloba en ese contexto actual de la sociedad. «Los jóvenes tienen de todo y entienden el deporte de otra manera».
Se va quedando sin retos, pero se ríe de la edad y se reinventa cada noche soñando en aquella carrera que aún está por ganar a Mariano Haro.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.