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Solo dos españoles lo han logrado antes: Rafa Guijosa y Talant Dujshebaev. Este segundo apellido tiene resonancia cántabra, por mucho que provenga de Kirguistán. Y más aún desde que su hijo Álex ha sido nominado para el galardón al mejor jugador del mundo. El Balón de Oro del balonmano, por explicarlo de forma sencilla. Ese que solo han ganado para España su padre y Guijosa. Álex Dujshebaev (Santander, 1992) ha regresado de su lesión de la mejor forma posible. Trotamundos desde niño por la profesión de su padre, la misma que él mismo eligió, ejerce sin embargo como cántabro; la tierra que gestó una vida dedicada al balonmano. Cuando Talant llegó a Santander para construir el mejor Teka de la historia, su pareja, la también balonmanista Olga, ya estaba embarazada, y a los pocos meses la Residencia Cantabria veía nacer a Álex, quien ha sido elegido ahora como uno de los cinco mejores jugadores del mundo.
No llegó a jugar en las categorías inferiores del Teka; tenía solo nueve años cuando dejó Santander rumbo a La Mancha. Pero sí pisó el parqué de La Albericia y respiró su ambiente. El Maristas, el Ciudad Real y, por supuesto, su padre, forjaron un lateral técnico y rocoso dispuesto a continuar con una saga familiar, como su hermano Dani. La Rioja, Aragón y Atlético de Madrid vieron crecer un talento precoz, ya sin la tutela de su padre, con cuya comparación ha aprendido a vivir y acepta con naturalidad, pese a la carga que representa mirarse en el espejo de quien fue el mejor jugador del planeta
En 2013, con solo 21 años, se marchó a buscarse la vida en el Vardar macedonio, con el que ganó la Copa EHF antes de que su padre le reclutara de nuevo para su nuevo proyecto en el Kielce polaco. Mientras, se ganaba poco a poco un puesto entre los Hispanos hasta convertirse en uno de los pilares de la actual subcampeona de Europa, aunque una lesión le hizo perderse el pasado enero aquel último campeonato.
La extroversión de los Dujshebaev es tan cierta como su carácter familiar, porque en Kielce hicieron, como antes de Santander, su casa y colonia. La de unos cántabro-manchegos con rasgos kirguises y un marcado acento español, pero pluriautonómica. Porque también en esto la historia se repite. Aunque Álex conoció a su pareja, Irene Portillo, –sí, también jugadora de balonmano– en Zaragoza, donde nació también su hijo, el joven Hugo da sus primeros pasos en Polonia.
Lo de la cancha es así el eje de gravedad de su vida y una constante, casi tanto como sus cambios de look, y sobre la cancha de uno de los mejores equipos del mundo se ha reivindicado como candidato al máximo galardón individual. Se perdió el Europeo de enero por una lesión en el hombro que le obligó a pasar por el quirófano, pero es uno de los fijos de Jordi Ribera; el lateral derecho de referencia de los Hispanos. Tendrá posibilidad de adornar aún más un palmarés que ya pueblan dos campeonatos de Europa de naciones, un bronce olímpico, otro mundialista y una plata europea, además de los títulos domésticos macedonios y polacos y la EHF.
Ahora la Federación Internacional le ha nominado candidato al premio a mejor jugador del mundo. No lo tiene nada sencillo; en absoluto. Compite nada menos que con el francés Ludovic Fàbregas, el central sueco Jim Gottfridsson, dos veces MVP del Europeo y los daneses Mathias Gidsel, lateral derecho como él, y el portero Niklas Landin, el único que lo ha ganado. Lo hizo en la última edición, que reconocía los méritos de 2019. Si levanta el trofeo, el eterno paralelismo con su padre escribirá otro capítulo. La respuesta, el día 28.
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