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Joseja Hombrados (Madrid, 1972) bebe agua en la sala de prensa de la Universidad Camilo José Cela. Termina un ciclo. Un ciclo de nada menos que 31 años, y como tiene 49, eso es mucho más que media vida. «Seguía jugando porque sabía que ... este día se retrasaría pero que acabaría llegando», dice con la voz entrecortada y ojos vidriosos mientras vuelve a beber. No tanto por aclararse la garganta, sino por evitar que las palabras se le quiebren definitivamente. La historia del balonmano español, campeón de casi todo, lo deja. Campeón mundial con España y de Europa –también– con el Teka (con el que ganó la Copa de Europa, una Liga y una Copa), el Ciudad Real y el San Antonio, ha coleccionado títulos desde España (con un breve paréntesis en Alemania y Qatar) y sin jugar nunca en el Barça. Quizá fuera lo que le faltara, si le faltó algo. Eso y las medallas de oro del Campeonato de Europa y de los Juegos. Se colgó, eso sí, dos platas continentales y dos bronces olímpicos.
«Tenía clara la retirada antes del último partido, pero no quise decir nada porque no había ningún aliciente competitivo y no quería que aquello se llenase de cámaras, no quería una retirada así, quería disfrutar de ese último partido tranquilo, y ni siquiera quise llamar a mi hermano Talant porque sabía lo que me iba a decir», explicaba ayer arropado por todo el balonmano español.
Con él se va la última reminiscencia en activo del mítico Grupo Deportivo Teka, en el que era el suplente de uno de los mejores porteros de la historia, el sueco Mats Olsson.Aquel que llegó a ser el mejor equipo del mundo y murió de inanición en 2008 tras haber evitado el descenso en un último partido en La Albericia que ya se barruntaba que podía serlo. Hombrados tenía entonces 36 años. Trece después, ha anunciado su retirada. Se ha despedido con el Guadalajara, su equipo durante los últimos seis años en Asobal y, en la última etapa, en Plata.
Llegó a Santander joven, muy joven; en 1993 procedente del extinto Atlético de Madrid. Entonces era una joven promesa que se hizo amigo de otros jóvenes como Juan Domínguez, que se iba a quedar para siempre en Santander, Rodrigo Reñones y el mejor jugador del momento, Talant Dujshebaev; otro que ejerce como cántabro de adopción. Dos años inolvidables. A la sombra de Olsson, pero inolvidables. Santander marcó su biografía.
Entre el 93 y el 95 defendió la portería del mejor Teka de la historia; ese que fue campeón de Europa en 1994 y con ello oficiosamente el mejor equipo del mundo. Y allí conoció a un Dujshebaev que ha sido muchísimo más que un compañero. Se conocieron en La Albericia y estuvieron juntos más de una década; entrenador y portero, en el Quijote Arena. «Talant para mí es mucho más que un entrenador, que un compañero, es mi guía... mi hermano; y claro que me acuerdo en estos momentos de dos personas que no están con nosotros como Ernesto Enríquez y Juan de Dios Román, que me regaló mis primeros Juegos Olímpicos», confesó este miércoles, de nuevo emocionado. Ahora jugará con los amigos; quién sabe si con el propio Talant en alguna pachanga, pero la alta competición se ha terminado para él a una edad de récord. Al balonmano seguirá, a buen seguro, enganchado.
Jota llegó a Santander con 21 años como una joven promesa rescatada del Atlético de Madrid que Jesús Gil destruyó. Estuvo a la sombra de Olsson, pero aun así dejó un gran recuerdo. De su época cántabra recuerda a varios amigos, muchos de ellos llegados como él de Madrid: «Alberto Urdiales, Juan Domínguez y yo llegamos juntos, como había hecho el año anterior Mateo Garralda, y coincidimos los cuatro enSantander.Y estaban también Reñones y Chechu Fernandéz, de la selección junior».
«Juan y yo vivíamos juntos –recuerda–. Yo conocí a una chica y Juan se casó con su amiga. Fueron dos años muy bonitos en Santander; unos años muy dulces y mantengo muchos amigos», explica. Tuvo además la fortuna o mala suerte de coincidir con Olsson. «Pero yo estaba aún en aprendizaje e imagínate; no era fácil jugar, pero tuve bastantes minutos y algunos importantes. Estuve contento y aprendí mucho».
«Al final el proyecto se fue desactivando; desgraciadamente en el balonmano ni era la primera vez ni será la última», rememora respecto a la desaparición de un equipo al que nunca descartó volver. Pero no se dio. «Nunca he cerrado puertas de regreso, porque en todas las ciudades en que he jugado me he sentido como en casa, pero la dinámica de los clubes no lo propició. De Santander qué voy a decir; que es una ciudad preciosa para vivir y estuve muy a gusto, como León, de donde es mi mujer y donde tengo casa, y Ciudad Real, que pensé que iba a ser mi casa definitiva, aunque después no fuera así». Pero su momento en Santander, tanto personal como deportivo, fue «el 20 de abril de 1994, cuando ganamos la Copa de Europa».
Ahora JJ vivirá el deporte de otro modo. Como presidente de la Federación Madrileña de Balonmano y director de deportes de la Institución Educativa SEK. Ese veneno lo lleva dentro y probablemente no se librará de él hasta la jubilación. Quizá ni eso.
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