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Rodríguez es un apellido común. No el más habitual en Cantabria, pero, como se dice vulgarmente, si alguien lo grita en un lugar concurrido tendrá ... cientos de respuestas. Sin embargo, en el mundo de los bolos sólo hay uno. Que, además, no necesita apellido. Tete es Tete. Sin añadidos. A Tete se le dio muy bien jugar a los bolos, muy muy bien, pero además supo trasmitir, vía genes, ya que él mismo reconoce que poco les aleccionó, lo que hizo durante casi toda su vida. Dos hijos, dos campeones de España, que, eso sí, nunca dejaron y nunca dejarán de ser los hijos de Tete. Uno de ellos, Rubén, se unió a su padre para protagonizar la conferencia 'Los Bolos a través de dos generaciones', celebrada en el Hotel Villa Pasiega y organizada por la Federación Cántabra y la Fundación Bolos Cantabria.
Fue Rubén el que rompió el hielo, sabedor de que en materia lingüística lleva ventaja. Fue un repaso a los bolos durante su vida deportiva, a los cambios en las boleras y al estado actual de la modalidad, un recorrido en el que reconoció que su vida bolística «viene marcada por las circunstancias y el ambiente geográfico en el que me crié», algo que «no se puede obviar a la hora de exponer mi punto de vista». El de Villanueva de la Peña repasó la llegada a la cumbre y la caída de un deporte que para él, eso sí, lo ha sido todo. «Mi conciencia bolística empieza con la década de los 80, posiblemente sea la época en la que los bolos están en su punto más álgido de popularidad. Profesionalmente empiezo a jugar en los 90, cuando ese índice de popularidad muta con la llegada de la TV locales, trascendió a gente que se encontraba con los bolos, no iba a buscarlos». Y, a partir de ahí, el descenso y un auge incierto. «Irrumpe la era digital que, lejos de ayudar a desarrollar y evolucionar el deporte, lo coarta un poco. La unión que había en torno a los equipos federativos se está perdiendo y nos estamos encerrando en unas visiones extrañas que no nos llevan a buen puerto».
A su lado, su padre le deja hablar, asiente y, a preguntas de José Ángel Hoyos, insiste en que lo de ahora nada tiene que ver con lo de antes. «Ahora son otra clase de bolos, antes nos llevábamos mejor, nos conocía todo el mundo. Éramos famosos», aclara. Una sociedad diferente que convertía una partida de bolos en algo natural, algo trascendente. «Antes se calentaba poco y casi no se preparaban los partidos. Yo echo en falta, sobre todo, el convite posterior».
Tete es una leyenda, un cuerpo privilegiado encerrado en una cabeza repleta de jugadas, de anécdotas y de una nostalgia que con él comparten muchos aficionados. «No sé lo que hubiera sido con los cuidados que hay ahora, antes eran 8 o 10 horas de pie y dormía 4 o 5 como máximo, nunca era de los primeros que se iban a casa», sonríe. Y hace sonreír a una concurrencia que nunca se cansará de admirar al más grande la historia de los bolos.
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Ana del Castillo
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