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Ese bolo está roto». Normalmente la única alusión que se hace en las boleras al sonido de la madera al caer viene cuando uno de los palos está defectuoso, especialmente cuando la argolla que le sujeta por abajo está suelta. Sin embargo, el impacto de ... la encina contra el abedul es algo más que ruido para Laureano Lloreda Cobo (Ceceñas, 11 de enero de 1960). Invidente por una enfermedad degenerativa, controla cada jugada, cada lanzamiento, cada impacto que hay sobre el cutío por el sonido que produce, siguiendo así todos los partidos y concursos con una precisión matemática.
Acompañado siempre del presidente de Riotuerto, José Antonio Abascal, fue el propio mandatario cañonero el que inoculó el veneno bolístico en Laureano. «Yo solía ver bolos, era aficionado de la peña de La Cavada, pero lo fuerte vino cuando José Antonio me fue a buscar para ser directivo en 1984». Su relación venía de lejos, desde que coincidieron juntos como alumnos en el Instituto de Castañeda. «Estuvimos cuatro años juntos y le fui a buscar porque yo necesitaba gente, era muy joven y necesitaba amigos en la junta directiva», añade José Antonio. Era mediados de los ochenta, cuando Abascal se convirtió en un mandatario casi imberbe, una dirección que no ha abandonado desde entonces, contando siempre con su fiel escudero: «He seguido con él hasta ahora, nunca lo he dejado».
La vida de Laureano cambió con apenas veinte años, cuando la enfermedad degenerativa que padece le empezó a afectar y le hizo perder la visión progresivamente. «Empecé a tener problemas de visión por la noche. Un día fui al hospital con mi padre y él notó que algo fallaba. Me llevó derecho a una señal de tráfico que había a la salida y me choqué con ella; ahí nos dimos cuenta de que era grave y empezó mi periplo por oculistas de toda Cantabria y Barcelona», relata.
Laureano Lloreda
Directivo y aficionado
Sin poder ponerle solución, ahora Lloreda ve «luces y sombras», lo que no le impide seguir cada competición bolística a la que acude. «Yo sigo los bolos por el oído. Hay bolas más complicadas, pero yo las que van bien o las que van mal las noto. Sé si es corta, si bota en mitad de la caja y de birle igual. Hay sonidos que te confunden, pero la mayoría de las veces acierto». Una mezcla de experiencia e intuición generada en cuatro décadas en las boleras y un amplio conocimiento del deporte. «No sé explicar la diferencia exacta, pero una bola corta, de las que luego quedan cerca de la caja, cae más a plomo, más sólida, mientras que un lanzamiento más suelto desliza y hace otro tipo de ruido».
Una mente privilegiada cuyos conocimientos bolísticos van más allá. «También controla si la peña tiene buen birle o no», sonríe Abascal, que confirma la versión de Laureano. «Él tiene mucha memoria y calcula después de cada bola dónde está y no se le olvida». Inseparables dentro y fuera de las boleras, las dos pasiones del de Ceceñas son la peña Riotuerto y Laura Abascal, hija de José Antonio y puntal de la categoría femenina. Por eso, ni siquiera un corro con ruido o molestia le hace perder el ritmo bolístico durante una competición de sus dos referencias. «Siempre estoy muy atento, cuando juegan mi equipo o Laura no me despisto. De hecho los que están a mi alrededor me preguntan cuántos vamos», aclara Laureano. A su lado, su amigo sonríe y ratifica. «Es la calculadora de la bolera».
José Antonio Abascal
Presidente de Riotuerto
Además de ser aficionado la tarea de Laureano dentro de la peña Riotuerto abarca desde gestiones directivas a la organización de concursos, toda vez que se encarga de recoger las llamadas de las jugadoras femeninas para coger hora de tirada. «El ordenador me lee todo lo que escribo, cuando me llaman busco las horas libres y las adjudico. El concurso lo llevo en la cabeza, una chica me llama sin tener el ordenador delante y le doy hora sin problema».
Compenetrados y compaginados, Laureano y José Antonio se emocionan cuando recuerdan los momentos vividos juntos, sobre todo el Campeonato de España ganado por Laura en Barros en 2010. «Esa tarde fue inolvidable», sentencia uno de los aficionados que más boleras recorre a lo largo de la temporada. Momentos vividos, con vista y sin ella, con sonidos identificados o sin ellos, que forman parte de una tabla de salvación personal. Y es que los bolos también funcionan como terapia. «Muchas veces me he parado a pensar en qué hubiera sido mi vida sin José Antonio y sin los bolos. El invierno es durísimo para mí, no salgo de casa. Cuando llega la temporada para mí es vida. Sin los bolos mi vida sería una mierda». Los dos se emocionan, hasta que Abascal rompe el hielo. «Podías haber elegido otra peña para seguir, te lo hubieras pasado mejor». Laureano no cede: «El sufrimiento también me gusta».
Escudero de su presidente en los mejores y en los peores momentos, el mandatario de Riotuerto reconoce que su amigo es, sobre todo, «un confidente. A él le cuento todo, él sabe cuándo quiero dimitir, cuándo quiero seguir, cuándo quiero echar a algún jugador...». Incluso, cuando hace falta, le lleva de guardaespaldas. «Cuando hay problemas en la peña voy yo a las reuniones», confiesa Laureano: «En la peña hay una leyenda. Los jugadores veteranos les dicen a los nuevos que cuando voy yo a las reuniones, malo».
Como siempre que hay aficionados, una mesa y un café o una cerveza de por medio, la charla se alarga. La situación de los bolos, de la Liga, del mercado de fichajes y de todo lo que rodea a un deporte que, para muchas personas, es algo más que deporte. Es la vida, su vida. Aunque no puedan ver un emboque o un caballo, lo viven gracias al peculiar sonido de la madera. Bendita madera.
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