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Excesivo, en cuanto a duración y en cuanto a número de competiciones. Lo que hace 30 años no era un problema para los aficionados, ahora hace que el que va un día a ver un torneo a Torrealvega no vaya al día siguiente a verlo a Santander, porque sabe que va a ver lo mismo. Menos torneos, más escogidos y en fechas señaladas ayudaría a congregar más gente en la bolera.
No hay. O, mejor dicho, quedan muy pocos. Los bolos son un deporte ingrato, que cuesta mucho tiempo y dinero y pocos son los que todavía quieren sacrificar su ocio para dirigir una Federación o una peña. Atrás quedan los grandes patriarcas bolísticos y los estadistas capaces de ver más allá de una temporada. Es tarea de todos trabajar por el bien del deporte y con visión de futuro.
Uno de los grandes problemas. El mundo bolístico es reacio a cualquier tipo de cambio, en el reglamento y en el estilo de las competiciones, lo que estaca el juego en una sociedad cada vez más dispersa, diversa y despistada. Adaptar lo que ocurre sobre el corro al siglo XXI podría ayudar a que la gente joven se interese por los bolos.
Si Mahoma no va a la montaña, la montaña tiene que ir a Mahoma. Acostumbrados a tener gente en la bolera sin hacer nada, el mundo de los bolos se malacostumbró en los años de bonanza y ahora necesita iniciativas para atraer público a los recintos. Sorteos, incentivos, música… lo que sea con tal de ofrecer algún atractivo extra.
Poderoso caballero. El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla. Ahora mismo los bolos viven prácticamente de las aportaciones institucionales, lo que supone un arma de doble filo y un ejemplo de que hay que cambiar de filosofía para crecer. No se trata de pagar más a los jugadores, sino de dotar al juego de iniciativas capaces de atraer público y empresas. Eso y no perder lo poco que se tiene, como el escaparate de El Corte Inglés.
Partidos que se adelantan, que se atrasan, campeonatos que se solapan con otros… seguir el calendario bolístico es complicado y apenas se mueve para favorecer los días clave. La mayoría de espectadores de bolos son jugadores de otros equipos y categorías, por lo que si juegan todos a la vez las boleras pierden afluencia.
La mayoría de los clásicos habla de épocas antiguas con nostalgia. Había otra relación entre el jugador y el espectador, había roce y después de las competiciones los protagonistas departían con los que se encontraban en la bolera. Actualmente esto no pasa, lo que hace que el aficionado se identifique menos con los bolistas.
Es inviable que un torneo dure seis horas. Nadie pasa ya toda la tarde aposentado en una bolera salvo en tardes muy especiales y en las que el juego acompaña. Reducir el número de clasificados en la fase final o el número de tiradas y enfocar las finales hacia una resolución igualada son factores imprescindibles en la supervivencia bolística.
Poco tiene que ver la oferta de ocio de los años 90 con la actual, sobre todo en los pueblos. Por eso los bolos necesitan salir a la calle, reinventarse y entrar en móviles, ordenadores, tablets y dispositivos electrónicos varios.
La madre del cordero. Hay escuelas, los colegios van al Aula Madera de Ser, los monitores a los colegios y, recientemente, los bolos han entrado en las programaciones escolares. Un paso adelante que tiene que dar sus frutos y que necesita respaldo sobre todo a nivel local, en ayuntamientos, para recoger a todos los niños que se interesen por los bolos.
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