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De Panes a Eibar y de Barcelona al Puerto de Santa María, todo ello pasando por Madrid. Podrían ser los pasos a seguir dentro de una excursión turístico-gastronómica, pero son algunos de los lugares donde la madera todavía retingla de tarde en tarde para ... recordar que allí pace alguien con origen cántabro. Con la excepción de Asturias, que por cercanía tira del carro de los foráneos, y de la capital, la palabra todavía es la que mejor define la situación del bolo palma lejos de su origen. Y es que en algunas boleras es muy difícil que caigan los bolos.
La situación varía ostensiblemente de una zona otra. Desde las que tienen actividad habitual, como Madrid, a las que sólo usan la bolera una vez al año, como Eibar o Ermua. «No es lo que era antes, pero los bolos gozan de buena salud», aclara José Luis Juárez, vicepresidente de la peña Bolística Madrileña. «Tenemos una Liga con seis equipos y contamos con 60 fichas. Tira de todo Felipe Díez, aunque siempre hay gente para ayudar», especifica.
Más complicada es la situación en tierras vascas. Enrique Cossío o Antón Amilibia sostienen el juego en Bilbao, mientras que en Eibar la actividad se sostiene con un partido amistoso entre los armeros y sus vecinos de Ermua por las fiestas de San Juan. «Nos cuesta retomarlo cada año, ya hemos alcanzado la trigesimoquinta edición. Estamos pocos para organizarlo, pero es una tradición que hay que mantener», asegura Valentín Cabanzón, el presidente de la Casa de Cantabria de Eibar. Un problema similar sufren sus vecinos ermuarras, cuyo presidente, Antonio Rico Souto, es un coruñés sin vinculación familiar con Cantabria. «Ahora somos dieciocho socios, la gente se hace mayor y no hay relevo». Uno de los eventos que organizan es el Trofeo Fiestas de Santiago, que se celebrará el próximo domingo y que contará con la presencia de las jugadoras de la peña Campoo de Yuso.
La falta de relevo generacional y la falta de directivos para trabajar por los bolos son los principales problemas que sufren los bolísticos de fuera de Cantabria, un problema que en El Puerto de Santa María es menor debido al esfuerzo de la familia García. «En Andalucía somos entre 20 y 25 jugadores de todas las categorías», apunta Alejandro Garcia 'El Quillo', que junto a su padre José Manuel se desgasta para mantener la tradición. «Hemos estado incluso en un instituto, había bolera allí, pero se paró con la pandemia y es complicado conseguir niños de aquí». Tocados, pero no hundidos, los bolos sobreviven gracias a unos románticos que, sólo por el esfuerzo, ya merecen un reconocimiento.
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