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En 1623, Carlos Estuardo, a la sazón príncipe de Gales y heredero del trono inglés, se aventuró galante en España en busca de conquistar a María de Austria, hermana de Felipe IV. Como a la austera corte de los Austrias no le hacía gracia ... que una de las suyas se casara con un hereje la alianza quedó en agua de borrajas, pero entre sarao y sarao el futuro monarca y su séquito pasaron por Santander, donde uno de sus acompañantes dejó escrito, entre otras cosas, que todos los hombres, fuese cual fuese su condición, llevaban hábito de caballeros y que las mujeres «acostumbran a jugar a un juego bien conocido en Inglaterra, pinan bolos y lanzan una bola contra ellos. Esto sólo lo hacen las mujeres». Sin saberlo, Richard Wynn, un noble inglés que acompañó al príncipe en su viaje, dejaba el primer testimonio escrito sobre el juego de bolos en Cantabria.
A partir de ahí, el juego se mantuvo en sus raíces populares hasta entrado el siglo XX, cuando llegó el primer intento serio, con la Federación Montañesa en 1919, de reglar y aunar las normas que se usaban en los diferentes pueblos. La intentona no cuajó, pero fue el embrión de las Federaciones Cántabra y Española, que nacieron oficialmente en 1941. El juego pasó a deporte y mantuvo un crecimiento sostenido que le ha convertido en lo que es ahora mismo, en la modalidad deportiva cántabra por excelencia y en un referente que, eso sí, vive momentos complicados. Para algunos, como para José Antonio Abascal, presidente de la peña bolística Riotuerto, «viven el peor momento de su historia».
La crisis es evidente. Contando las cuatro modalidades bolísticas, en 2001 se expidieron 3.378 licencias, frente a las 1.992 de 2021; se apuntaron a competir 251 peñas, frente a las 177 de hace dos años y, lo que es más preocupante, en las escuelas había 1.050 alumnos, frente a los 591 actuales. Es decir, el doble. Era la época dorada de los bolos, una boom que comenzó a finales de los 80 con la llegada a la Federación del equipo directivo encabezado por Fernando Diestro. «Nosotros entramos en el año 88», aclara el expresidente, «en una situación muy precaria, preocupante y con pocos medios». Diestro venía de ser director regional de Deportes, conocía los problemas de los bolos y se puso manos a la obra para sanear al enfermo. «Obligamos, en cierto modo, a las instituciones a dar un cambio y ofrecer un apoyo total. Si ellos no se implicaban nosotros no seguíamos. Hicimos unas propuestas, las aceptaron, y le dimos una estructura moderna a los bolos».
Había un mal, se hizo el diagnóstico y se aplicó la medicina correcta. El resultado fueron años de esplendor en los que, además de apoyo público, el mundo bolístico contó con la ayuda de las televisiones en abierto (Popular Tv, Canal 8 y Localia) y de decenas de empresas que, con el ladrillo de fondo, invirtieron en peñas y patrocinios. «Hormisa, Carabaza Hidalgo, Construcciones Maldonado, Construcciones Alsam... Muchas empresas invirtieron en bolos en una época de esplendor económico», recuerda Abascal. «Jugábamos con ventaja, porque los bolos tenían mucha aceptación, y éramos bien recibidos donde íbamos. Eso sin quitar que había mucho trabajo por parte de todos los que formábamos la Federación», sentencia Diestro.
Años de esplendor, de boleras llenas y de dinero en abundancia que se difuminaron con la burbuja inmobiliaria y que dieron paso a una lenta decadencia que todavía no tiene freno. Menos dinero, menos peñas, menos jugadores y, sobre todo, menos espectadores. «Los bolos tienen tanta densidad de competición que hemos confundido a la gente. Un día se cuentan los bolos, otro día no, hay peñas, individual, otro día se juega a parejas», opina Jesús Salmón, uno de los que debutó en la época dorada y que se mantiene en la élite 30 años después. «Han muerto de éxito, de jugar un día, al siguiente, al otro y al otro. Así es imposible», sentencia el camargués, a la par que aporta una de las posibles soluciones para el resurgir de la madera. «Tanta actividad está perjudicando, de 25 concursos que hay hoy en día puntuables tendría que haber diez».
Un mayor apoyo institucional, una reducción del calendario... Las posibles soluciones se ponen sobre la mesa ante un sector reacio a los cambios y que todavía recuerda con añoranza las épocas pasadas, en las que la vida del pueblo se hacía en torno a una bolera. «La culpa de la situación actual es un poco de todos», cree otro mito como Rafael Fuentevilla. «Han querido modernizarlo y el jugador tiene que convivir con los espectadores de los bolos, la gente quiere conocer a las estrellas. Eso últimamente no se hace». Miguel, el mismo Fuentevilla, Arenal, Calixto, Ingelmo... Leyendas que además de jugar hacían piña con los espectadores. Para el mejor jugador de todos los tiempos, Tete Rodríguez, los concursos deberían dar un extra a los espectadores que acudan. «Antes había una sardinada o una parrillada y la gente casi sin querer se acerca a las boleras, y eso no es tan caro».
Si algo pone de acuerdo a todos los estamentos bolísticos es el trabajo del Aula Madera de Ser, que cada año da a conocer los bolos a miles de escolares cántabros. Sin embargo, y dada la cantidad de alternativas que tienen a su alrededor, la labor se queda corta. «Hay mucha oferta televisiva y deportiva para la gente hoy en día, sin entrar en la inteligencia artificial u otras cosas que hay», apunta Salmón, que aporta otro dato preocupante. «Se habla mucho de la duración de los concursos, pero yo creo que ese no es el problema. El problema es que realmente lo que ven no les gusta. Entonces no van ni una hora, ni dos ni seis». Por el contrario, para el Tete la longitud de las competiciones sí es un problema. «Antes duraban cuatro horas, ahora se van a seis y media o más. Tendrían que hacer una clasificación de seis y luego la final, algo así». El de Treceño cree, incluso que «a muchos niños les llevan a la fuerza, algunas escuelas parecen una guardería. Los padres llegan, les dejan allí y se marchan. Están 20 o 25, tiran una tirada y luego tienen que esperar un rato para volver a tirar y se aburren».
En el fondo de la cuestión quizá todos los problemas se reduzcan a dos: tiempo y dinero. Antes en todos los pueblos, en todas las boleras, había personas dispuestas a colaborar y a echar una mano. Ahora, y se ve en peñas históricas, es más complicado. «El principal problema de los bolos es la crisis de directivos, no hay gente dispuesta a trabajar», apunta José Antonio Abascal, que es el decano de los presidentes de Apebol. «No es de ahora ya, hay falta de directivos y falta de todo tipo de personas que quieran trabajar de forma altruista», remata Diestro, que añade: «Y eso que los bolos han gozado de mucho fanático que ha expuesto su dinero para hacer equipos o que se juegue».
Una crisis a todos los niveles que repercute en la actividad, en la promoción, en las competiciones e, incluso, en las relaciones institucionales. «Las instituciones tienen que plantearse que es un patrimonio, una seña de identidad regional, son patrimonio cultural inmaterial. Está muy bien decirlo, pero hay que apoyarlos y hacer todo lo posible porque perduren», apoya de nuevo Diestro, que durante 28 años tuvo las puertas abiertas de todos estamentos gubernamentales. «Para tenerlas tienes que llevar una buena mochila que puedas presentar, que te conozcan y que sepan lo que has hecho y lo que quieres hacer. Nosotros presentamos el primer proyecto para tres años, que pasaba de cuatro a 24 millones de pesetas, y nos lo aprobaron para tenerlo el primer año».
Lo dicho, tiempo y dinero. Además de al erario público, Tete cree que hay que implicar al sector privado. «Las empresas están como están, pero sin ellas es muy complicado». Y eso que personas como Abascal o Fernando Soroa, presidente de la Apebol, creen que los empresarios ven los bolos como algo arraigado, algo nuestro y no como un deporte caduco. Un calendario más reducido, más apoyo institucional, más trabajo a nivel directivo, apoyo privado... E incluso alguna vuelta al reglamento del pasado, como la que propone Fuentevilla, que no deja de ser un nostálgico. «Por ejemplo el emboque de 40 en la parte más fácil de la bolera estaba bien como estaba. Los más humildes tenían ventaja, porque con una bola te ganaban». Posibles soluciones de presente y de futuro para un juego que no es algo caduco para viejos, pero sí está formado por un sector inmovilista. De nuevo Diestro da con la tecla. «Yo antes de en los bolos estuve en el voleibol y allí hacíamos maravillas para llevar la gente al pabellón. Regalábamos entradas, hacíamos sorteos gratuitos, regalos... Nos movíamos». Había iniciativa. Y, no es por insistir, pero para eso hace falta tiempo y dinero.
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