La madera no deja de sonar en San Ignacio

«Desde el mes de enero vivo en Galdácano y cuando el tiempo me lo permite vengo a tirar a unas bolas», apunta un Chin Velasco que, tras pasar en los últimos años por Riotuerto o Hermanos Borbolla, este año ha regresado a Ribamontán al Mar, donde ya militó en el año 2015 y donde ha llegado para volver a unirse a sus excompañeros en Noja. «Raúl de Juana llevaba ya detrás de mí un tiempo, yo sabía que no iba a poder y le dije que buscara a otro, pero cuando vi que era enero y no encontraba a nadie, me decidí por hacerle un favor. Yo jugar iba a jugar, pero no a nivel de División de Honor, aunque al final las circunstancias han venido así». Con la permanencia como objetivo único, de momento el inicio para los de Loredo no está siendo fácil. «No hay que pensar en otra cosa, las circunstancias son las que son. Yo estoy fuera; Raúl lleva año sin jugar; Pablo Sañudo está cumpliendo las expectativas, pero es debutante y en algún momento se paga el peaje y Roberto de Juana está un poco tocado del codo. Nos cuesta ganar los partidos».

Actuamente, los de Loredo se metieron en puestos de descenso el pasado domingo tras caer en casa ante Riotuerto y la victoria de Los Remedios ante Mali, aunque las diferencias en la parte baja de la tabla son escasas.

Para preparar la temporada, el del Valle de Iguña se acercó antes de la Copa Apebol a un corro que, gracias a los habituales de la zona, encontró en buen estado. «Cuando vine el primer día pensé que iba a encontrar una bolera llena de hierba, pero está muy bien, como las de Cantabria». Acostumbrado al sonido de la madera, Chin reconoce que los vecinos apenas se fijan en su tarea. «Alguno pregunta, pero en líneas generales la gente suele ir a lo suyo. Miran, pero no dicen nada».

Un recinto cuidado en el que, además de Velasco, entrenan jugadores como Enrique e Íker Cossío (campeón de España de cuarta en 2020 y campeón regional benjamín en 2021 respectivamente) e Igor Ayuso, bolistas de Sobarzo, o los hermanos Antón y Koldo Amilibia, militantes de la peña de Beranga, de Segunda especial. Todos ellos, eso sí, están adscritos a la peña San Ignacio y los tres primeros tuvieron hace escasas fechas un recibimiento especial en el Ayuntamiento de Bilbao, invitados por la alcaldía y con recibimiento por parte del concejal Carlos García. Un esfuerzo extra, con viajes a Cantabria cada fin de semana, que demuestra que cuando los bolos están dentro del organismo es muy difícil quitar el gusanillo. Y eso que, en el caso de los más pequeños y como es habitual en muchos niños, comparten la arena con la hierba de los campos de fútbol.

Compañeros de viaje y de entrenamientos para Chin, que, de todos modos y como él mismo confiesa, está acostumbrado a entrenar solo. «Siempre me ha gustado hacerlo en solitario, porque te paras, analizas cada bola que fallas, dónde pisas y qué gestos haces. Hubo etapas de mi vida que incluso me grababa, luego lo analizaba y me venía muy bien». Lo que no podrá hacer el de Pedredo es compaginar trabajo, entrenamientos con la peña los viernes y concursos, aunque confiesa que alguno quiere tirar. «Mientras esté aquí, me gustaría hacer alguno, pero va a ser complicado. De momento, estoy hasta junio. Tiene pinta que se va alargar más; entonces decidiré».

Con los bolos fuera de Cantabria tocados, muy tocados, que un jugador de División de Honor sume tiempo de entrenamiento en un corro como el de San Ignacio siempre es un soplo de aire fresco, sobre todo para que no caiga en el olvido un lugar histórico que acumula muchas páginas bolísticas en su memoria y que, eso sí, nunca ha dejado de tener actividad. Ellos también merecen un reconocimiento.

Para darle más fuste a la actividad bolística, el próximo viernes 19, a partir de las 19.30 los habituales del corro ofrecerán una exhibición ante los comerciantes del barrio, una manera de acercar todavía más el mundo del bolo palma a una zona que no olvida que alguna vez pasaron por allí los más grandes de la modalidad.

Una voluntad de permanencia que hace que los bolos mantengan la esperanza de no caer en el olvido. El futuro es complicado, pero mientras Íker o Igor, que representan el futuro, tengan un trozo de madera entre sus manos, al menos habrá fe. No será deporte de élite, pero sí será un juego de caballeros.