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No están todos los que son, pero son todos los que están. Julián Vélez y su equipo directivo se enfrentan a una legislatura llena de oportunidad en la que, eso sí, las dificultades tampoco son baladí, una dificultades en forma de retos que se ... no son nuevos, que llevan años arrastrándose y que, en algunos casos, son auténticas losas difíciles de solucionar.
Como el orden de los factores no altera el producto, el primer reto de presidente, directiva y asamblea es el futuro, y ese pasa por el Aula Madera de Ser. Un reto que se presenta doble, porque a fomentar, potenciar y reforzar la relación entre enseñanza y bolos se une la obligación de mantener en pie el propio edificio federativo, que presenta graves deficiencias como goteras y grietas y que necesita ser reparado ya, algo para lo que tendrán mucho que decir (casi todo), Ayuntamiento de Santander y Gobierno de Cantabria. Sin tener culpa ninguna, el estado del edificio quizá sea una metáfora de lo que ha sido el organismo federativo los últimos cuatro años.
Madera de Ser El futuro de los bolos, el eje vertebrador de la pervivencia de la modalidad.
Convenio con Apebol El primer asalto llegará pronto. Decisivo para los bolos.
Impulso económico. Obtener recursos y facilitar el acceso a subvenciones.
Los bolos en la sociedad. Si nadie habla de ti, no existes. Los bolos deben volver a la calle.
Otras modalidades. Siempre presentes, siempre olvidadas. Cada una con sus necesidades.
Colectivo arbitral. Siempre en el filo, el único estamento de la otra candidatura.
Comité de Competición. De imprescindible existencia, se debe revisar.
Con sus dificultades, lo de Madera de Ser es lo fácil. O lo tranquilo, mejor dicho. La renovación del convenio con la Apebol será harina de otro costal. Condenados a entenderse, Vélez tendrá que lidiar con las peñas de División de Honor y con parte de su propia asamblea, que ya ha demostrado en los últimos cuatro años que con la máxima categoría. Con los tres descensos como telón de fondo, las dos partes tendrán que ceder en un tira y afloja entre caballeros en el que lo primero debe ser el bien de los bolos.
Pero no sólo de palma viven los bolos. El resto están ahí, todos las apreciamos, las miramos con cariño, pero la realidad es que apenas tienen atención en momentos puntuales. Son las otras modalidades, los pasabolos, el losa y el tablón, y el bolo pasiego se autogestionan casi dejados a una suerte dispar en la que los de tablón llevan la delantera gracias al trabajo ingente de varias peñas y escuelas que han logrado meter el veneno del tire a la gente joven. De nuevo la cosa requiere un plan, reuniones, inversión y gente con ideas capaz de sacar adelante una modalidad, el losa, muy reducida geográficamente, y otra, el pasiego, necesita de renovar el escalafón. Pase lo que pase, se merecen atención.
El Santo Grial lo trae, como diría aquel, los dineros. Sin ello no hay paraíso, los euros prometidos hace cuatro años se quedaron por el camino y los bolos siguen siendo igual de pobres (o de ricos), que lo eran hace cuatro años. Julián Vélez ya señaló en este periódico que la cosa tienen que vertebrarla las administraciones públicas, es decir, hay que ordeñar más la vaca de Peña Herbosa y de las casonas municipales. No le falta razón, aunque el impulso definitivo tienen que darlo patrocinadores privados, algo más complicado debido a la falta de grandes firmas en Cantabria capaces de echarse a la espalda el sustento económico de un deporte que también tiene que plantearse que algo tiene que cambiar para conquistar a la chavalería. Más complicado parece incluso solventar la necesidad imperiosa que tienen las peñas de que les faciliten el acceso a subvenciones. Un engorro burocrático que viene de arriba, de muy arriba, y que convierte cualquier factura en oro molido.
Para que el dinero llegue a las boleras, la gente tiene que ir y conocer las boleras. Nadie habla de bolos. O, al menos, nadie con una edad que asegure la pervivencia de los grandes bolos en el futuro. Hay generaciones que todavía viven de Tete, Óscar y Salmón, como si El Junco y el camargués fueran todavía adolescentes. Los bolos tienen que volver a la sociedad, a los corrillos, a los bares, a las conversaciones de los colegas un viernes por la noche. Para eso hay que ofrecer bolos para todos, desde iniciativas como la Birle Cup hasta entradas gratis en todos los colegios de Santander, por ejemplo, para determinados partidos. Moverse, moverlo, ajustar calendarios, potenciar las nuevas tecnologías y quitar lastre de competiciones que duran horas y horas. Dicho así parece sencillo, pero las ideas necesitan valentía, capacidad, ganas... e inversión. Sí, lo del Santo Grial, ese dinero que necesitan los bolos.
Dentro de las tareas inminentes aparece la del colectivo arbitral. El buen trabajo del comité en los últimos cuatro años contrasta con las tiranteces de los seis colegiados asambleístas con la parte de la Apebol tras votar a favor de la reestructuración de las Ligas Regionales. Mejorado el equilibrio entre veteranía y juventud, el colectivo (qué palabra tan complicada), necesita unidad de criterios, ganar de crecer y una apuesta fuerte para que nadie vuelva a decir jamás que sólo se dedican a pasar el pie. Y, visto lo visto, necesita también una junta directiva que les respalde y tome decisiones ante faltas de respeto.
El bonus es, por supuesto, el comité de competición. Estar debe estar, como las meigas, pero sólo aparece muy de vez en cuando y con cuentagotas. Por ejemplo, la denuncia que la Apebol hizo en verano por la ruptura del convenio con la Federación sigue sin respuesta. Que cualquier resolución se oculte al mundo de los bolos (en la mayoría de los deportes las sanciones son públicas), tampoco ayuda a confiar.
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