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Antonio San Miguel, durante su etapa de ciclista en los años treinta y en la actualidad.
«Ando parecido a cuando gané... Y cien años no son una broma»
Ciclismo

«Ando parecido a cuando gané... Y cien años no son una broma»

El polifacético Antonio San Miguel, primer ganador de la Subida a La Atalaya, cumple hoy un siglo

Marcos Menocal

Santander

Miércoles, 27 de mayo 2020, 07:21

Sonríe y ataca. «Les di un buen meneo en la última curva. Entré en solitario, arriba en la meta. Y luego me bajaron en hombros hasta la zona del Ayuntamiento como si fuera un héroe», recuerda Antonio San Miguel (1920, Santander) con una claridad que abruma. Arrancó sin miramientos y sus apenas 55 kilos se despegaron del asfalto de la popular cuesta de La Atalaya, un rampón de un kilómetro con desniveles vertiginosos en el corazón de Santander. Corría el año 1938 cuando, con apenas 18 primaveras, Antonio se convertía en el primer ganador en aquel final que pasaría a ser santo y seña del ciclismo. Hoy, aquel «menudito corredor» cumple 100 años: «Y ando parecido. Peso por ahí, más o menos. Y es una gozada estar como estoy ¡Cien años no son una broma!».

Antonio tiene un siglo de recuerdos a pedales. «Con doce o trece años me subí en una bicicleta y ya no me bajé», señala. Fue ciclista, director, mecánico, presidente de la Federación Cántabra y regentó un taller-tienda de bicicletas. «Ni sé lo que me tocó hacer», indica mientras esboza una sonrisa. Quizás por esa pluriactividad que le persiguió tantas décadas ahora le llueven las felicitaciones. «Hemos hecho buenos amigos. He llevado una vida muy fácil. No he sido bebedor, me he cuidado, fui trabajador... Nada especial y hasta aquí he llegado».

«El ciclismo es duro cuando no se entrena o no se prepara uno. Mira Bahamontes y Pérez Francés, iban como motos»

Antonio San Miguel | Exciclista

Fibroso, de pierna estilizada y poco cuerpo. «Se me daba bien subir, pesaba poco», reconoce el centenario ciclista cántabro. Ganó carreras como corredor, pero pronto tomó las riendas. Fue presidente de la Cántabra en dos décadas distintas, colaboró estrechamente en la organización de la Vuelta a Cantabria «y en muchas más carreras». Antonio era el comodín. «Siempre que faltaba algún técnico, me iba yo a la selección cántabra. Ganamos en Madrid, Sevilla, Málaga...». Y es que Antonio conocía los secretos. «Yo iba a los hoteles y les decía: ¿Qué comen los ciclistas? Pues les va a dar un filete con patatas además de todo eso. Y fuimos campeones de España», rememora. «Nos llamaban los triperos». Antonio alistaba a los Toño Linares, Pontón, San Emeterio... «Éramos amigos y un equipazo». El cumpleañero quiere desmitificar el ciclismo. «Claro que es un deporte duro, pero lo es cuando uno no se prepara bien, cuando no entrena. Bahamontes, Pérez Francés y todos aquellos se entrenaban muy bien y mira cómo ganaban las carreras. El que no está en condiciones lo pasa mal». Esa lógica aplastante con la que Antonio le pone el sello al deporte de los pedales cobra aún más fuerza cuando recuerda a Pérez Francés. Echa la vista atrás más de ochenta años y... «En 1936 Pérez Francés ganó la Montaña del Tour de Francia. Era la primera vez que había el premio. Era supersónico.», añade. Su corredor fetiche. Tanto que si se le pregunta por si se imagina al de Peñacastillo codo con codo con los Froome, Bernal, Nibali y compañía... No lo duda. «Eran otros tiempos, pero seguro que se pegaba con ellos».

«En aquella época se comía bien cuando se podía. Comida de pueblo se llamaba: cocido, carne, patatas...»

Un siglo de motivos

Antonio tiene un recuerdo para cada ocasión. Desde aquel día que le dijo a Linares, al coronar La Rabassa (Cataluña), «ahora ya puedes meter la cabeza en el manillar y apretar hasta la meta sin mirar para atrás» para ganar en la Volta, hasta hoy, han pasado siete décadas de carreras. Coincidiendo con su cien cumpleaños hace un esfuerzo por recordar «lo bien que se comía cuando se podía. Comida de pueblo, que se decía; cocido, carne, patatas... Si no se come no se rinde», recuerda. Y las argucias para ser mejor que el de al lado. «Mi bici pesaría nueve, o diez kilos. El día de la subida a La Atalaya le quité los frenos para que pesara menos». Cuestión de prioridades. Cantabria ha alumbrado varios portentos de los pedales. Campeones del mundo y ganadores de etapas en las grandes, pero también genios de andar por casa: «Aquí estoy para lo que haga falta, menos para subir La Atalaya. Allí cumplí». Uno de estos es Antonio. Un siglo de motivos.

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