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El origen de la Vuelta Ciclista a España no fue un acontecimiento espontáneo, ni una iniciativa anónima apoyada por el diario Informaciones, como se dice. Fue idea de un hombre empapado de ciclismo y entusiasmo y con una dilatada experiencia como corredor y, sobre todo, ... organizador. Su nombre es Clemente López-Dóriga (Santander, 1895-Madrid, 1957).
Su trayectoria está unida a la saga de una familia con fuertes vinculaciones políticas, en la industria naval y el deporte, especialmente en la vela y el ciclismo. Hijo de Victoriano López-Dóriga Sañudo (Santander, 1855-1938), capitán de corbeta, naviero, veterano de la guerra de Cuba y comandante interino de Marina tras la explosión del Cabo Machichaco. Casado con su sobrina, Matilde, hija del fundador del Astillero de San Martín, Antonio López-Dóriga y Aguirre, fue uno de los fundadores en 1927 del Real Club Marítimo.
En ese acomodado ambiente familiar creció Clemente. Estudió la carrera de Náutica y pronto se aficionó al ciclismo, pero su padre le prohibió expresamente que participara en las competiciones ante la pérdida de uno de sus cinco hermanos, Alfredo, en una trágica muerte descendiendo en bicicleta la cuesta de La Pajosa.
Sin embargo, la bici pudo más que la autoridad paterna. Entre los ciclistas inscritos de una nueva edición del Circuito de El Sardinero, que se disputó el 23 de septiembre de 1913, se encontraba un seudónimo que contrastaba con los nombres y apellidos del resto de los participantes. Se trataba de Lapize, un escondrijo para un chaval de 18 años que quería ocultarse ante la prohibición de su familia. Debutó con un excelente tercer puesto.
Corredor que se desenvolvía bien en el sprint, fue campeón de velocidad de Santander en 1915, 1916 y 1918 y de Castilla la Vieja en 1918 y 1919. Pero también era un luchador en las distancias largas, cuando los corredores llevaban los tubulares cruzados por la espalda y apagaban la sed con una cantimplora de explorador, reponiendo fuerzas con trozos de pan blanco ahuecados para introducir el fiambre que llevaban en los bolsillos.
Tuvo la oportunidad de conocer a Victorino Otero, un leonés que había corrido en Francia y que en 1918 cumplía con el servicio militar en Santander. Clemente se interesó por su espléndida máquina, una Gabriel Lucien comprada en el país galo, y a partir de ahí mantuvieron una estrecha relación hasta el extremo de que en 1919, durante la prueba Santander-Reinosa-Santander, Otero pinchó y López-Dóriga, que también participaba, le cedió su bicicleta, un gesto que les uniría aún más.
Colgó la montura en 1921 y a partir de ahí se dedicó a organizar pruebas en compañía de sus dos hermanos, Miguel y Ricardo, alternándolo con sus colaboraciones en la prensa. La Madrid-Santander en dos etapas le consagró en 1923 como responsable de grandes citas y comenzó a preparar y ayudar a Victorino Otero, que en 1924 se convirtió, junto a Janer, en los primeros españoles que culminaban el Tour de Francia. Ese mismo año, toma contacto con Vicente y José Trueba, a los que animaría para llevarlos a la Grande Boucle. Del primero de ellos fue padrino y mentor, la famosa 'Pulga de Torrelavega', en sus participaciones en la ronda gala de 1932, 1933 y 1934, sin abandonar la organización de pruebas como la Subida al Escudo (1931), la Subida a Alisas (1934), los campeonatos escolares organizados por El Diario Montañés y, en 1935, su gran creación: la Vuelta Ciclista a España.
Clemente era un hombre muy bien relacionado. Contactos que sabía utilizar para defender a los suyos. Además, tenía un gran prestigio como informador ciclista, y en el periódico Informaciones de Madrid se encargaba de hacer las crónicas de las importantes competiciones a las que asistía.
En 1934 se instaló en Madrid y logró convencer al director de Informaciones, Juan Pujol, para que el periódico se embarcara en la aventura de poner en marcha una gran carrera de etapas como las que ya tenían Francia e Italia. Su experiencia fue esencial para el éxito de aquella histórica primera edición. Involucró a un buen número de contactos que tenía por toda España. Naturalmente, Santander iba a ser uno de los destinos principales donde se nombró un comité que presidió su hermano Ricardo para cuidar el paso de los ciclistas por la provincia.
Llegó el gran día. El 29 de abril de 1935, desde la Ronda de Atocha de Madrid, medio centenar de corredores, entre ellos los tres hermanos Trueba, iniciaría su marcha de 3.425 kilómetros, divididos en 14 etapas, diez de las cuales superaban los 250 kilómetros. Y todo ello sobre bicicletas de hierro muy pesadas, con continuos pinchazos y averías que debían arreglar los mismos corredores. Otro mundo. Tras la primera jornada, Madrid-Valladolid, le seguiría la que arrancó en Pucela hasta Santander. Desde Palencia, La Vuelta entraría en Cantabria por Reinosa, con un descenso impresionante por las Hoces de Bárcena, con velocidades de 80 kilómetros por hora.
El ciclista español Antonio Escuriet entraría en primer lugar en la capital cántabra, con un tiempo de ocho horas, 43 minutos y 37 segundos, convirtiéndose en el primer líder español de la prueba, seguido de Salvador Cardona y el belga Gustavo Deloor, que a la postre sería el vencedor en una reñida lucha con el español Cañardo. La Vuelta continuaría desde Santander hacia Bilbao, San Sebastián, Zaragoza, Barcelona, Tortosa, Valencia, Murcia, Granada, Sevilla, Cáceres, Zamora y Madrid.
López-Dóriga también organizó la segunda edición de la ronda, en 1936, y la reanudación en 1941, tras la Guerra Civil, pasando posteriormente a tutelar la prueba el diario Ya, que con Clemente López-Dóriga organizó las ediciones de 1942, 1945, 1946, 1947, 1948 y 1950.
El santanderino fue vicepresidente de la Unión Velocipédica Madrileña y seleccionador nacional de ciclismo, alentando otras competiciones, como la prueba Madrid-Lisboa, Madrid-Salamanca-Madrid, Madrid-Oporto o el Campeonato de España por Regiones. Antes de fijar su residencia en la capital de España, fue un experto navegante y secretario del Aero Club de Santander.
Recibió la Medalla de Oro al Mérito Ciclista y su energía se iría debilitando con los años. Aquejado de una parálisis en sus piernas, aún pudo colaborar en la organización de pruebas de su Cantabria, como el Gran Premio San Migueluco, el Circuito de Torrelavega, el Gran Premio Sniace o el Campeonato de España de Montaña de 1952, con final en El Malecón de la capital del Besaya.
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