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A Vicente Trueba le apodaron la pulga, como a Lionel Messi. Ahí es nada. Sin embargo, al cántabro no fue exactamente por su pequeña estatura ... y complexión menuda como el argentino, a pesar de que hubiera podido ser así, sino por su «frecuencia y facilidad para saltar del pelotón ciclista», en el que no le gustaba mucho pedalear. Prefería rodar solo. Así hizo en innumerables ocasiones, pero hubo un año en concreto, en 1933, donde se le fue mano con eso de quedarse sin compañía. Fue en el Tour de Francia, cuando coronó en primer lugar los puertos de Aspin, Tourmalet, Aubisque, Ballon d'Alsace, Peyresourde, Galibier, Braus y Vars. Él solito. Obviamente ganó el premio de la montaña, pero eso fue lo de menos porque el torrelaveguense fue uno de los cuatro únicos corredores que finalizaron la ronda gala en tiempo y sin que los tuvieran que repescar por fuera de control. En otras palabras, si eso lo hubiera hecho años más tarde, habría sido el ganador final.
La semana pasada la Asociación del Museo Vicente Trueba de Torrelavega y el Ayuntamiento de Riotuerto evocaron la figura deportiva del ciclista en el 35 aniversario de su fallecimiento. El presidente de la asociación, Cipriano Helguera, y el alcalde de Riotuerto, Alfredo Madrazo, depositaron flores en el monumento al ciclista que se encuentra ubicado en La Cavada, camino del ascenso al puerto de Alisas, obra del artista Jorge Mier, que fue inaugurado en 2005 con motivo del centenario del nacimiento del famoso corredor.
Se encuentra ubicado junto a una fuente que no deja de ser parada y fonda de los corredores. En las faldas de una de las cimas más representativas del ciclismo cántabro, el lugar donde se recuerda al legendario ciclista se ha convertido en el muro de las lamentaciones particular y de las plegarias de tantos cicloturistas que se avituallan convenientemente antes de exigirse de lleno con las rampas de Alisas. Junto al monumento reza una inscripción en honor a la 'Pulga', primer deportista cántabro que alcanzó reconocimiento internacional por sus memorables actuaciones en el pelotón internacional.
Ante el monumento, Cipriano Helguera dio lectura a uno de los artículos periodísticos aparecidos en la 'Gazzeta dello Sport' en 1933 donde se describe la sorpresa del público, de los críticos internacionales, de los organizadores y de los propios ciclistas «cuando un pequeño ciclista español, que corría solo, sin equipo, comenzaba a ganar distancia en las montañas con una fuerza, ritmo, estilo y postura sobre la bicicleta desconocidas hasta entonces en el ciclismo e imposible de seguir por sus rivales». El prestigioso diario le dedicó aquel año numerosas líneas, pero fueron aquellas las que darían la vuelta al mundo. Nadie puede tan solo imaginar lo que debía ser ascender aquellas callejas de tierra para acceder a las grandes cimas, «y todo -como reza en aquella hemeróteca del diario galo- con una leve sonrisa en su rostro».
Vicente Trueba falleció el 10 de noviembre de 1986. Desde entonces descansa en el cementerio de La Cavada, lugar de nacimiento de su esposa, Josefina Bedia, que fue una de las impulsoras de su memoria. En 2005, el año en el que Vicente habría cumplido los 100 años, recibió la medalla del Tour a título póstumo.
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