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Con el Teka, en una etapa de la Vuelta al País Vasco de 1980.
Cuarenta años sin Alberto Fernández
El Galleta

Cuarenta años sin Alberto Fernández

Se cumplen cuatro décadas del accidente de tráfico que se llevó al ciclista cántabro que revitalizó a los españoles más allá de las fronteras

Marcos Menocal

Santander

Sábado, 14 de diciembre 2024, 07:31

Un francés, Èric Caritoux le arrebató la Vuelta a España por seis segundos, la distancia más pequeña de la historia en una de las 'grandes'. Y otro, la vida, cuando su coche invadió el carril contrario y chocó frontalmente con el vehículo donde viajaban Alberto Fernández (Cuena, 1955- Pardilla, 1984) y su mujer, Inmaculada Sainz. Entre un momento y el otro apenas habían pasado siete meses. Hoy se cumplen cuarenta años desde que 'El galleta' se marchó de repente. Tenía 29 años y varias guerras ganadas, pero se fue con muchas más pendientes por vencer. Aquel 14 de diciembre de 1984 el asfalto y el destino se lo llevaron en el camino de vuelta a su casa, en Aguilar de Campoo. Venía de Madrid de recoger la Copa del Superprestigio como el mejor del año. El trofeo viajaba en el asiento trasero del coche con el matrimonio. Allí se quedó. Mudo. Como el ciclismo español.

Fernández nació en Cantabria, pero siendo muy pequeño se trasladó a la localidad vecina. Medio cántabro, medio palentino, creció rodeado de fábricas de galletas y aprendió a subirse a la bicicleta de la que nunca quiso bajarse. A la que amó y cuidó.

Fue el encargado de volver a dar cuerda al reloj del ciclismo español, estancado desde Ocaña o Fuentes, y de perder el respeto a los rivales más allá de Los Pirineos. «En aquella época no quería nadie ir al Tour, ¿para qué? Era sufrir y sufrir para nada, pero él fue quien recuperó la autoestima y la confianza», recuerda Alfonso Gutiérrez, el sprinter de Lantueno a quien apadrinó 'El Galleta' desde que dio el saltó al profesionalismo. «Fue mi maestro; me enseñó el oficio. Primero, Linares, como director, y luego él; nos llevaba a los jóvenes a entrenar, nos cuidaba... Era un fenómeno», añora Gutiérrez.

Las frases

Exciclista ganador del Tour 88

Pedro 'Perico' Delgado

«El cambió la forma de afrontar las grandes Vueltas y ayudó a que se le prestara atención al ciclismo en España»

Exciclista profesional

Alfonso Gutiérrez

«En aquella época nadie quería ir a correr a Francia. Había miedo. Y él cambió la mentalidad y la confianza»

Exciclista ganador Vuelta 82

Marino Lejarreta

«No era un súperclase, pero tenía una clase superior. Era constante y se cuidaba mucho. Fue un referente para todo»

Exciclista y profesional

Santiago Revuelta

«Era un ejemplo para los jóvenes. Les cuidaba y les enseñaba. Venían a decirme:'Gracias por ponerme con él'»

Dos años antes de que aquel coche se cruzase en su camino, en 1982, Fernández acabó décimo en el Tour de Francia y al año siguiente fue tercero en la Vuelta y en el Giro de Italia. «Era el referente en las grandes. Revitalizó la forma de afrontarlas y ayudó a prestar atención a lo que hacían los españoles fuera de España», explica Pedro Delgado, 'Perico', ganador del Tour de Francia cuatro años después, en 1988, y heredero de aquel impulso que capitaneó el de Cuena.

Han pasado cuarenta años y aún arranca suspiros cuando se habla de él. Todos los 14 de diciembre hay quien se muerde el labio por la pérdida de un ciclista sencillo, pero pionero y referente. «No era un súper clase, pero tenía una clase superior. Siempre en primera línea. Un profesional como ninguno, con una constancia sin igual», añade Marino Lejarreta. El Junco de Bérriz compartió guerras desde pequeñajos. Fueron enemigos íntimos.

Perico y Marino recogieron ese estandarte la década siguiente a la desaparición de Fernández. Los tres se conocían de juveniles y amateurs. Eran rivales. Amigos. Jugaron juntos a ser ciclistas y les salió bien. «Corría mucho en País Vasco y nos teníamos a veces que aliar para ganar a los que tenían mejor equipo que nosotros. No éramos compañeros, pero al final acabábamos juntos», señala el de Bérriz, otro de los corredores más carismáticos de los años ochenta y noventa.

La mayoría de edad les cogió dando pedales. Eran el futuro de un ciclismo que sacaba la cabeza más allá de las fronteras. «Se nos quitaban las ganas de hablar al pasar el peaje de Irún. Todos callados», admite Gutiérrez. «Eran los años en los que los titulares eran del tipo: 'Los españoles, lo previsto, ni se les ha visto'», recuerda Perico, con cierta nostalgia y resignación.

El Galleta se refresca durante una entrevista tras competir.

Un genio de andar por casa

Sin embargo, Fernández se empeñó en llevar la contraria. Su personalidad, dedicación y carácter le proporcionaron un carisma que traspasó su propia condición de ciclista. Aglutinó los cariños de los aficionados y de los medios de comunicación. Se convirtió en el aspirante a todo. «Se puede decir que fue quien encendió la vela, quien demostró que no éramos unos matados y cambió un poco el concepto que luego ya seguimos nosotros», añade Delgado, que si bien el segoviano en el 82 acababa de dejar aparcado el traje de la mili para subirse a la bicicleta, en el 83 ya ganó etapas en el Tour. «Pasamos de que dijeran 'pero dónde van estos, a ser protagonistas'». Ese año sufrieron juntos en aquella Vuelta «que ganó Hinault como quiso», recuerda Lejarreta, que compartió podio en La Castellana con el 'Caimán' y con Fernández. Los tres en los más alto. Hinault, uno de los más grandes, y los dos españoles.

España se preparaba. Todavía quedaba que rumiar. La Francia de Platini le ganaba la Eurocopa a la de Arconada en el Parque de Los Príncipes, pero ya se intuía el aliento de los españoles en la carretera. La distancia se iba reduciendo. «En aquella época era impensable que un patrocinador español permitiera que los ciclistas se fueran a correr el Tour y dejarán el calendario español», argumenta Perico. «Lo que hizo Eddy Merckx en 1973 de venir a correr la vuelta y dejar el Tour, eso no lo hacía un español», insiste. Eran otros tiempos. Correr en Francia era cosa de 'Matahombres', como decían los diarios galos. Fernández fue uno de los precursores de que todo eso ocurriera. Empujó la historia. Derribó la puerta y todo a base de humildad y cercanía. Un genio de andar por casa. El de Cuena era un líder silencioso, que atraía sin quererlo. «Era como un hermano mayor;siempre pendiente de los jóvenes. En mi primer año en profesionales iba siempre mirando dónde iba en el pelotón. Organizaba partidos de fútbol en invierno, marchas a la montaña... Hacía grupo», señala su 'ahijado' ciclista. Aquel 1984, Gutiérrez había sido el español con más victorias del año. Ya no eran compañeros, porque Fernández había cambiado los lunares del Teka por el azul del Zor, de Javier Mínguez, pero, sin embargo, los inviernos eran iguales. Corriendo con aquellas piernas fuertes, pero torpes con la pelota, por la playa mataban las mañanas en los meses en los que soñaban con mojarles la oreja a los franceses.

Perdió la vuelta de 1984 por seis segundos, siete meses antes de que la carretera parase su reloj para siempre

En familia. La del Teka fue la primera como profesional. Con el patrón dispuesto a seguirle la corriente al 'Galleta'. «Era muy metódico, efectivo y siempre preocupado de entrenar bien y de ganar», indica Santiago Revuelta, director y mandamás de aquel equipo cántabro que se atrevió a cruzar al otro lado y correr el Tour «cuando no sabíamos ni dónde estábamos pinados. Pero Alberto venía a mi casa y me contaba sus deseos. Yo le decía: 'Lo piensas todo'. Quería ir a allí.Estaba convencido de que podía estar con los mejores», añade Revuelta, quien ha prestado al CC Aguilerénse un coche original del Teka de su Museo del Ciclismo para el homenaje que hoy recibirá Fernández en Aguilar de Campoo. Por las manos de Revuelta pasaron los mejores ciclistas españoles –y no españoles– en el pionero equipo que regentó con mano firme e innovadora. «Por ahí tengo el recibo de lo que tuvimos que pagar para ir a correr el primer Tour», explica. Teka fue uno de los que abrió la lata que luego, con permiso de Orbea MG y otros tantos, asumió Reynolds como buque insignia en el ciclismo internacional.

Alberto Fernández, de blanco, con el maillot de primer español, en la Vuelta a España 84 junto a Éric Caritoux, el ganador.

Fernández era un convencido y su tenacidad le dada un plus. De los que no se rinden aún perdiendo. Siempre dispuesto a todo. Esa era su filosofía. «Una vez cenando en mi casa su hijo pequeño se cayó de la silla y fuimos rápido a verle, pero me dijo; 'Déjale, déjale, que se levante solo'», recuerda con una expresión aún de sorpresa cuarenta años después. «Ya verás cómo puede», decía. Aquel pequeño era Albertín, el hijo de Alberto y Macu, a quien también se le pasó el tiempo a pedales –fue profesional con el Karpin– y quien no pudo conocer a sus padres. No le dio tiempo. Aquella noche se cruzó demasiado rápido.

«Aún recuerdo los gritos de mi mujer cuando nos enteramos de la noticia. Fue una pérdida irreparable». El patrón del Teka corrobora esa actitud generosa y paternalista del Galleta con los chavales. «Venían a decirme: 'Qué bien me pusiste en la habitación con Alberto en aquella carrera'». Ese invierno fue más frío que ninguno. Fernández dejó ojiplático al país. Un ciclista humilde y sencillo que sin ganar todavía ya despertaba admiración. «En Francia ya le querían mucho. Eso era algo impensable en aquellos tiempos, pero él se había metido a la gente en el bolsillo», concluye.

A Perico le cogió la noticia en su casa.La noche anterior habían cenado juntos. A Alfonso, en la mili. Aún se emociona al recordarlo. A Lejarreta, entrenando «por ahí perdido» y se paró de repente. A España le pilló frotándose las manos con lo que pensaba disfrutar con todos ellos. Lo hizo, pero sin Alberto Fernández.

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