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Biniam Girmay no tiene una meta; tiene una misión: extender el ciclismo por África, el continente descalzo. Por eso corre. De ahí su grito liberador al vencer en Jesi.
Cuando hace unas semanas ganó una clásica de la talla de la Gante-Wevelem proclamó en ... alto cuál era en realidad su meta: «Quiero ser un ejemplo para África». Ya lo es. Acaba de imponerse en la décima etapa del Giro. El primer africano negro que llega tan alto. Pionero nacido en un país, Eritrea, que fue colonia italiana, que aprendió a amar el Giro importado por sus colonizadores, devotos de Coppi y Bartali. «Por eso, vencer en una etapa sería un símbolo para los eritreos», había declarado antes del Giro este joven de 22 años que fue capaz en la meta de Jesi de mantenerle el pulso al ciclista más bestia del pelotón, Van der Poel. El neerlandés remontó y se puso en paralelo. Durante un instante para la historia los dos compartieron la misma agónica pedalada hasta que, ¡Pumba!, Van der Poel reventó. Se sentó. Y levantó un pulgar de reconocimiento y admiración a su joven rival, que ya elevaba los brazos en pleno grito feliz. La voz de África, de la colonias. Girmay es el primero. Su apóstol.
La etapa, tras del día de descanso, corría entre el Adriático y los Apeninos. Allí cada pueblo tiene una cuesta. Un muro. Entre esas paredes se ahogó la fuga de De Marchi, Basi y Peeters. Los equipos de Van der Poel y Girmay, los favoritos, apretaban tanto que convirtieron esas colinas de Ancona en alta montaña. Hasta Carapaz, que había sufrido una caída, pujó en un repecho. Landa, Bardet, Pello Bilbao y el líder, 'Juanpe' López no le concedieron carrete. Entre todos incendiaron ese final. Van der Poel, que algo sospechaba, trató de huir de la sombra de Girmay. No pudo despegarse en la última cuesta. El eritreo saltó a por él. El duelo iba a ser donde estaba previsto, en el sprint. Girmay lo inició. Se ciñó a la valla. Tiene 22 años pero no le falta instinto. Cerró esa vía. Van der Poel tuvo que abrirse. Lo hizo. Pareció que, pese a tanta bala gastada, aún le quedaba dinamita para remontarle y, sin embargo, explotó. Ese sonido descorchó la fiesta africana.
«Los futbolistas africanos están entre los mejores del mundo. Los ciclistas aún estamos lejos», repite Girmay. A cambiar eso se dedica desde que con 13 años dejó el balón y agarró la bicicleta de montaña de su hermano. Aprendió a pedalear en la altitud (2.400 metros) de Asmara. Se endureció en la carretera que baja hasta el Mar Rojo y que luego sube otros 70 kilómetros hasta su casa. Era el mejor juvenil de Eritrea y la Unión Ciclista Internacional le dio cobijo en su centro de alto rendimiento en Suiza. Se adaptó al frío. A todo. Tenía una misión. Con 18 años batió al sprint a Greipel, ganador de etapas en el Tour, durante una carrera en Gabón. Primer fogonazo. Le fichó el Delko Marsella, donde coincidió con Gorka Gerrikagoitia. El técnico vasco detectó de inmediato su talento y notó el peso que aquel joven ciclista cargaba con gusto. Corría por su familia -«con su primer sueldo le compró una televisión a su familia»-, por su país. Por su continente.
Girmay está predestinado. En la categoría juvenil fue uno de los pocos que batió a Remco Evenepoel. En el pasado Mundial sub'23, se llevó la medalla de plata tras una remontada espectacular en el sprint. Y esta primavera, sin conocer los adoquines, pudo con los grandes rodadores flamencos en la Gante-Wevelgem. «Estoy listo para asumir mi responsabilidad y defender el ciclismo africano», anunció ese día. En eso está. El Giro de Italia es mucho más que una carrera para Eritrea, uno de los países más pobres y maltratados. Que uno de los suyos triunfe en la tierra de los colonos supone darle la vuelta a la historia. Una especie de reconquista. Girmay la abandera. Y lo hizo en una etapa muy especial, dedicada a un ciclista inolvidable.
A Tommaso y Giacomo, gemelos, los arropó antes de dormir su padre, Michele Scarponi. Había llegado a casa a tiempo desde el Tour de los Alpes. Los ciclistas, ya se sabe, pertenecen a una profesión trashumante. El corredor italiano madrugó al día siguiente. Quería salir a entrenar temprano para pasar el resto de la jornada con su esposa y lo niños antes de partir de nuevo hacia el Giro de Italia. Cogió la bicicleta, recorrió apenas un kilómetro y fue atropellado por una furgoneta sin ojos que se había saltado un ceda el paso. Tommaso y Giacomo se quedaron huérfanos en el acto. Sucedió el 22 de abril de 2017 en Filottrano.
Por ese pueblo, decorado con fotografías de su vecino ciclista, pasó la décima etapa del Giro. Nadie olvida a 'Scarpa'. Su mejor legado, dicen los muchos que le quieren, es la sonrisa. Piensan en él y, pese a la profunda pena, sonríen. Scarponi era un feliz contagioso. Fue la primera mano que recibió, por ejemplo, a Pello Bilbao en el Astana. El amigo y maestro de Mikel Landa, que le lleva «siempre en el corazón». La inspiración de Vincenzo Nibali, a quien a viuda le regaló un consejo: «Cuando sientas que ya no tienes fuerzas, piensa en Michele». El Giro entero se acordó de Scarponi al paso por Filottrano camino de Jesi, donde un eritreo hizo historia al colocar a África en el palmarés del Giro.
Biniam Girmay tuvo una celebración accidentada en el podio del Giro de Italia. El joven Eritreo descorchó la botella de champán con tan mala suerte que el tapón impactó en su ojo izquierdo. Al corredor se lo tuvieron que llevar al hospital, por lo que quedó suspendida la rueda de prensa posterior a la carrera. Da la casualidad que a Van der Poel, ganador de la primera etapa, le pasó algo parecido aunque sin mayores consecuencias.
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