Tal día como hoy, el torrelaveguense, un desconocido por entonces, sorprendió al mundo al imponerse al grupo de favoritos en el Mundial de fondo en carretera. Después de 254 kilómetros y ante la atónita mirada del planeta, ganó su primer título y abrió un capítulo en la historia del ciclismo español
«¿Quién es este Gómez», se escucha en la línea de meta de Verona. Los periodistas siguen la retransmisión del Mundial de Ciclismo de 1999. Caras de extrañeza. Ojos abiertos. Los kilómetros pasan. Jan Ulrich y Frank Vanderbroucke se vigilan. En el grupo viaja Oscar ... Camenzind, campeón del mundo en Valkenburg un año antes. Los kilómetros pasan. El grupo se reduce. 240 kilómetros en las piernas con cerca de 4.000 metros de desnivel positivo. Queda una vuelta. Francesco Casagrande, Marcus Zberg, Dimitry Konischev... Ulrich se ha encargado de que ningún favorito se mueva, pero en la última curva el guion explota. «Ataqué a falta de 700 metros. Sabía que si atacaba desde atrás nadie va a ir a por ti, porque el que vaya a buscarte no gana. Ataqué, vi la distancia y sabía que podía ganar». Óscar Freire (1976, Torrelavega) suspira. Tiene delante la bicicleta con la que ganó su primer arcoíris tal día como hoy hace 25 años. Sonríe. «No me conocía nadie», repite. «No sabían ni el apellido, me decían Gómez». Ha pasado un cuarto de siglo desde que alzó los brazos en la meta de Verona y el mundo del ciclismo se encogía de hombros al ver cómo «un total desconocido» se proclamaba Campeón del Mundo. «¿Quién es el españolito este?», se preguntaban en la ciudad de Romeo y Julieta. Fue el principio de una historia escrita de repente. Un idilio «con una carrera inigualable». Ese día nació un talento de dibujos animados que dio cuerda al reloj de España, atascado en las Vueltas por etapas.
Freire contesta a corazón abierto. «Veía que pasaban las vueltas y que yo aguantaba. No me pedían relevos porque no me conocían, me dejaban tranquilo y nada...», recuerda mientras muestra un pequeño santuario que se ha creado en su casa de Puente San Miguel. Cinco estanterías, que él mismo ha montado con sus manos; en una, un ramillete de fotos «escogidas de entre un millón». En otra reposa el maillot verde del Tour de Francia y en las tres últimas, una para cada arcoíris. Fija la mirada en la foto de Verona. «¡Qué pasada! ¡25 años!». No se lo cree. Y entonces comienza a recordar. «Fue un año difícil. Apenas había podido correr; hice la Challenge de Mallorca, la Ruta de Sol y un par de carreras de un día y aparecí allí». Al seleccionador español, Paco Antequera, le tildaron de loco por confiar en el chaval de 23 años que «había estado lesionado toda la temporada». Freire explica que «el año anterior lo había hecho bien y eso le hizo volver a darme la oportunidad». En 1998 pinchó en los últimos kilómetros, cuando marchaba con los mejores. «Entró un grupo de 16 y quedé el 17 por la avería, pero me di cuenta que podía hacerlo bien», señala. Tenía 22 años.
«Los kilómetros pasaban y yo aguantaba.Hacer quinto o sexto estaba bien, pero yo solo pensaba en ganar»
«Había tenido finales como ese y sabía que si atacas nadie va a por ti porque el que vaya ya no gana. Nadie me siguió»
Aquel 10 de octubre de 1999, Freire vivió tres vidas en tres días. «Dos noches antes estábamos de turismo, sacándonos fotos con Julieta. El día de la carrera pasó lo que pasó y al día siguiente todo cambió». Una vuelta antes de ser campeón, Freire se había metido en una escapada. «Claro, no me tenían controlado así que iba ahí y nadie me decía nada». Por su cabeza pasó de todo, porque «hacer sexto o séptimo ya era un gran resultado», pero su carácter era ganador. «En la última vuelta solo pensaba en ganar, no sabía cómo, pero solo quería ganar». Un hombre rápido, confiado en sus fuerzas, con un extra de motivación por verse en aquel grupo y sin embargo decide saltarse las reglas. «Es un final que había hecho mil veces; en cadetes, juveniles y ahora en profesionales. A otro nivel y con otros rivales, pero el mismo. Si hubiera salido alguien a por mí, habría parado y me la hubiera jugado al sprint, pero no salió nadie. Iba penúltimo y arranqué», sentencia.
700 metros de dolor. De fuego. «Fue cruzar la meta y no sabía si faltaba otra vuelta, si había ganado de verdad... Todo me quedaba grande. Un momento inolvidable», recuerda. «Mira esa foto», señala a su pequeño álbum que cuelga del techo. «Es el abrazo del Triqui Beltrán al entrar, que me encanta», se sincera. Fue en ese momento, con los abrazos de sus compañeros y con «una barbaridad de periodistas que se acercaban» cuando se lo creyó. Era Campeón del Mundo de ciclismo. Acababa de darle la vuelta a la historia. Se muerde el labio y esboza un gesto de lástima. «Es que no lo disfruté como lo hice en el segundo y en el tercer Mundial -bendito privilegio que pueda comparar-», añade el torrelaveguense. «Todo fue rápido y estrés. Al día siguiente no había dormido ni una hora. En el segundo ya sabía lo que era ganar un Mundial y fue otra historia». Todo fue por sorpresa. Los periodistas no sabían decir su nombre, los rivales no le conocían y hasta la organización suspiraba. «Claro, que ganase en Italia un desconocido era hasta un problema para ellos. Deslucía la carrera y el palmarés», subraya el tricampeón del mundo, a quien ahora sí, se le escapa una sonrísa pícara al añadir lo que pasó después, pero que en aquel entonces era una quimera. «La tercera vez fue distinto; quién iba a decir que se repetiría la ciudad y el ganador. Entonces ya el que ganó era la tercera vez que lo hacía. Entonces les pareció otra cosa», recuerda. Así fue. El nombre de Óscar Freire quedará grabado en la ciudad italiana como el primer ciclista en convertirse en tricampeón del mundo con tan solo 27 años. Ni el mismísimo Eddy Merckx. Ni Pogacar, que apunta que puede acercarse al cántabro en títulos, podrá ya superarle en precocidad.
Apenas a un metro de las pequeñas estanterías donde descansan los tres maillots de Campeón, lo hacen dos bicicletas. La primera y la última. La primera, una Olmo de aluminio que funciona como una máquina del tiempo; es verla y retroceder inconscientemente a los años noventa. A lomos de esa 'burra' llegó el triunfo hace 25 años. «Miras los piñones y ... Ahora fíjate lo que llevan», señala sorprendido. Todo ha cambiado.
Freire echa la cinta atrás y se sitúa un día después de aquella victoria en Verona. «No dormí. Fui a los pocos días a correr el Giro de Lombardía y me metí en una escapada y nos cogieron a 30 kilómetros. La gente empezó a pensar: 'Igual ese español no era un cualquiera'», recuerda. De nuevo sonríe. «Recuerdo que Zberg, que hizo segundo en el Mundial, lamentaba la posibilidad de haber perdido ante un desconocido», pero añade que «al año siguiente en la Vuelta a Mallorca gané las dos primeras etapas vestido de arcoíris y ya pensó diferente». Así se lo contaba el propio ciclista suizo, con quien años después coincidiría bajo los colores del Rabobank. «Luego me he ido enterando de anécdotas con el tiempo».
Antes de Rabobank, Freire fichó por el Mapei, «el mejor equipo del Mundo». El 11 de octubre de 1999, los móviles existían y el del torrelaveguense debió averiarse. Todos los que no le conocían un día antes, querían hacerlo un día después. Sin embargo, el cuadro italiano fue quien le convenció. «Tenía una estructura enorme. Tradición de equipo, de ganadores... Lo tenía todo», añade el torrelaveguense. Su vida cambió por completo. «Era una escuadra en la que se iba a correr la París Roubaix y hacían primero, segundo y tercero. Y tenía lanzándome en un sprint a Bartoli o a Museeuw», destaca. Allí sí sintió la pertenencia a un equipo. «Cuando fiché por Mapei, los españoles se interesaron por mí, pero estaban muy lejos de lo que me ofrecían los extranjeros», admite. Sería la última vez que le ocurriría, porque en su siguiente escala, el Rabobank, tendría luces y sombras y es algo que ahora en frío y con la perspectiva de fondo le hace reflexionar. «Quizás fue un error en mi carrera permanecer allí ocho años. Había que decidir entre una oferta económica o una deportiva», reconoce. El 10 de octubre no lo sabía, ahora sí. Freire ganaría otros dos mundiales, uno con Mapei en 2001 y otro con Rabobank en 2004. El cuarto no llegó. Aún le dio tiempo a correr con el Katusha un año, en 2012, antes de decir adiós.
«Con la selección de Verona, podría haber ganado el cuarto»
«No se puede volver atrás, pero creo que con la selección de aquel día, o la de Verona, en 2004, podría haber ganado el cuarto Mundial», reconoce. Freire admite que antes de 1999 «los españoles no querían ni ir a la selección», pero después de su victoria todo cambió. «Empezamos a correr como equipo y se vio; en Lisboa, en Verona o en Canadá (2003) se vio que podía ganar un español y que todos hacían su trabajo». Sin embargo, a los títulos de Freire se unió el nivelazo del ciclismo español que acabó juntando al de Torrelavega, con Alejandro Valverde y Samuel Sánchez (campeón olímpico en 2008). «Luego lo hacíamos relativamente bien, pero no del todo y no lo ganamos más», explica con cierta resignación. Recuerda cada uno de ellos, en Valkenburg un pinchazo. En Bélgica la avería en los últimos kilómetros, en Varese aquella falta de entendimiento de los favoritos al final, en Madrid una lesión le dejó en casa, en Valkenburg, otra vez, Gilbert se aprovechó de la bicefalia de Valverde y Freire... «Cuando era corredor no me obsesionaba la idea de ganarlo, pero ahora sí veo que en alguna ocasión podíamos haber estado cerca si hubiésemos corrido como aquellas veces». Lo mismo piensa de su carrera deportiva. Siempre se le vio buscándose la vida en las llegadas, como un llanero solitario. «Sabía que tenía que hacerlo; el equipo al que pertenecía siempre apuntaba a las generales y yo me tenía que arreglar. Quizás, ya digo, fue un error mío. Si hubiera tenido un 'treno' como el de Cavendish, que le dejaban a 200 metros de meta, habría ganado muchas más veces, pero elegí», sentencia. A pesar de ello, su palmarés asusta e, incluso él mismo, se sorprende todavía. «En mi época de juvenil yo sabía que lo podía hacer bien, pero no tanto. El primer día que corrí con profesionales y arrancando desde atrás, porque había que respetar el sitio a los veteranos, entré con los buenos y me lo empecé a creer». Da por buenas «todas las palizas y los sacrificios» de sus años de pedales porque sabe «lo difícil que es salir y más en el ciclismo, que solo gana uno».
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