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Luis Javier González
Segovia
Miércoles, 4 de enero 2023, 11:54
Feliciano Martín Tejedor pesa 56 kilos y mide 1,68, una pluma del ciclismo que recorre unos 50 kilómetros al día por su Cantabria adoptiva. «Cuando viene gente joven y me adelanta, me dicen, vamos chaval. Y luego dicen, anda, si es un viejo». Este ... segoviano está en Comillas por amor. Por Montserrat, de 93 años, que duerme en una residencia a ocho kilómetros de él. Su vida es un ejemplo de resiliencia sobre dos ruedas. «Llevo ochenta y tantos años disfrutando con la bicicleta. Lo importante es moverte, hacer algo».
Nacido el 4 de febrero de 1935, es conocido en Segovia como Pitano, el mismo diminutivo que su padre, y en Cantabria como Pantani, el nombre que puso a su perro por admiración. «Era uno de mis ídolos, como Eddie Mercx, Perico Delgado o Fausto Coppi, el primero». Cita a Bahamontes –lleva en la cartera una foto que se hizo con él– o a Carlos Melero, el gran referente de una provincia en la que corría en las peores circunstancias. ¿Se imaginan una carrera desde Cantalejo a Segovia en febrero? Él sabe la respuesta. En los años cuarenta, con carreteras sin asfaltar y heladas. Habla de la alimentación o del material para explicar que él nunca tuvo delirios de grandeza. «De mil, llegaba uno a profesional. Era muy difícil».
Pitano es de origen madrileño, nacido en Becerril de la Sierra. Cuando acabó la Guerra Civil, la familia se reagrupó en el barrio de San Lorenzo. Aquel niño de cinco años alquilaba bicicletas en el taller de Julián, en lo que entonces era el Camino Nuevo, cerca del actual bar El Norte. Comprar una era prohibitivo, así que montaba media hora, lo justo para dar un paseo hacia Puente Hierro por el módico precio de cinco céntimos. «Había poco dinero, pero una moneda tenías». Era todo un reto. «No pinchabas con ellas porque tenían las ruedas macizas. Andaba casi con los pies, pedales daba pocos. Y el sillín era de hierro».
A los 12 años tuvo su primera bici en propiedad: una BH con frenos de varilla que pesaba 18 kilos. Con ella recorría Espirdo, Cabañas de Polendos, Zamarramala o Bernuy de Porreros. Y no solo por placer. «Iba a por pan y a por garbanzos porque en Segovia no había nada de comer». Empezó a trabajar en una pequeña tienda en la calle Muerte y Vida. «No quería ir a la escuela, así que iba a repartir los paquetillos de las clientas con la bicicleta». Después, pasó al mostrador y estuvo diez años.
Hizo la mili en Segovia en 1955 y se marchó a París con su novia, «muy guapa»; una vez allí, ella se fue con un francés y Pitano con una francesa, casualmente hermanastra de Laurent Fignon, ganador del Tour de Francia en 1983 y 1984. «Donde mejor se aprenden los idiomas es en la cama», sonríe. El segoviano repartía L'Equipe en la capital francesa. Estuvo 25 años allí, pero se casó con una cántabra a la que conoció en una sala de baile; así empezó una relación que ya dura 60 años.
La vida de Pitano no se entiende sin el ciclismo, desde su primera carrera, en la fiesta del comercio: vueltas por un circuito entre Santo Tomás y la actual Avenida del Acueducto. Los ciclistas eran comerciantes, carniceros, zapateros o fotógrafos como José María Heredero. En total, unos 20 ciclistas. Y solía llegar un pez gordo, llámese Julio Jiménez, para llevarse la victoria. Por simple afición, viajaba a Ávila, Talavera de la Reina o Toledo. «Llegaba el día antes en tren, autocar o a veces en bicicleta. Tenías que coger una pensión que valía tres pesetas, y no te podías gastar más porque no ganabas nada. Y volvías en bicicleta porque no tenías dinero para hacerlo el autocar».
La provincia tenía carreras muy duras, la mayoría en las fiestas de los pueblos, toda una batalla. «Querían que ganara el del pueblo y te tiraban piedras. En La Granja llevaba una vuelta de ventaja y los mozos de las peñas me tiraron tres o cuatro veces. Y la Guardia Civil no hizo nada. En San Lorenzo y Navafría, igual». No por ello quita mérito a sus adversarios. «Los de los pueblos estaban mejor alimentados, por eso ganaban todas las carreras». Recuerda con admiración al Pecero de Turégano, a la Liebre de Pinarnegrillo –corría con la bicicleta de su hermana– o a Ignacio Matarranz, de Cantimpalos.
La primera victoria de Pitano llegó en Segovia; se escapó antes de llegar a Parque Robledo y aguantó cuatro vueltas al circuito de la ciudad. Segundo fue Antonio Martín, que llegó a profesional. Fue una carrera de unos 90 kilómetros que ganó a los 18 años. «Mucha alegría. Recuerdo que hacía mucho calor y me tiraban cubos de agua. Las bicicletas pesaban mucho, todo adoquinado, las ruedas a todo trapo». En Francia también compitió en critériums y ha dormido en Alpe D'Huez, donde vivió una nevada de 20 centímetros en pleno julio.
Volvió a España tras una crisis económica en Francia que repercutió en los inmigrantes. Trabajó en la Citroen: medio día de trabajo y medio día para la bici. Pero un hermano le abrió las puertas de Campsa. Pasó un examen de cultura general y lingüística. «Hablaba idiomas, no había problema», sonríe. Aprobó y fue destinado a Lugo. Había comprado un piso en Segovia, así que su mujer esperó hasta que logró el traslado. Como representante, negoció el primer convenio democrático como delegado sindical. Cuando se jubiló, se fueron a Cantabria, al chalé de Montserrat, donde ahora vive solo.
La etapa reina de su vida la hizo por amor: Segovia-Comillas, 360 kilómetros en un día. Años 60, el coche estropeado, se encontraba en forma y salió a las cinco de la mañana, con camiseta y pantalón corto. A las ocho estaba desayunando en una churrería de Valladolid. A las diez y media llegó a Palencia y comió en Aguilar de Campoo. Allí le ofrecieron llevarle a Santander. Dijo que no. «Ahora que viene lo bueno, todo bajada», respondió. Subió entonces la Palomera y continuó hasta Fontibre, en el nacimiento del Ebro. A las siete y media de la tarde cruzó la meta con calambres. Llevaba plátanos, comió algún bocadillo de jamón y una buena fabada a mitad de camino. Llamó entonces a Montserrat, que le imploró poner fin a la odisea: «¡Quédate por ahí, no hagas el loco!».
En tierras cántabras, Pantani hace menos kilómetros al coche que a la bicicleta. «Ya no lo cuento, pero antes iba a Marte y volvía. Estoy negro porque este año ha hecho bueno y parezco un profesional». A finales de octubre se tomó dos cervezas con José Iván Gutiérrez, uno de tantos profesionales que respeta la vocación de este segoviano. Ayudó a fundar El Pájaro Amarillo, un equipo ciclista impulsado por el dueño de un restaurante. Le gustaba ir allí a comer, pero ya no va por vergüenza: el dueño nunca le deja pagar. Gracias a ese equipo tiene la misma equipación que Pogaçar y una Pinarello que apenas pesa siete kilos y medio, con frenos de disco.
A Pantani le han renovado el carné de conducir por dos años. Tuvo una caída en agosto en Unquera porque empezó a llover y se golpeó con un bolardo. Tres costillas astilladas y un casco roto de más de 200 euros. Meses después, todavía tiene molestias en el cuello. «No tengo miedo», recuerda alguien que bajó Navacerrada más rápido que un Mercedes. Y en esa época el asfalto no es la alfombra actual. Todo viaje tenía un motivo; a veces, el acopio de material que no existía en Segovia.
El legado de Pitano en Segovia no es menor. No en vano, llevó durante varios años la escuela de ciclismo local, con profesionales como José Luis de Santos, vecino suyo en San Lorenzo. Fue uno de los fundadores de Club Ciclista 53x13, el socio número 23. «Es necesario que alguien te oriente. Porque los padres… Hay pocos como Melero, que han sido buenos directores. Pasa como en el fútbol, muchos estropean a los críos».
La bicicleta le sirve de terapia para afrontar la soledad. Su mujer sufre Parkinson; él la atendió durante una década, hasta que no pudo más. «En el plato de ducha, se me caía. Y no podía levantarla. Así que llamaba a la Guardia Civil, la levantaba, la secaba y a su camita». Cada uno dormía en una habitación, para evitar molestias. Así que ella trataba de ir al baño sola. Cuando se caía, venía la Guardia Civil. Hubo una noche en la que los agentes pasaron dos veces en apenas una hora. Uno de ellos le conocía: «Pantani, he llamado a una ambulancia». Estuvo mes y medio en el hospital de Torrelavega e ingresó en una residencia. Su marido lleva 17 meses solo.
Él es independiente y presume de cocinero, con sus pollos o su bonito del norte con un pisto cuya receta abre el apetito. Pero su tiempo en Cantabria toca a su fin. La idea es vender el pequeño chalé de Comillas y mudarse a San Cristóbal de Segovia con su hermano. Su mujer está de acuerdo. Va a verla tres veces por semana –miércoles, viernes y domingo–, un esfuerzo con recompensa. «Bueno, le da una alegría en cuanto me ve….». Alejarse de ella no es una opción. «Nos la llevamos o vengo por temporadas». Pantani dejará de existir y volverá a ser Pitano, lo que ha sido siempre, un hombre con el ciclismo en las venas.
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