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Santiago Revuelta, rodeado de algunas de las 303 bicicletas que guarda su museo y los más de 600 maillots que cuelgan de sus paredes.

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Santiago Revuelta, rodeado de algunas de las 303 bicicletas que guarda su museo y los más de 600 maillots que cuelgan de sus paredes. Javier Cotera

El tiempo entre pedales

La pasión y tesón de Santiago Revuelta han convertido la exposición en santuario del ciclismo. Pronto se unirá el atletismo con el legado de José Manuel Abascal y los 100 Kilómetros de Santander

Marcos Menocal

Santander

Lunes, 27 de enero 2020, 07:14

No sin esfuerzo logró aproximarse a la zona agaterada. Había que agacharse, pero a base de escorzos y bucear entre trastos llegó. Allí, en el fondo de la buhardilla encontró Santiago Revuelta lo que buscaba: dos baldosas para que el fontanero pudiera reparar la fuga de su casa, pero al salir se topó con una maleta. «Fue una auténtica casualidad. La abrí y me encontré los contratos del Tour de Francia de los años ochenta ¡Dos millones de pesetas había que pagar por correr! Maillots, libros de ruta, fotos...», recuerda el afanado explorador una década después. Estiró su pequeño tesoro en el salón de casa. Lo contempló y tuvo una visión. «En ese momento lo vi claro. Y comencé a recopilar y a descubrir todo lo que ahora se ve aquí». Ese fue el origen. De este modo se tropezó con lo que hoy es el Museo del Ciclismo de Cantabria, una joya de valor incalculable que expone 303 bicicletas originales de todas las épocas de la historia; más de 600 maillots de los mejores ciclistas del mundo (Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Indurain, Jaques Anquetil, Federico Bahamontes, Julio Jiménez...); gorras que coronaron los impetuosos Alpes, poncheras (ahora las llaman bidones), guantes, más de 30.000 fotografías; los coches del poderoso Grupo Deportivo Teka, aquel equipo que él mismo, de la nada, convirtió en una de las escuadras más laureada de los ochenta. «Una temporada fuimos el mejor del mundo, con 36 victorias», recalca. Revuelta patroneó aquel equipo del maillot de lunares entre 1976 y 1990. Todo es poco.

Sin darse cuenta se le escapa una sonrisa cómplice cuando rebobina su infatigable memoria. En realidad, el museo estaba en su cabeza hace cuarenta años. «Por intuición y por afición, comencé a quedarme con recuerdos. El maillot de este, el del otro. Algunos corredores venían y me lo traían. El conductor del autobús me decía: Santi, me ha dado esto Agostinho». El almacén pronto se fue quedando pequeño. Un desván, dos armarios, un garaje... Para visitarlo basta llamar al 649.496.985 y concertar una cita, aunque habitualmente Revuelta mantiene abiertas las instalaciones de la calle La Gloria 167, de lunes a viernes, de 11.00 a 14.00, hasta que tras la inauguración elabore un horario oficial.

El Museo del Ciclismo de Cantabria guarda más de 3.000 piezas de incalculable valor

Pasear entre tanta historia es como estar inmerso en un rodaje cinematográfico. «En una Semana Catalana se acercó Eddy Merckx y me dio este maillot». Allí está. En el pecho reza Faema. Un poco más allá está el de Bernard Hinault con el Renault. «Y tengo allí una foto de ambos juntos», señala de memoria. Cada cuadro, cada detalle, cada reliquia está en su sitio. Donde ha querido.

«Por intuición o afición, hace más de cuarenta años empecé a guardar piezas y poco a poco cogió forma»

Santiago Revuelta | Propietario del Museo de Ciclismo de Cantabria

A la izquierda está la bicicleta que José Gándara mandó hacer a Razesa a capricho con el juego de los 50 años de Campgnolo -prestigiosa firma de complementos ciclistas- con los detalles en oro. «Me la trajeron sus hijas. Querían que estuviera en el museo antes que en cualquier sitio», presume. A la derecha, una Saronni de los año cincuenta construida por Ernesto Colnago. Rastrales, cambios en el manillar... Al entrar, en un lugar destacado, «los cinco maillots amarillos de los cinco Tour de Miguel Indurain. Me ha dicho que cuando quiera me cede la Espada», aquella nave espacial sobre la que el navarro batió el récord de la hora gracias a sus piernas, eso sí, explica orgulloso. Y junto a ellos, el amarillo de Contador (2010). «Me faltan los maillots de los Giros de Italia, pero me los traerán en breve». Detrás, el arco iris de Alejandro Valverde y el maillot de Bahamontes: «un genio» -añade-. Y los de Thevenet, Van Impe, Tarangu, «un amigo íntimo mío con un talento excepcional». Todos originales. Huellas intransferibles.

La nave en sí, más allá de que sea tierra santa para los amantes del ciclismo, ha sido objeto de deseo de grandes superficies comerciales e importantes empresas que han tentado a Revuelta con suculentas ofertas. «Siempre les he dicho que no. Es mi pasión; mi capricho. Pudo más el cariño que le tengo a todo esto», explica. Solo su tenacidad, sin ninguna ayuda institucional ni de ningún tipo, ha podido levantar lo que hoy es un altar del ciclismo. Porque los mensajes institucionales de apoyo se quedaron solo en eso, en mensajes. «No cobro entrada ni salida -bromea-. Han venido excursiones de Bélgica y Holanda. Hemos tenido más de 8.000 visitas sin haberlo aún inaugurado», explica. Lo que luce en Cantabria pararía el tráfico en cualquier país centroeuropeo.

Todo al alcance

Y es que no es sencillo reunir en una misma colección las zapatillas de Anquetil, las bicicletas con las que la ONCE revolucionó el ciclismo de los noventa, la moto que seguían los ciclistas en la Burdeos-París -más de 600 kilómetros- o el maillot de Bernando Ruiz (Faema), el primer español en subir al podio del Tour de Francia. «Un día comiendo en su casa lo descolgó de un cuadro y me lo regaló».

«No cobro entrada ni salida. Hemos tenido ya 8.000 visitas y aún no lo hemos inaugurado»

Según sus cuentas, aproximadamente un 5% de lo que se expone procede de regalos, el 15% o el 20% lo fue recopilando y coleccionado y el resto mediante insobornables subastas. «Horas y horas por internet. Pujando y comprando. Salen piezas a subasta y al mejor postor. Otras cosas las cambias. Tú tienes un maillot, hay alguien que lo quiere y cierras acuerdos», explica. Colombia, Australia, México... Noches en vela buscando una pieza más para su museo. Si las paredes hablaran... En realidad no callan, porque Revuelta se encargó de que un ramillete de pintores retrataran a los ciclistas con pincel. «Es una forma distinta de que le den ese toque de arte a imágenes que reflejan tanto sufrimiento», señala mientras la expresión de su cara cambia. Hinault con Lemond; Merckx y Ocaña; Freire levantando los brazos en San Remo; Cancellara tira del tren en una contrarreloj por equipos; Bahamontes surca los Pirineos, la pose del Pirata Pantani ... Todos con pincelada y trazo preciso. Pronto le llegará una cerámica hecha a mano conmemorativa de los Mundiales de Ponferrada de 2014 que lucirá junto a una infografía de Indurain tan grande como la magia que guarda su Museo.

Pero ahí no queda la cosa. Pronto una sala contigua a las reliquias ciclistas albergara todos los secretos de José Manuel Abascal, el atleta cántabro que conquistó la primera medalla olímpica en pista para el atletismo español y la impresionante historia de los 100 kilómetros Ciudad de Santander, la criatura de José Antonio Soto Rojas. «Quieren que su legado esté aquí y yo encantado», reconoce Revuelta mientras su móvil no le da una tregua. Suena y suena. En cada llamada puede estar una pieza más que venerar.

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