![La afición cántabra, a pie de carretera antes del ascenso a Bejes.](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/09/12/vuelta-tarde%20(3)-U210142858084B9-U210141690779RN-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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De la playa a la montaña. La 16ª etapa de la Vuelta a España partió de la misma orilla del mar; del aparcamiento de la playa de Valdearenas, para concluir en el pueblo de Bejes, a 600 metros sobre el nivel del mar y rodeado ... de los Picos de Europa. La ronda dibujaba con un trazo de 120 kilómetros fue una metáfora de coloreada con chubascos esporádicos de la Cantabria por antonomasia.
Cuando a un podio de ciclistas le colocas una playa detrás el cuadro que te sale es de obra de arte. Eso debieron pensar cuando los operarios decidieron instalar la pasarela de los ciclistas delante del rugir del Mar Cantábrico y de esas olas que cabalgan los surferos cada día en la playa de Canallave. «Esa es la foto», repetían los gráficos buscando el plano perfecto. Los corredores miraban de reojo al subir las escaleras y alguno, incluso, le prestaban más atención a la estampa que a la voz de Juan Mari Guajardo, que coreaba sus nombres acompañándolo de su palmarés para el regocijo de los aficionados. El asturiano Dani Navarro, corredor de Burgos BH, ganador en Cabárceno en la Vuelta del 2014, agitaba las manos para describir lo que veía. «Lo conozco bien, en mi tierra tenemos también playas como esta», decía. Allí, en esa pasarela móvil por donde pasan todos los ciclistas cada día, los seguidores les ponen cara a los corredores, que muchas veces en la televisión se difuminan entre el esfuerzo, el caso y las gafas. Jesús Ezquerra, el único cántabro con dorsal, fue el más aplaudido. «Hay que agradecer a la Vuelta el poder correr en casa», decía el de Treto. El cantabruco fue uno de los más requeridos, a la par con Sepp Kuss, el gregario convertido en líder de la vuelta, y sus dos compañeros: Primoz Roglic y Jonas Vingegaard.
La caravana de la Vuelta a España partió del aparcamiento de las playas de Valderaenas y Canallave y convirtió el camino por los pinares de Liencres en un paso de peregrinación de aficionados. Entre todos se organizaron para que en la carretera cupieran los autobuses de los equipos que curiosamente ya estaba medido y acordado el espacio para ellos, los coches y furgonetas acreditados y la riada de gente que se quiso acercar a los corredores. Las salidas de las etapas son el sitio más democrático y donde el amante a este deporte más cerca se puede colocar de sus ídolos.
Ese mismo camino de bajada se convirtió en un pequeño Tourmalet de vuelta, ya que la lluvia, el único invitado que molestó en la jornada, se puso caprichosa y bañó a todos antes de que comenzara la fiesta. Fue solo ese instante, afortunadamente la hora previa el cielo se mantuvo intimidante pero aguantó.
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«Esto es Cantabria», sonreía Óscar Freire, el tricampeón del mundo de ciclismo, que en bermudas y manga corta paseaba entres los vehículos de los equipos saludando a un lado y a otro. El torrelaveguense hace cuatro días lleva un dorsal y ahora forma parte de la estructura de la Vuelta, pero en otras funciones. Igual que Iván Gutiérrez y Fran Ventoso, que este martes se enfundaban el traje de cuero de moteros y se ataviaban con el chubasquero para protegerse de la lluvia en su moto. Siempre fueron en moto, pero ahora en las de verdad.
Ruido de cadena, de pedales automáticos y de algún frenazo. Curiosos mirando atónitos las bicicletas que delante de cada autobús-casa lucen como si fuera un escaparate, a cada cual más espectacular. Los ciclistas se subieron al rodillo para calentar, puesto que en el aparcamiento de Liencres no había sitio para dar una vuelta. «Muchas gracias». Enric Mas levantaba la mano en señal de agradecimiento subido en ese aparato tan maquiavélico para los ciclistas. Un potro de tortura. A la salida se desplazó la presidenta del Gobierno de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, que libró la lluvia por poco y que realizó el protocolario corte de cinta junto a la playa, antes de que el pelotón subiera por entre los pinos de manera neutralizada. En ese enjambre de gente que va y viene en una salida de una etapa de la Vuelta nunca faltan los que formaron parte de ella. Los Alfonso Gutiérrez, Roberto Sierra, Enrique Aja… Las charlas y los abrazos entre los viejos amigos. Alguna cana de más y un poco de barriga, en el mejor de los casos, recuerdan que ahora les toca el turno a otros.
«No sé cómo me lo tomaré», decía Remco Evenepoel. El campeón del mundo de contrarreloj atendía a una maraña de compañeros belgas. Con su pícara sonrisa y su maillot de líder de la Montaña cautivo a los presentes. Entre estos últimos había un nutrido grupo de pequeños a la caza, ya no de un autógrafo, si no de un selfie. Es obvio que este martes tuvieron permiso, o no, para acercarse a la salida de la Vuelta. Antiguamente las clases se suspendían o terminaban primero para permitir que los chavales pudieran dormir con una gorra, un bidón o la firma de los corredores que luego adornaban su habitación. Ahora ya no tienen ese detalle, pero los de este martes seguro que se las ingeniaron. «Egan, Egan… Una foto». El colombiano se paró y les regaló su mejor sonrisa.
La Vuelta se puso en marcha por orden. Primero las motos que abren carrera, luego los autobuses auxiliares, que tienen que llegar antes y preparar la casa para los corredores, después un porrón de vehículos autorizados entre prensa, seguridad y patrocinadores. Y un buen rato después, los ciclistas. Ese fue el único momento de calma en un día que se hizo más duro de lo esperado. Después un rosario de aficionados sorteando la lluvia en busca de sus coches, que hubo que aparcarlos en la carretera general como se pudo.
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La Policía escondió la libreta y los accesos a los Pinares de Liencres se transformaron en una explanada improvisada al más puro estilo de los conciertos de las grandes estrellas. Y así partió la carrera rumbo a Bejes, donde los presagios apuntaban agua, niebla y un poco de todo, algo que finalmente no se produjo y entre las nubes apareció el cielo para decorar la ascensión lebaniega, inédita en la ronda. Por el camino, el espectáculo siguió llamando a la puerta de la localidades por donde pasaba: Torrelavega, Santillana del Mar, Cóbreces, Comillas, San Vicente… Unquera. Los vecinos salieron a las cunetas a aplaudir el paso de los ciclistas. La lluvia se detuvo poco antes de que la cabeza de carrera atravesara Panes camino del Desfiladero de La Hermida.
Allí, sin público en las cunetas, la imagen era de película con los rostros de tensión de los corredores en busca de entrar bien posicionados en la curva del arranque de la subida de Bejes. Y mientras las bicicletas peleaban su puesto, en las terrazas de La Hermida apuraban el cafelito y hacían sobremesa a la espera de la llegada de la carrera. Contrastes. Apenas a un metro, el aficionado vivió como si estuviera en silla del ring la llegada de los valientes a la capital del Desfiladero. Casi compartieron los jadeos en ese instante.
La caravana se fue quedando por el camino; muchos vehículos aparcaron en Panes, otros en La Hermida y unos pocos seleccionados accedieron a Bejes. En la cima, el pueblo lo tiene todo, pero le falta espacio para albergar esta locura que es la Vuelta y por eso se repartieron los esfuerzos. Los que no se movieron fueron los vecinos, que en la plaza se rompieron las palmas aplaudiendo la llegada. Lejos queda ya aquella primera visita de la organización en secreto para supervisar la zona. Acudieron de incógnita, acompañados de miembros del Gobierno de Cantabria para comprobar la dificultad y el acceso hasta esta simbólica localidad. Bejes era el lugar elegido. La presencia de un coche extraño llamó la atención.
Días más tarde El Diario Montañés adelantaba que Bejes sería final de etapa de la Vuelta a España. Este martes se consumó y Liébana volvió a brillar con luz propia como lo hiciera cuando la ronda acabo junto a la Puerta del Perdón o, especialmente, cuando de camino a Fuente Dé Alberto Contador le dio el golpe definitivo a Purito Rodríguez en aquella ronda de 2014. De nuevo las montañas de Picos de Europa arroparon a la prueba ciclista más representativa del país y se mostraron al mundo con todo su esplendor. Allí, casi siempre, suele ganar un ganador de Tour y Vuelta. Lo hicieron antes Chris Froome y Alberto Contador y este martes lo repitió Jonas Vingegaard. En Liébana los triunfos se venden caros.
Y después, como un domingo de verano en temporada alta. El Desfiladero colgó el cartel de no hay billetes y el descenso hasta Unquera se hizo en procesión. La caravana se marchó para Ribadesella, desde donde este martes tomarán la salida rumbo a El Angliru. Cantabria fue la transición hacia el coloso asturiano, pero realmente lo sucedido en la ascensión de Bejes puede haber condicionado la Vuelta. Desde este martes cada aficionado al ciclismo que pase por La Hermida, cuando aparezca ese cartel que indica hacia Bejes, exclamará: «Aquí Vingegaard remató a Roglic, Kuss y compañía». Bejes inmortal.
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