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En la subida al Pico Jano no hay problema de espacio. En aquel paraje hay sitio de sobra y por si fuera poco la ascensión creció hace unos meses cuatro kilómetros en altura con el único pretexto de que los ciclistas subieran más arriba. No ... hubo problema. Quizás por eso este jueves hubo quien subió sin invitación: la niebla. «Esta mañana se veía muy lejos. Pero han empezado a caer las nubes y mira ahora...», se lamentaba Julio Somontes, asturiano, de Gijón, que apuraba un bocadillo cuando apenas se atisbaba el mediodía junto al embalse de Alsa. «Vinimos ayer y la noche se hizo larga. Ha llovido, pero lo peor ya pasó». Sonreía él y sus diez compañeros de equipo, que perfectamente uniformados se agolpaban en la cuneta. Ellos tenían su sitio. Llevaban casi 24 horas y a poco más se empadronan en San Miguel de Aguayo.
Como ellos varios centenares, los que adelantaron su plan un día, decoraban las zonas anexas a la calzada con caravanas, tiendas de campaña y los más 'profesionales' con cenadores, neveras y televisión. «Si se hace, se hace bien», explicaba Jokin, que con un gorro de cocinero remataba la estampa (y camisa de la Real Sociedad). Sin duda, los hay expertos en... 'ver el ciclismo'. Toda una profesión reconocida. Pero otros muchos, los que más, pintaban como si se tratase de una serpiente por las rampas de la ascensión una cadeneta humana digna de destacar. «Hemos aparcado en Bárcena de Pie de Concha y ahora para arriba. No tenemos prisa». Cuatro horas para recorrer los doce kilómetros de rampas hasta el Pico Jano. O hasta donde encontrasen el sitio, el lugar o la zona escogida para montar el campamento. Esa es la clave de la jornada. Ubicarse donde uno pueda y verlo de la mejor manera.
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Hasta llegar a las faldas del coloso –inédito en la Vuelta a España hasta ayer– la caravana ciclista recorrió 150 kilómetros por tierras cántabras. Entró por la zona oriental y cruzó la región hasta el sur dando la bienvenida a una lluvia a la que ya ni se recordaba. En Arredondo, a los pies de Alisas, dejó de caer agua, pero la carretera ya estaba fina. En las cunetas se escuchaba la misma retahíla. «Cuidado bajando. Y sobre todo cuidado con la bajada de Brenes». El descubrimiento de este puerto amenazaba con sus desniveles, pero mucho más con su rápido descenso previo a la batalla final. «El que no lo conozca, verás», explicaba uno de los auxiliares del Euskatel-Euskadi que aguardaba cerca de Villayuso de Cieza, en la puerta del 'baile'. Unos metros más adelante estaban sus colegas del Ineos, Movistar, Jumbo y compañía.
Allí, en Brenes, también se repartieron las curvas los aficionados. «Qué duro es esto, ¿no?», exclamaban en rueda de prensa los compañeros de los medios de comunicación extranjeros. «¿Cómo se llama?», preguntaban los corresponsales de Eslovenia, que de repente comprobaron cómo su compatriota, Primoz Roglic, se quedaba solo y sin compañeros. Brenes, entre Villayuso de Cieza y Las Fraguas, ha llegado a la Vuelta para quedarse. Su aparición fulgurante logró quitarle parte del protagonismo a la ascensión final al Pico Jano.
Que sí, que no. Las dudas sobre si la niebla iba a permitir más de lo necesario cuando llegasen los ciclistas se convirtieron en el hilo musical. Desde el embalse de Alsa, los días despejados –casi todos los de los últimos dos meses– se puede ver más de kilómetro y medio de ascensión, pero ayer se dio la vuelta. Le hizo un guiño al pasado, como en las dos ocasiones en las que los ciclistas subieron al Pico Jano en los años ochenta –en la Vuelta a Cantabria– y en las que el viento y la lluvia golpearon a los corredores y... A los aficionados. Así es Cantabria. Ya en la presentación en sociedad de Los Machucos –en 2017–, la niebla se empeñó en tapar algunas de las lindezas de los muros del coloso y ayer no iba a ser menos. Como en las citas de enamorados, en las que nadie quiere mostrar todo el primer día por temor a no verse más.
Se puso digna la ascensión y la niebla se fue para poner a prueba a los nuevos habitantes. Los grupos se arremolinaban para parapetarse bajo los paraguas y las banderas. «¡Ay, 'mijito! Vaya cómo se puso. Por aquí van a tener que ser bravos», auguraba Juan Aguirretxe, un ecuatoriano envuelto en una enorme bandera de su país bajo la que se cobijaba su familia y otros tantos. «¡Richard, Richard...!», gritaban con serena paciencia en honor a su paisano, Carapaz, que afilaba el cuchillo que luego dejó de cortar. Y la misma estampa se apreciaba unos metros más allá, pero con los colores de Colombia o en repetidas ocasiones con la estela cántabra.
En Bárcena de Pie de Concha, la espera a los ciclistas se mataba con esmero y dedicación. Una barbacoa de Primera División humeaba en los primeros metros de ascensión y el jolgorio y alegría de los pequeños aspirantes a ciclistas que aplaudían sin cesar a los coches que anunciaban la llegada. Pero a todos ellos, a los de las costillas de cerdo y el carbón y a los incombustibles 'enanos' a pedales, se les fue llevando a su terreno la lluvia. No hacía frío, no era cuestión de ponerse ropa de abrigo, pero quien ayer se subió los ocho o diez kilómetros cuesta arriba a cuerpo es probable que hoy ande estornudando.
Cuantos menos corredores quedaban en el grupo cabecero, menos se veía. Los ciclistas lo agradecían –no ver lo que queda cuando se agoniza a pedales es toda una bendición–, mientras que los aficionados lamentaban la mala pata. Curiosa contradicción. Auxiliares en bermudas con los bidones en alto, paraguas compartidos, riadas de agua descendiendo por las cunetas y piedras sueltas sin orden ni concierto, manifestaciones públicas aprovechando el altavoz y el escenario en contra de los 'nuevos molinos' y pintadas en la carretera con los nombres de los protagonistas. Y todo pasado por agua.
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Y como por arte de magia al paso por el embalse, el cielo se abrió permitiendo un respiro a los objetivos de las cámaras de fotos y a los móviles que buscaban el mejor retrato. Pero no hubo opción de comprobar lo bonitos que quedaron asfaltados los últimos cuatro kilómetros, la ración extra, que el puerto tendrá para siempre después de esta edición.
Para el recuerdo sí quedará la imagen fantasmagórica de los corredores llegando a la línea de meta apareciendo de la nada. El espectáculo es el que siempre sale ganando cuando el guión se empeña en retorcerle el cuello a la lógica. Y el orgullo se multiplica cuando se escucha decir a Enric Mas, Juan Ayuso, Sivakov, Carlos Rodríguez o Van Baarle que conocían bien estas carreteras de cuando eran juveniles. El ciclismo en Cantabria trabaja desde abajo y eso siempre es bueno. Muy bueno.
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