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j. gómez peña
Miércoles, 24 de agosto 2022, 18:33
Hay remedio para la sequía. Se llama Marc Soler. El catalán encontró en Bilbao la salida del desierto en el que penaba el ciclismo español desde 2020, cuando Ion Izagirre logró en Formigal la última victoria en una gran ronda. Regó esa sequía con su ... voz emocionada en la meta de Gran Vía, «¡Agua, agua!». Súplica feliz. Joseba Elgezabal, masajista del UAE, le regó esa sed que le quemaba la garganta. Resoplaba. Había resistido con un grupo de perseguidores a la vista desde el alto del Vivero. Como corriendo delante de los toros de un encierro de San Fermín. Algo así. Son las fiesta de Bilbao, la Aste Nagusia, y Soler corrió más que la manada de fugados que le acechaba y en la que iba el nuevo líder, el francés Rudy Molard. «¡Teníamos que ganar!», repetía el director de Soler, el vizcaíno Joxean Fernández, Matxin. «Se lo he dicho y lo ha hecho. Lo merece. Marc es todo talento y corazón». Fiesta del equipo UAE en Bilbao.
La mejor pedalada de Soler fue la decisión de afrontar un reto que parecía imposible. La fuga llevaba ya dos minutos. El catalán no estaba en ella. Matxin le animó. Entre Bolibar y el Balcón de Bizkaia cogió a los escapados. Trabajo extra. ¿Lo pagará? Quedaban dos subidas al Vivero. En la primera pagó el cansancio. Se quedó. Parecía el final. Qué va. Corazón y talento. Siguió. Enlazó. Y en la segunda ascensión al Vivero aprovechó una duda de los otros fugados. Saltó a por Jake Stewart, que llevaba unos metros. Remató al británico en la doble hilera abarrotada de aficionados. La Vuelta parecía el Tour. Era el mejor ensayo para la ronda gala que partirá desde Bilbao en 2023 y también pasará por esta cuesta ya histórica.
Fiesta en la cima. Y Aste Nagusia abajo en Bilbao. Soler, sin girarse, resistió con un puñado de segundos sobre Impey, Molard, Wright, Mühlberger y Langellotti. Pese a las prisas, tuvo tiempo para dedicarle el triunfo a su hija recién nacida. «Todo el mundo me animaba, me llamaba por mi nombre. Aquí nos conocen a todos», agradeció. Luego, en calma, llegaron los favoritos, con Roglic, Carapaz, Yates, Evenepoel, Landa... y el joven Carlos Rodríguez, que definió así el ambiente de Bilbao: «Esto es la catedral del ciclismo». El nuevo San Mamés. Soler, 28 años, ganador del Tour del Porvenir y la París-Niza, 1,86 de altura y apenas 66 kilos, pedalea como es. Todos los movimientos de su cuerpo están dedicados a avanzar. Es catalán, hijo de un bombero enamorado del deporte. Y es también 'navarro'. Creció en las manos de Manolo Azcona en el equipo Lizarte, el filial entonces del Movistar, de donde se fue al UAE. También es irregular. Unos días malos, como el martes en Laguardia y otros excepcionales como cuando venció en Lekunberri en la Vuelta 2020 y ahora en Bilbao.
En la salida de Irun rondaba una convicción: «Hoy es un día para que el fuga llegue». Eso es como echar una cerilla en un bidón de gasolina. La mayoría de las etapas son para los que se juegan la clasificación general o para los velocistas. A los demás les quedan jornadas así, como la que iba hacia Bilbao: dura pero accesible y sobre un trazado sin un metro de desperdicio, difícil de controlar. Por eso, muchos se empeñaron en ocupar la primera baldosa de la carrera. A cada intento de fuga lo anulaba la siguiente tentativa de escapada. La prisa y la ambición recorrieron 50 kilómetros por la costa vasca en la primera hora. San Sebastián vio pasar un cohete en vuelo raso.
Con la Vuelta jadeando por el ritmo y el calor se hizo al fin la fuga. De casi veinte corredores. De todas la tallas. Incluso 'xs', la del navarro Ibai Azurmendi. Es de Leitza, un pueblo de gigantes, de levantadores de piedra y pelotaris como Oinatz Bengoetxea, primo de Ibai. Demasiado pequeño para el frontón o las moles de cemento. Apenas 1,64 metros y 50 kilos. Eso sí, de puro carácter. Lleva toda la vida, y tiene 26 años, escuchando que es demasiado menudo para casi todo. Por eso no se rinde.
Hace un año tuvo que abandonar al Vuelta a Portugal. Enfermo, sin fuerza. Tenía covid. El virus le provocó una inflamación del músculo cardíaco (miocarditis). No lo sabía y corrió el riesgo de sufrir un infarto en carrera. Le pararon. Al hospital. Le dijeron que quizá tendría que dejar el ciclismo. No. En mayo chocó contra un corzo mientras se entrenaba bajando el puerto de Uitzi. Se partió una clavícula. Parecía descartado esta Vuelta. Tampoco. Ahí estaba, en la fuga, ya en carreteras vizcaínas hacia el primer paso por el Vivero.
No estaba solo. Había más tallas de maillot, las de Pronskiy, Wrigh, Caicedo, Molard, Stewart, Johansen, De Marchi, Impey, Malecki, Mühlberger, Masnada, Craddock Arndt, Langellotti, Adrià, Delaplace y Marc Soler, que se sumó al grupo tras una gran remontada. Detrás, el Jumbo de Roglic no quiso desgastarse en la defensa de un liderato que puede recuperar en el Pico Jano. Bilbao quedaba pues en manos de los fugados. Azurmendi no pudo con el Vivero. Adriá lo intentó. También Stewart y luego Mühlberger ya en el Puente de Euskalduna, sobre la ría. Pero el corredor austriaco del Movistar no alcanzó a Soler. Y que fue el que en Bilbao y bajo el bochorno acabó con la pertinaz sequía.
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