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Jon Rivas
Viernes, 23 de agosto 2024, 18:50
Qué importante es para un campeón tener un buen gregario, y que el líder lo reconozca, como Fausto Coppi, que contaba a su lado con Sandrino Carrea, superviviente del campo de Buchenwald. Era un tipo humilde que había trabajado en el mantenimiento del ferrocarril, pedaleando ... en las vías para acarrear ladrillos. Cuando llegó la II Guerra Mundial, le hicieron prisionero y fue trasladado al campo de concentración. Allí sobrevivió como pudo, pensando en buscar algo de comida para llevarse a la boca, durmiendo apilado junto a más de 300 prisioneros, tratando de salvarse de las congelaciones. Los guardas le pillaron robando patatas y le metieron en un agujero, y pensó que moriría allí, pero tuvo suerte: ese día acabó la guerra y le tocó regresar a su casa, en la Liguria, andando y con 40 kilos menos.
Coppi le fichó tres años después. «Es un cíclope». Cuando se vistió accidentalmente de amarillo en el Tour, lloraba pensando en lo que su jefe le podría decir. «Se le ve como un niño que hubiese robado un bote de mermelada y que mira cómo se acerca su padre, plenamente consciente de su culpa», contaba L'Equipe. Pero el 'campeonissimo' se alegró porque reconocía el trabajo de sus incondicionales. «Carrea me lo dio todo y yo solo pude darle dinero». Otros no tanto. Bahamontes, un genio, presumía de sus victorias sin acordarse de sus domésticos, a quienes achacaba sus fracasos.
Sepp Kuss, que ganó la Vuelta el año pasado, no acaba de quitarse de encima la piel de gregario, como si formara parte de su condición de ciclista, aunque partiera de Lisboa en su rol de jefe de filas para repetir victoria en la Vuelta. Ayudó a Roglic y a Vingegaard en sus éxitos, y le recompensaron ambos con el jersey rojo, pero sigue siendo ese corredor capaz de hacer ganar a los demás dejando a un lado sus intereses. Sucedió este viernes en Córdoba, cuando en el descenso del 14%, que no es un porcentaje, sino el nombre con el que se conoce el puerto que ascendió el pelotón cerca de la meta, Marc Soler quiso repetir hazañas precedentes y se lanzó en un ataque para coger ventaja con relación al grupo de selectos ciclistas que viajaban entre los elegidos. Entonces, Kuss, con su alma de gregario, y a la vista de que entre aquellos que circulaban a su lado estaba su compañero de equipo Wout van Aert, y que el belga era, en teoría, el más rápido de todos, decidió coger el toro por los cuernos y ponerse en cabeza de la persecución.
Bajando entre los árboles, en los cruces, a campo abierto y en las amplias avenidas que reciben a los visitantes de Córdoba, Kuss actuó como un doméstico de primera categoría, sin ninguna ayuda de nadie, porque, como él, todos los demás pensaban que Van Aert era el favorito para una llegada al sprint. Y no tuvo que lamentarse el estadounidense, como el verso del Cantar del Mío Cid. Ese, 'Oh Dios y qué buen vasallo, si tuviese buen señor', porque su compañero fue un buen señor y ganó la etapa como estaba previsto, y su primer abrazo fue para Kuss, como debía ser. «En la cima me encontré solo con Sepp en el grupo delantero, así que fue realmente difícil de manejar, pero hizo un trabajo increíble. No sé si la gente se da cuenta de lo que se siente cuando pesas menos de 60 kilos y haces ese tipo de esfuerzo en el llano», relató Van Aert. Y confesó: «Se me ponía la carne de gallina al verlo, y solo quería ganar». Lo corroboró Marc Soler, el fugado: «He dado lo máximo y ha faltado poco. Al final estaba muy cansado, pero Kuss lo ha dado todo también y ha cerrado el hueco porque tenía al máximo favorito. Yo iba muerto».
Después de la escapada kilométrica del corredor del Euskaltel Xabier Isasa, que se marchó en solitario en el kilómetro 2, el grupo se formó en la ascensión al 14%, como en las galeras, a golpe de tambor. Los galeotes del Bora, castigados por la dejación de la víspera, que obliga a trabajar a destajo a partir de ya, circulaban al ritmo que pedía el cómitre Roglic, '¡pum, pum, pum!', para desgastar a O'Connor en cada etapa y no permitir que el australiano circule en palanquín, pero pese a su nombre y la velocidad a la que se ascendió, que desmembró el pelotón, el líder aguantó el tirón y entró junto al grupo de los demás favoritos. Así que en la general no hay cambios, con Ben O'Connor de rojo, con su amplia diferencia, que Roglic consiguió limar en seis segundos, los que sumó de bonificación en el último puerto de la jornada. Tacita a tacita, piensa el esloveno, aunque a ese ritmo va a ser como intentar vaciar el mar con una cuchara.
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