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FERNANDO MIÑANA
Miércoles, 13 de enero 2016, 17:58
Una cabriola en el área en un partido de la tercera división brasileña le cambió la vida a Wendell Lira, el humilde delantero de 27 años que el lunes se codeó en Zúrich, en la gala del Balón de Oro, con la aristocracia balompédica ... del planeta. Aquel giro en el aire para golpear el balón de media chilena un 11 de marzo de 2015 no lo vieron ni 300 espectadores en el desproporcionado estadio Serra Dourada de Goiania, la ciudad que le vio nacer, de 1,2 millones de habitantes, a unos 200 kilómetros de Brasilia, la capital.
El tanto de Lira parecía uno de esos que ingenian los jóvenes a los mandos de la Play Station cuando juegan al FIFA o el Pro Evolution Soccer. Así que fue incluido entre los doce que aspiraban de inicio al Premio Puskas al mejor gol del año. El Goianesia, su club, le había dejado escapar a pesar de aquella obra de arte en el área del Atletico-GO. Lira quería vivir del futebol, pero como le ocurre a cerca de 20.000 jugadores en Brasil, se quedó en el paro en mayo, cuando acaban las ligas regionales.
Su madre le echó un cable y le encontró un empleo como camarero en la cafetería donde ella trabaja. No esperaba muchas más alegrías en su vida gracias a un balón de cuero a pesar de haber sido una promesa rutilante durante sus años de formación en el Goias, cuando fue señalado como jugador revelación en un torneo juvenil. A los 17 años le llegó una oferta de Europa. El Milan ponía encima de la mesa un millón y medio de euros para llevárselo fresco. «Mi club me dijo que esperara un poco. Me parece que ellos pretendían ganar más dinero con mi venta». Pero al final no hubo acuerdo y la siguiente temporada el jugador brasileño sufrió una grave lesión en la rodilla que le tuvo un año alejado del terreno de juego.
Aquel traspié cortó de golpe su progresión. Quedaba condenado a tardes menores en el campeonato goiano. Pero llegó noviembre y la FIFA le incluyó entre los goles más destacados de la temporada. Un día al salir de casa de su madre, un coche se cruzó súbitamente en su camino y le cortó el paso. Temió lo peor. Pero, de repente, un hincha alborozado bajó del auto y simplemente le pidió hacerse unas fotos juntos.
Y volvía al fútbol. Al día siguiente le ofrecía un contrato el Vila Nova, un equipo de Goiania. Su carrera repuntaba a pesar de su incredulidad. «Cuando dieron la noticia, en el primer momento no me lo creí. Luego me llamó mi esposa llorando y me puse a llorar con ella. No me lo podía creer. Fue muy emocionante». La inclusión entre los tres aspirantes al trofeo otros nueve cayeron en la penúltima criba le dejó definitivamente «en estado de shock».
Casi la mitad de los votos
Al fin iba a poder viajar a Europa. Aunque primero tenía que ir de compras. No podía presentarse en la Gala FIFA Ballon dOr con el viejo traje con el que veía casar a los amigos. El lunes apareció en la alfombra roja del Kongresshaus, con unas vistas imponentes al lago Zúrich, elegantemente vestido al lado de su mujer, orgullosa y también rutilante.
Lira entró al palacio de congresos como un desconocido y salió casi, casi flotando. Porque su gol, aquel gol casi clandestino ante 297 espectadores desperdigados en el gran Serra Dourada, fue finalmente elegido como el mejor de 2015. No lo vieron ni 300, pero recibió la aprobación de más de 1,6 millones de aficionados, un 46,7% de los votos. Su grácil vuelo en el área había vencido al zapatazo desde 50 metros de Alessandro Florenti, de la Roma, y al eslalon prodigioso frente al Athletic de Leo Messi (33,3% de los votos), que estaba en Suiza para llevarse su quinto Balón de Oro.
El argentino no se ofendió. Al contrario. «La verdad es que fue un golazo, lo mereció. El premio está en buenas manos», aplaudió el mejor jugador del mundo. Su compañero Neymar se emocionó al ver cómo su compatriota recibía el Premio Puskas en una historia que parece de Disney. Lira, radiante y de etiqueta, se hizo fotos con todos sus ídolos: Messi, Ney, Cristiano Ronaldo, Alves... Estaba con ellos y estaba a su altura, pues el humilde futbolista recibía un galardón que poseen estrellas como Cristiano (2009), Hamil Antitop (2010), Neymar (2011), Miroslav Stoch (2012), Zlatan Ibrahimovic (2013) o James Rodríguez (2014).
El club, que no le pagaba ni cinco mil reales al mes (unos 1.240 euros), se plantea ahora erigir un busto o una estatua en honor del jugador que más alto ha llegado. Un lugar tan elevado que Lira jamás había imaginado. «Honestamente, parece un sueño. Ni siquiera podía pensar en conocer a tantas estrellas, qué decir de disputar un premio, disputarlo con Messi y que mi gol supere al suyo en la votación...». Al otro lado del océano, en su casa, su madre, otro mar de lágrimas, daba saltos de alegría: «David ha ganado a Goliat», sollozaba emocionada en referencia al elegido mejor jugador del mundo.
A las doce sonaron las campanadas. La medianoche suponía el fin del cuento de Lira. Él y su mujer dejaban la élite del fútbol para regresar a su fútbol marginal en el estado de Goiás, en el corazón de Brasil. Su única esperanza ya solo es que dejara olvidada una bota en la alfombra roja y que algún club europeo la reclame. «La vida del futbolista que no está en primera división es muy complicada, se pasan muchas dificultades, muchas veces no se recibe el salario y tenemos que mantener a nuestra familia».
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