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Aser Falagán
Martes, 31 de enero 2017, 07:04
Como en la segunda ley de la termodinámica, cuando se rompe el equilibro natural el fútbol también se deja goles por el camino. El Barcelona sintió el domingo esa entropía que ha vuelto a abrir el debate tecnológico. Como es habitual cuando le toca a ... un grande. Pero no es un problema nuevo en el fútbol. Probablemente el gol fantasma más recordado de la historia del fútbol sea ese tanto de Hurst que le dio a Inglaterra su único título mundial en la Copa del Mundo que organizó en su país en 1966. Pero aquella historia fue a la inversa, porque el tanto de los Pross, que decidió la final en la prorroga, nunca llegó a batir la portería alemana.
Otro poso han dejado tantos que sí que atravesaron la línea de forma tanto o más evidente que el de Jordi Alba. Uno de ellos, el de Míchel contra Brasil en el Mundial de México. España acababa de sacar un córner y el madridista recogió el rechace fuera del área y se sacó un disparo que tras golpear en el larguero se coló en la portería de Carlos para salir después rebotado. Bambridge no concedió el gol y España perdió con un tanto de Sócrates. En el banquillo de la Roja, que aún no se llamaba así, estaba Quique Setién, que nueve años después de esa experiencia se iba a doctorar en goles fantasma. Pero en aquella ocasión no necesitó cambiar de continente, sino que le bastó un corto viaje a Gijón. A El Molinón, para más señas.
Fue el 17 de septiembre de 1995, a los quince minutos del Sporting-Racing correspondiente a la tercera jornada de la temporada 95-96. El balón llegaba rebotado cuando el Flaco armó la pierna derecha a unos cinco metros de la frontal del área. La estirada de Ablanedo fue insuficiente. El balón atravesó la línea de gol, se coló con claridad junto al poste derecho, golpeó contra la red, la atravesó estaba mal fijada, golpeó contra las vallas publicitarias justo detrás de la portería y se quedó ahí alojado. José Enrique Rubio Valdivieso se giró tras ver la finalización de la jugada e hizo un amago de señalar el centro del campo mientras los jugadores del Racing comenzaban a celebrar el tanto. Hasta aquí todo correcto. Pero de pronto Rubio vio algo raro. Su juez de línea, que así se llamaba entonces al árbitro asistente, se había quedado quieto, imperturbable, luciendo tenaz su bandera en alto como los últimos de Filipinas en su inquebrantable lucha contra la realidad y contra la lógica.
Rubio se acercó a él para ver qué ocurría y entró en juego el principio de incertidumbre. El balón habría entrado, pero el caso es que estaba fuera de la portería. En realidad todo lo que había ocurrido era que la red no estaban bien fijada ni en condiciones para el partido (algo de lo que se debe encargar el equipo arbitral) y el balón la atravesó. Pero en aquella entropía el gol se transformó en saque de puerta. Después la polémica se alimentó aún más con un tanto de Julio Salinas con la mano y los cántabros perdieron por 4-2.
Cuando Luis Enrique pedía ayer amargamente un ojo de halcón para terminar con los goles fantasma es probable que Quique Setién esbozara una sonrisa sardónica al recordar al bueno de José Enrique Rubio Valdivieso, entre otros motivos porque ni él ni sus compañeros recibieron nunca explicación alguna sobre aquella decisión. Todo lo que obtuvo fue una tarjeta amarilla por interrogar sobre un fenómeno casi cuántico: el del gol que entró y no entró.
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