Don César y el pitillo
El triunfo del Real Madrid en Villarreal y las posteriores reacciones a dos polémicos goles han vuelto a sacar lo peor de una profesión arrinconada en la información de bufanda
Javier Barbero
Jueves, 2 de marzo 2017, 07:14
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Javier Barbero
Jueves, 2 de marzo 2017, 07:14
Resulta curioso observar el vertiginoso cambio que nuestra sociedad ha vivido en muchos aspectos. Hace varias semanas se convirtió en lo que ahora se denomina viral en las redes sociales el vídeo de unos niños, de apenas seis años, a quienes se les ponía cara ... de circunstancia por no saber manejar uno de aquellos teléfonos negros de rueda que muchos conocimos en la casa de nuestros abuelos. Vamos, un teléfono de los que se usaban toda la vida, con cable y auricular, antes de que los smartphones fagocitaran nuestra existencia. Recuerdo también, cómo siendo niño, el pediatra al que mis padres me llevaban para pasar las correspondientes revisiones, don César, nos recibía en su consulta en medio de una densísima nube de humo, con un fuerte olor a tabaco negro y el Ducados a medio caer sosteniéndose entre sus labios. Sería impensable asistir actualmente a una escena ni siquiera parecida.
Don César no tuvo absolutamente nada que ver, pero años después me aficioné al tabaco. Fue en la Universidad, donde fumar, al menos en aquella época, no estaba ni mucho menos mal visto. Desconocimiento, tontería o llámenlo como ustedes quieran, al final, cogí el vicio del pitillo, que me duró unos cuantos años. Nunca fui un fumador empedernido, pero conservé el hábito más tiempo del debido, hasta que un día asumí que por mi bien aquello se tenía que acabar. Cuando me preguntaban cómo había podido dejar de fumar, mi respuesta siempre era la misma: "Yo no he abandonado el tabaco, ha sido él quien me ha dejado a mí».
Les cuento esto porque estos días asistimos a una más que vergonzante puesta en escena, la enésima últimamente, de lo que queda del periodismo deportivo. El triunfo del Real Madrid en Villarreal y las posteriores reacciones a dos polémicos goles han vuelto a sacar lo peor de una profesión arrinconada en la información de bufanda, el más rancio amarillismo y el servilismo más barato de la historia. Los diarios deportivos continuaban dos días después del choque generando una innecesaria crispación, pixelando las imágenes del partido para demostrar que existió por milímetros un posible fuera de juego o que las manos dentro del área tras un rebote admiten una prolija interpretación, según el equipo desde el que se hable, claro. Vamos, un ambiente nauseabundo, escrito o contado al dictado e interés de los presidentes de turno. Ignoro si resulta más lamentable que al público le satisfaga semejante palurdez o que compañeros de profesión vendan lo que les queda de dignidad por medio plato de lentejas. Allá cada cual.
¿Y qué tiene todo esto que ver con don César, mi antiguo pediatra? Muy sencillo, cuando terminé la Universidad, con el vicio del tabaco bien ceñido a mis pulmones, opté por ejercer el periodismo deportivo. Lo tenía claro, aquello me apasionaba Y encima me pagaban. Les aseguro que disfruté infinitamente ejerciendo esta profesión, sin mirar jamás el reloj ni tener prisa por terminar mi jornada. Sin embargo, un día comprendí que la sociedad había cambiado más de lo que yo mismo pensaba. Así que viendo la deriva que estaba tomando todo aquello y gracias al ofrecimiento de mi empresa, hace ya tiempo que me dedico a otros menesteres de la información. El pasado fin de semana, un antiguo compañero de fatigas me preguntó: "Chico, ¿cómo en tu situación pudiste abandonar el Periodismo Deportivo?". La respuesta me salió sin pensar, porque fue igual que con el tabaco. "Yo no le abandoné. Fue ese periodismo quien me dejó a mí".
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