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ALFONSO CARBONELL
Miércoles, 15 de julio 2020, 07:17
Llegó como catequista un 18 de abril de 2016 al templo del cadismo. Y este domingo 12 de julio de 2020 se ha proclamado Dios por la obra y gracia de su lucha constante, su trabajo meticuloso y su confianza. El nuevo Dios del cadismo nació en Santa Isabel (Nueva Guinea), un 20 de septiembre de 1965 en la entonces colonia española. Pero criado en Santander y formado en el Perines y el Racing es cántabro a todos los efectos. Dentro de su carácter apocado, al creador del último sueño cadista apenas se le puede señalar una tierra con cierto arraigo para él. Podría decirse que el nuevo Dios de esta afición que tiene su templo en Carranza es apátrida, pero con el tiempo él mismo podrá decantarse por ser de Cádiz. Entre otras cosas porque en su infancia también le dio tiempo a vivir, además de Cantabria, en San Fernando debido al trabajo de sus padres. Fue ahí donde conoció los carnavales y ha sido aquí donde conoció a otro Dios, pero este con pase directo al cielo de los carnavales.
Más allá de su sincera devoción y amistad con Juan Carlos Aragón, Álvaro Cervera lleva saboreando gaditanismo desde que consiguiera ascender al equipo en apenas dos meses a Segunda División en unos play off donde muchos de sus parroquianos ni siquiera se subieron hasta no ver como el Cádiz superaba la primera eliminatoria en A Malata (Ferrol).
Después Álvaro dejó en el camino a su Racing, entonces entrenado por Pedro Munitis, para ascender en la tercera eliminatoria ente el Hércules. Nadie daba nada por aquel equipo que, sin embargo, promocionó. Álvaro, internacional con la selección cántabra en la que compartió equipo con Helguera, De la Peña, Munitis, Colsa, Amavisca y Ceballos, se ha ido abriendo paso entre la muchedumbre como lo hacen los grandes profetas, es decir, sin levantar mucho la voz, sin darse relevancia alguna, con timidez y con prudencia. Así se llevó los dos primeros años. Y es que comparar a aquel entrenador reservado y con gafas que se presentó para comerse el marrón en su primer 'play off' de ascenso a Segunda con el que hoy representa ser el jefe de una banda que no ha perdido la humildad, pero que ha ganado en porte y saber estar es comparar una persona de otra.
Porque ha cambiado en Cádiz. De aquel entrenador timorato en sus inicios -y con el descenso a Segunda con el Racing en su currículum- y hasta cierto punto con falta de conexión con su afición, ha pasado a ser el icono de una tribu. Su rostro ya se deja ver por todos los rincones del estadio, cuando no ciudad, y sus comparecencias se siguen como si se tratasen de auténtica palabra del señor.
'La Lucha No Se Negocia' es su sello y con él este Cádiz CF se ha ido creando una leyenda que lo ha llevado a Primera. Y este éxito no es flor de un día. Porque el ascenso de este año ha sido regado temporada tras temporada con la misma paciencia y trabajo solo que sin el acierto necesario que este año sí se ha dado.
El ascenso, además, y puestos a optimizarlo, llega en el mejor momento y después de cuatro bonitos años en Segunda donde Cervera ha podido ir esculpiendo cada vez mejor su bloque y su línea de trabajo. Se llega a Primera con las ideas muy claras, con un entrenador que cuenta con el respaldo de la afición y de los jugadores, y que con ese no ha tenido más remedio que ganarse el de una directiva que no ha podido negar la evidencia. Su renovación por los cuatro años venideros tan solo es una señal de la enorme autoridad que tendrán sus decisiones comulgue o no con la línea deportiva de su director deportivo.
Y es que se ha ganado con creces el hecho de ser algo más que un entrenador. Su mala relación con el presidente Manuel Vizcaíno no será óbice para que el equipo que se conforme de cara a la elite mantenga su razón de ser y su estilo. Son ya cuatro temporadas en Segunda y aquellos ocho encuentros en Segunda B de garantía y aval para que este Cádiz pueda sentirse de lo más confiado a la hora de saber en qué manos descansa. Y lo hace en las mismas que en 2016 titubeaban en sus inicios y que ahora en 2020 son de hierro. Es lo que tiene pasar de ser catequista a Dios en apenas cuatro años y medio.
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Ana del Castillo
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