Aquel gol de Arconada
MI SAQUE DE ESQUINA ·
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En el delicioso libro de Vicente Verdú'El fútbol, mitos, ritos y símbolos' (1980), el autor nos ofrece un paralelismo entre el guardameta y la maternidad. El portero representa «la inquebrantable firmeza de una madre virtuosa que hace que su marco permanezca virgen», ... decía Verdú. Pero me resistí a creérmelo con aquel gol que en realidad no metió Michel Platini, sino el propio portero de la selección española: Luis Miguel Arconada.
Es de los goles que tengo grabados en la cara amarga de mi alma futbolera. Fue el 27 de junio de 1984 y la selección española jugaba la final de la Eurocopa en el Parque de los Príncipes de París contra la selección francesa. Después de la desilusión del Mundial 82, los seguidores de la Roja habíamos tenido la más impactante inyección de victoriosa adrenalina con el inolvidable partido que nos clasificó para aquella fase final. Porque ¿quién de los que haya vivido esa época puede olvidarse del 12-1 a Malta y de la borrachera de entusiasmo que nos desbordó a todos? Y después de clasificarse por los pelos ¿quién hubiera pensado que llegaríamos a la final después de un igualadísimo partido (con prórroga y lanzamiento de penaltis) superando a la Dinamarca de Laudrup? Fue Manu Sarabia el lanzador del quinto y definitivo penalti, tras los aciertos de Santillana, Señor, Urquiaga y Víctor, y el fallo del danés Elkjaer. Y allí estaba España, dispuesta a repetir veinte años después aquella victoria del 64 con el gol de Marcelino a la Araña Negra, Lev Yashin, contra la URSS.
El seleccionador, Miguel Muñoz, tuvo que variar su alineación por la ausencia de Maceda y Gordillo por sanción, y presentó un equipo compuesto por Arconada, Urquiaga, Gallego, Salva, Camacho, Víctor, Señor, Francisco, Julio Alberto, Santillana y Carrasco. El bravo Camacho sería el encargado de perseguir a Platini, aunque sólo hasta la línea del centro del campo.
Otro marcaje férreo fue el que sufrió el ariete cántabro Santillana por parte del gigante Bossis. La presión sobre el centro del campo francés fue el secreto del dominio español en los primeros minutos, presión que no dejó respirar ni a Platini, ni a Tigana ni a Giresse. Hubo una jugada magnífica entre Gallego y Francisco, y cuando éste entró en el área para intentar el remate, sufrió una dura entrada por detrás de Bossis, un penalti que el árbitro, el checoslovaco Vojtech Christov, no quiso pitar. Con la media hora trascurrida, la selección española continuaba con su dominio y amenazaba arruinar las previsiones de la prensa sobre el potencial del equipo galo.
En un córner, Santillana saltó medio metro por encima de su marcador, Bossis, y consiguió un espléndido remate de cabeza que fue a la escuadra superando al guardameta Bats. Cuando el balón parecía que acababa de entrar, apareció Battiston para despejarlo dentro de la portería. El cántabro levantó los brazos en señal de alegría por el gol, pero el VAR todavía no existía y el juego continuó como si nada. Hubo otra ocasión clara con un centro largo de Víctor a Señor que corrió rebasando a la defensa rival y se presentó solo ante el portero. Pero había sido fuera de juego, ¿o no?
Con el resultado de empate a cero terminó la primera parte y a unos diez minutos de reanudarse el encuentro llegó la jugada clave. Fue una falta inexistente contra España. Gallego ni siquiera tocó a Lacombe cuando éste cayó a un par de metros de la frontal del área, cerca de la intersección izquierda del semicírculo mirando a la portería, lugar idóneo para el disparo de Platini. Cinco jugadores españoles formaron la barrera.
El capitán francés no levantó demasiado el balón. El efecto de la pelota salvó el lateral de la barrera y fue a parar al lado donde esperaba Arconada, deteniendo el balón en el suelo y depositándolo bajo su cuerpo. Luego quién sabe lo que le pudo pasar. En su incorporación, Arconada propinó un codazo a la pelota y salió despedida hacia la portería. El zambullido y el gateo del que había sido portero más emblemático de la selección terminó en fracaso y en un autogol absurdo y estúpido. Con una España estirada buscando el empate, los franceses anotarían el segundo tanto, obra de Bellone en el minuto 90.
Desde aquel día dejé de pensar en la teoría de Verdú sobre la «inquebrantable firmeza de una madre virtuosa que hace que su marco permanezca virgen», porque Arconada, revolcándose con el balón debajo de su cuerpo, me pareció voluptuoso y rendido a los encantos de un napoleón francés.
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