La responsabilidad de la élite

Cada vez que un deportista de alto nivel -especialmente el fútbol, que es prácticamente el único deporte que nos importa a los medios de comunicación y a los aficionados- mete la pata hasta el fondo en su vida personal, los medios están ahí para magnificar el escándalo. Durante mi infancia y adolescencia crecí haciendo chistes sobre Maradona y la línea de cal de la banda, porque la drogadicción del astro argentino era tan de dominio público que hasta a un niño le parecía algo sobre lo que bromear. Y de todas formas, en la Moratalaz de los ochenta y noventa, nuestras madres nos advertían antes de salir de casa de que no debíamos las jeringuillas que veíamos en el suelo de los parques, así que lo de Maradona era poco menos que una anécdota.

Pero resulta que no lo era.

Ni eso ni el alcoholismo de un jugador brasileño, ni la ludopatía de un seleccionador de voz ronca, ni tantas miserias que no me voy a molestar en repetir. No soy quién para juzgar las decisiones morales de los millonarios jóvenes, pero sí que tengo muy clara la repercusión que tienen todos sus actos en nuestros hijos, el seguimiento milimétrico de los medios y la avidez con la que consumen los niños cada dato sobre sus ídolos. Por eso me pregunto si no podría incluirse en los contratos profesionales una cláusula de responsabilidad, para que los deportistas mantengan una conducta intachable so pena de severas multas económicas o de inhabilitación. Así no tendríamos que escuchar, como leí ayer en Twitter, frases como "Hombre, eso ha sido una chiquillada. Por algún lado tendrán que desahogarse, que son jóvenes y tienen mucha energía". Pues que la echen en el campo.