Gerd Müller, el torpedo

En este álbum traemos vivos y muertos, pues desde el año 60 cabe toda una galería de ídolos de aquí o de las regiones celestes. Del Torpedo Müller nos quedamos con una Eurocopa en concreto, la de Bélgica del 72, y de una final contra la URSS. Corrían tiempos difíciles en Europa, y en Alemania, con el recuerdo vívido de la guerra, salió como del pasto una constelación de jugadores increíbles. De Sepp Maier bajo palos a Franz Beckenbauer, o de Jupp Heynckes al propio Müller. De Müller cuentan las crónicas y los que le trataron que no era precisamente un Adonis, que era paticorto y que esa característica, como décadas después ocurriese con Messi, le obligaba a llevar el balón pegado, a circular sobre él, y a tener una relación distinta de otros sobre patajes y regates. La necesidad hecha virtud y talento.

Müller era incómodo en el área, recibía y tenía el don, también, del desmarque. Virtudes todas que convergían frente a puerta, donde no perdonaba. Ya en las semifinales de la Eurocopa de Bélgica, contra los anfitriones, dos goles suyos demostraron que esa Alemania eran palabras mayores. Aunque fue en la final donde sus dos tantos quedaron enmarcados para una mejor posteridad. Aquí sí que Müller volvió a lucirse. Primero aprovechando un tiro fallido de Heynckes, que el Torpedo siempre andaba al acecho. Después, ya con un estadio de Heysel entregado a los germanos, esta vez a pase del mentado Heynckes, que corroboraba un dominio que ya, Wimmer, con el 2 a 0, había sentenciado.

Formaban una Alemania vertical que jugaba y el más carismático de ellos fue Müller. Resultó que la vida, como a otros juguetes rotos, no le sería tan generosa. Entre la tristeza y el alcoholismo se marchitó quien Beckenbauer definió una vez como el jugador total.