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'Arriba Piru con ese balón. Que Chaparro la prepara, que Chaparro la prepara, llega Quique y mete gol'. Los viejos Campos de Sport braman rendidos a un chaval adelantado a su tiempo. Tiempos de fútbol de Faria y Soberano, escuetos pantalones a la ... altura de la ingle y botas con rayas blancas sobre fondo negro. Son los ochenta.
'Ni Schuster ni Pelé; Quique Setién'. Braman los nuevos Campos de Sport. Pantalones hasta los sobacos y camisetas anchas que el capitán del Racing se empeña en llevar por fuera. Su seña de identidad, como las medias sin espinilleras de Gordillo. El fútbol remonta el sarampión del catenaccio y el Racing despierta del mal sueño de un sexenio entre Segunda y Segunda B. Arrancan los noventa.
También David Vidal brama, pero de otro modo. Tiene a media plantilla jugando al ajedrez en las concentraciones y aquello no va con él. La culpa es del Flaco, que ha hecho comandita con otro veterano, Manu Sarabia –sí, el padre de Eder, su actual segundo–. Eso y su empeño por jugar a un fútbol que ni le gusta ni entiende tiene al gallego en armas. Es el Logroñés a caballo entre dos décadas y Quique ya es fan declarado del Barça de Cruyff. La antítesis de Vidal. «Cuando jugaba ya tenía conflicto con los entrenadores. No entendían el fútbol como yo quería». Vidal da fe, pero sabe que le interesa ponerle. Fue regresar Quique al Racing y desmadejarse su Logroñés.
En esa segunda juventud al Flaco le llamaban ya Maestro, aunque aún cometía errores de estudiante como el que significó su segunda salida. 17 de diciembre de 1995. Setién brama: «La culpa de todo esto la tiene usted», le espeta a Vicente Miera. Una durísima entrada de Tomás durante un entrenamiento, como otras ante las que el entrenador miró a otro lado, precipitó todo. «Me volví loco». Puñetazo. Expulsión y despido con un mensaje en el contestador.
Tras la imagen de tipo serio que pule con mimo se esconde la curiosidad innata del, para bien y para mal, Johan Cruyff del Racing. Y no solo en lo futbolístico. Enrique Setién Solar (Santander, 1958) es un entusiasta capaz de conjugar calma y energía para convertir al Betis en el equipo del buen rollo con la ayuda de un Joaquín Sánchez en el que encontró su yang.
Como futbolista se adelantó veinte años a su tiempo. Hubiera disfrutado con Guardiola, Rijkaard y Del Bosque. Ahora sus sólidos principios y carácter, esa coherencia enfermiza consigo mismo que a veces jugó en su contra, le han llevado al eje gravitatorio del fútbol en el que cree; el que rezumaba como futbolista y predica como entrenador. Al Barça de Michells y de Guardiola. Al de Laureano. Al de Cruyff. Sobre todo, al de Cruyff. «Yo sentía que se podía jugar mejor al fútbol, pero no lo vi hasta que Johan nos lo enseñó», dijo al morir ese otro flaco.
El camino ha sido atípico. Se enfrentó a todo y a todos cuan do lo consideró necesario. Físicamente solo con Tomás González. Filosóficamente, contra el fútbol en blanco y negro y cualquier causa que considerara justa. Para eso es tenaz. Pagó la factura con creces antes de alcanzar su Varhalla con seis décadas de biografía en un guiño vital que sabe a justicia poética después de tantas oportunidades truncadas. Por Miguel Muñoz. Por Dimitri Piterman, al que agradecerá siempre, al menos, que fuera sincero. Por Jesús Gil. Por su tozudez en no tener agente, superada hace no tanto tiempo. Por la mala fortuna.
Como el 6 de agosto del 82. Aquel día Mendizorroza estalló en silencio. El crujido que reverberaba en la grada vitoriana era el de su tibia y peroné rompiéndose. Quique bramaba, pero de dolor. Aquel botones con vocación de ajedrecista que a los 14 años repartía periódicos en el Colegio Farmacéutico de Santander se quedaba en jaque con una lesión que en aquellos tiempos incluso amenazaba retirada. Pero no fue mate. Llegaría a jugar 374 partidos en Primera con el Logroñés, el Atlético y el Racing. Ese Racing por el que un año antes se había dejado también el menisco. Aquello no fue en Vitoria, sino en Alicante. Le iban a convocar con la Roja, que entonces no se llamaba así.
Aquel chaval del grupo Santos Mártires que jugaba al fútbol donde aún hoy un cartel reza 'Prohibido jugar a la pelota' empezaba a redactar su propio manual de resistencia con la misma Olivetti con la que escribía las crónicas de sus partidos con el Perines. La vida ya se había encargado de curtirle con la prematura muerte de su madre y la de su hermano mientras hacía la mili en el Alta; en el Regimiento Valencia. Siempre se recuperó, del golpe, pero a costa de dejarse mucho tiempo en el camino.
Ya entonces estaba claro que el Flaco tenía algo. Que era diferente en todos los sentidos. «Casi seguro que tenéis razón en todo, pero si no os parece mal prefiero equivocarme a mi manera», reza aún el perfil en redes. Con vocación de 'one club man' tuvo que dejar con pena Santander convencido de que en caso contrario nunca sería internacional. Llevaba razón. Cuando al fin transigió y cogió el puente aéreo entre Pupas y Pupas para vestirse de colchonero apenas tuvo que esperar unas semanas para enfundarse la Roja rebautizado como Quique Setién –antes era Quique a secas– para no confundirle con Ramos. Fue convocado para el Mundial de México, peroMiguel Muñoz le condenó al banquillo y la grada; sin debutar siquiera. Así contempló cómo Eloy fallaba en Puebla ante Jean Marie Pfaff en los penaltis. Lo que hubiera dado por lanzarlo. Y para colmo a su vuelta le esperaba en Manzanares Jesús Gil. Antítesis del Setién sindicalista, intelectual y testarudo –en eso no eran opuestos–, pronto se convirtió en su archinémesis. Nunca supo o quiso Quique callar a tiempo si se veía con la razón. Y claro, Gil le apartó del equipo entre ostentóreos –sic– bramidos. Dijo que estaba acabado. Ojo clínico. Jugaría aún otros 201 partidos en Primera.
Su paréntisis entre su retirada como futbolista con casi 40 años y los diez años consecutivos que lleva en los banquillos no ha sido ocioso, sino un guiño al otro Quique; a sus otras pasiones. Al fútbol playa. Con la selección española, con la que fue dos veces subcampeón mundial, y en la Liga de El Sardinero. Al ajedrez, con una puntuación que le permitiría acceder a competiciones y un perfil más similar al de Gary Kasparov que al de Anatoly Karpov, aunque contra ambos ha jugado simultáneas. A recordar como columnista en prensa al periodista vocacional que fue de adolescente. A disfrutar de la infancia de su hijo Laro, nacido en 1995 de su primera mujer. Y de su segunda hija. Y por el camino a devolver al Racing a Primera y dar después la alternativa como técnico de la máxima categoría a su amigo Manolo Preciado. A quien le hable de la buena vida del futbolista le responderá con una sonrisa cómplice: «Te equivocas; es la del exfutbolista». Su fondo de armario tiene una buena dosis de de sarcasmo.
Ahora en plena época de 3D y 4K, el fútbol de vaporizador y gintonic perfumado con botánicos del Siam disfruta de su esencia. «Ni en mis mejores sueños me había podido imaginar estar aquí». Aquel niño nacido en la Clínica El Pilar, entre la calle del Sol y Menéndez Pelayo, era este martes de nuevo aquel chiquillo ilusionado que jugaba a la pelota en los Santos Mártires, en Vía Cornelia. Allí donde un cartel que lo prohibía fraguaba su carácter y le servía como incentivo. Más al este, por el Parque Mesones, todavía se recuerda aquello de: 'Ni Schuster ni Pelé; Quique Setién'.
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