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El Bulín de La Tasca, una pizzería de la santanderina calle Gándara, era este martes un lugar azul y blanco. Y lleno de ese español con acento inimitable incluso para esos improperios que afloran, sobre todo, en un partido de fútbol. En el de este ... martes, había jugadores vestidos de albiceleste. Pasión en estado puro. El Bulín se convirtió en el epicentro de gran parte de los argentinos residentes en Santander. Con el corazón en un puño. El motivo era el partido de fútbol que enfrentaba a las selecciones de Argentina y Croacia por un puesto en la final del Mundial de Qatar.
Faltaban minutos para que comenzase el partido y 100 personas en el establecimiento se ponen de pie al mismo tiempo. Todas unen sus voces para cantar el himno nacional argentino, con una intensidad que pone los pelos de punta: «Sean eternos los laureles que supimos conseguir. Que supimos conseguir. Coronados de gloria vivamos», entonan en uno de los restaurantes argentinos de la capital cántabra, que tiene una camiseta de Maradona apoyada en una de sus paredes.
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Más que un partido empezaba una fiesta en la que muchos aficionados vestían camisetas albicelestes con el escudo de la selección y dos estrellas encima, por otros tantos Mundiales conseguidos. Los dirigidos por Lionel Scaloni buscaban su sexta final en un campeonato del mundo. Muchos de los allí presentes dicen que ellos crecieron viendo partidos de la Liga española frente a un televisor. La generación que pertenece a un país que se paraliza cada vez que juegan Boca Juniors y River Plate. Precisamente las televisiones «deberían ayudar a calmar la tensión y no ayudar a que salten las chispas», se queja un hombre que cree que la imagen de los argentinos en su anterior partido ante Países Bajos fue distorsionada por los medios de comunicación. «Puede que haya dos idiotas, ¿pero tú ves aquí tensión o ánimo de enfrentamiento?», dice.
Cuando el balón empieza a rodar, el número de clientes se desborda y los más jóvenes siguen el partido apoyados en el mostrador, pegados al baño o agazapados entre las mesas. Unos conectan con radios y la mesa que repite pizza Bulinera recibe las fotos de unos familiares mientras siguen el partido con un ojo en la pantalla y otro en el plato. Los casi cien argentinos aplauden el lanzamiento de una falta, una jugada de ataque o una tarjeta amarilla. Cualquier cosa. Los gritos de ánimo se convierten en un aplauso atronador de hermanamiento cuando las imágenes proyectan la grada de Qatar, donde miles de argentinos siguen el partido en el campo.
Y así llegó el minuto 34. 'Penaaaaal', se gritó en la pizzería. YLeo Messi que se dispone a lanzar la pena máxima. El primero para Argentina. El delirio. Y cinco más tarde, uno de los tantos del campeonato, con una galopada de Julián Álvarez desde el centro del campo para plantarse ante Livakovic. El segundo de la albiceleste. Más de un '¡vamos, carajo!' se escuchó en El Bulín de la Tasca. Ya en el segundo tiempo, con el tercer gol de la selección argentina, obra también de Julian Álvarez, llegó el éxtasis al abarrotado local santanderino.
Lo llevaban esperando toda la tarde Marcelo Gómez, Elena Sánchez –su mujer– y Florencia Sofía, su hija. Tres argentinos nacionalizados españoles. Presentían que ganaría Argentina, estaban convencidos. Todos aplaudían los goles y lo celebraban con una ensalada y refrescos apoyados en la barra del bar «Hemos sufrido hasta el final», apuntaba Elena. Marcelo era más optimista desde antes que el colegiado pitase el final del partido. «Ya tengo los billetes sacados para ver la final en Nápoles, no habrá mejor sitio. También iré acompañado de mi hijo», comenta. «Hay que festejar, pero solo un rato, que mañana –por hoy– volvemos al trabajo», decía Elena, feliz por la victoria de su equipo, antes de salir con una bandera albiceleste a la espalda.
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