Pablo Torre, obligado a reinventarse

Su situación es tan incierta como que en la lista de Santi Denia, seleccionador del combinado español sub 21, del pasado viernes no estaba y fue la primera vez en mucho tiempo que esto ocurría. Su poca presencia con el Girona le ha sacado también de la pizarra del técnico de 'La Rojita', donde ya tenía galones y suficientes avales para no quedarse fuera. El domingo, sobre la bocina y como consecuencia de la lesión de Nico González, el cántabro regresó como medida de urgencia a la lista. La noticia no deja de ser buena, aunque deja un poso de incertidumbre.

Su situación no es ni mucho menos la que todos los que ojean cada semana si jugó o no esperaban. Realmente lo que ocurre con Pablo Torre es que no encaja del todo en ese fútbol que quiere su entrenador. Nada más. Y a eso es complicado hacerle frente en el fútbol actual sino es cambiando el chip y dándole al técnico lo que busca. No es que deba traicionarse a sí mismo, pero sí cambiar muchos de los automatismos que a un futbolista de su talento le han llevado hasta donde está. Lo que hace que Pablo Torre no juegue todo lo que supuestamente desde fuera se espera es que el cántabro no le da todo lo que le pide Míchel. El madrileño, el entrenador de moda en LaLiga, quiere jugar como mandan los preceptos de su vecino, el Barcelona, pero realmente no tiene los mimbres que siempre –alguna ocasión, ciertamente no– ha tenido el club culé. Para paliar esa diferencia de calidad que puede existir hipotéticamente con el fútbol del Barcelona, Míchel exige un derroche físico extra y ese, por el momento, Pablo Torre no se lo da. La necesidad de correr sin balón, la obligada presión tras pérdida que han acuñado los grandes gurús del fútbol actual, que no es otra que correr mucho cuando la has perdido para recuperar el balón lo más lejos de la portería propia está en el debe del futbolista de Soto de la Marina.

A Míchel no se le recuerda una sola palabra en contra ni del talento ni del compromiso de Pablo Torre. Ahora bien, en ese apartado del fútbol que en el Girona de hoy es el Santo Grial, el cántabro debe mejorar. Y en ello está. Sus conceptos han cambiado, su forma de afrontar todos esos minutos en los que no tiene la pelota ni él ni su equipo tampoco en la misma. No será difícil que logre ponerse al día, porque sin ello es innegociable su presencia en los esquemas del entrenador del Girona. Y Pablo Torre lo sabe, porque Míchel se lo ha dicho. Y el futbolista está en pleno proceso de maduración acelerado. Que no de fútbol, que para eso tiene pies de sobra, pero sí de adaptación.

No ha sido tampoco sencillo para el chaval, que el mes que viene cumplirá 21 años, asumir su rol. Hasta ahora –de acuerdo que es excesivamente joven– no le hizo falta correr detrás de la pelota porque cuando la tenía era muy superior. Su salida cedido del Barcelona tampoco le hizo sentirse del todo bien, después de las expectativas del curso pasado. Y, por último, su falta de minutos le ha dejado desconcertado, aunque a estas alturas de temporada ya lo debe saber llevar de otra manera.

Quizás por eso se explica alguna acción donde los nervios le pudieron traicionar, como aquel partido en el que después de calentar un buen rato cuando su equipo, el Girona, marchaba empate en el marcador y se disponía a saltar al campo, un nuevo gol de sus compañeros le hizo cambiar de parecer a su entrenador. Pablo Torre acabó lanzando una botella enrabietado. Reacción lógica, pero que le costó la semana siguiente no ir convocado. Ninguna de las dos partes lo reconocerá públicamente. Pero fue así. Justo o no justo, lo cierto es que al cántabro a buen seguro le sirvió para aprender una nueva lección.

Pablo Torre llegó las vacaciones de Navidad con una media inferior a los quince minutos por partido. Se comió el turrón en Soto de la Marina con doce participaciones con el Girona, dos de ellas como titular y cuatro jornadas en las que no entró en los planes de su entrenador. Muy poco bagaje para un futbolista que esperaba haberse ganado la confianza del míster del Barcelona y que salió cedido después de entender que necesitaba minutos tanto como comer. Entre todos, los responsables del conjunto culé, su entorno y el propio jugador, entendieron que el Girona, un equipo de Primera en crecimiento y cercano a Can Barça era el destino ideal. Allí que se fue sin saber que le esperaba una maniobra del destino impredecible. ¿Quién iba a saber que el Girona iba a ser el mejor equipo de la categoría con permiso de quien gane la Liga? La plantilla del conjunto catalán está siendo la auténtica revelación del fútbol europeo. Para colmo, en la posición de mediapunta, donde supuestamente el cántabro debía foguearse, el destino le ha colocado a Savinho, uno de los futbolistas más en forma del campeonato que ha sido titular 27 jornadas de las 29 y ha marcado ocho goles.

El brasileño sí parece que le da a Míchel lo que quiere. Al menos se entiende después de su participación. Con todos estos antecedentes, y en vista de que el horizonte no era todo lo esperanzador que esperaba el de Soto de la Marina, en el mercado de invierno solicitó al club catalán su salida. Pablo Torre quería buscar los minutos que no estaba teniendo fuera de Montilivi, pero se encontró con que su situación estaba en medio de ninguna parte. En el Girona no querían desprenderse de un futbolista como él, con la temporada que estaba haciendo el equipo y, además el Barcelona no aceptó la solicitud de cambio de aires del futbolista. Aún sabiendo que el joven necesita minutos y continuar su formación no aceptaron un cambio de escenario. Desde entonces Pablo Torre trabaja para cambiar la foto; para adaptarse a ese tipo de futbolista de calidad que demanda el fútbol moderno de ida y vuelta. Ya no vale con correr con la pelota, ahora es tanto o más importante hacerlo sin ella y darle prioridad a recuperarla cuando no se tiene.Correr para delante y hacerlo para atrás, ese es el perfil que demanda el fútbol moderno para todos los que quieran ser grandes, algo que hace poco más de una década no era tan exigible. En la etapa previa a este fútbol actual, los jugadores de calidad tenían cierta permisividad en el campo. Las labores se repartían casi sin darse cuenta. Ahora eso ya es historia.

Esa es la única diferencia entre el entrenador del Girona, Míchel, y el fútbol de Pablo Torre. Por supuesto que nada tiene que ver con esos cantos de sirena malintencionados sobre la supuesta vida desordenada del joven. Eso sí que no encaja en la escala de valores de un Pablo Torre que entrena decidido a voltear esta situación. Con trabajo extra personal, con personas de su entorno y de confianza apoyándole y con todo su talento como aval.

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