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Andrés Menéndez
Miércoles, 5 de agosto 2020, 07:10
Ha querido el destino que, dos décadas después de dejar la practica profesional, a dos destacados exjugadores del fútbol español y exracinguistas les haya tocado jugar juntos en un equipo por el que nadie desearía fichar para disputar un partido con un final perdido de antemano. La esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa sin cura, ha unido los caminos de dos futbolistas de los noventa: Juan Carlos Unzué (Pamplona, 1967) y Marcel Sabou (Timișoara, Rumanía, 1965).
«Si hablamos en el argot futbolístico, yo soy el juvenil y tú, Marcel, eres ya el veterano», espeta con entereza y un sentido del humor impactante el exportero, entre otros equipos del Oviedo y exentrenador del Racing, aunque en un periodo limitado por los desmanes de la Era 'Okupa'. En junio hizo publico que padece ELA. Desde entonces emplea su día a día a visibilizar esta desconocida enfermedad. Sabou, exjugador verdiblanco a principios de los noventa, en cambio, lleva siete años. «Los médicos me dijeron que no iba a vivir más de cinco», afirma desprendiendo un fino hilo de voz mientras traga continuamente saliva.
Hace solo dos meses, Sabou y su familia se trasladaron definitivamente a su residencia del Infanzón, en Asturias –adquirida diez años atrás– para facilitar este proceso. En un paraje discreto y amplio, prosigue con su lucha. Los ladridos al unísono de tres perros tan mansos como grandes –un mastín ('Nora'), un border collie ('Kate') y un road collie ('Opi')– alertan de la visita del periodista y el fotógrafo en la casa de los Sabou. Se aprecia al fondo de la finca la sonrisa de Marcel, que estira la mano a través de las cristaleras de un recién remodelado salón exterior. Allí le acompaña su mujer, Lili. Saluda otra vez, ahora con el codo y se dirige, con una cojera cada vez más profunda, junto a Mario a la habitación de su hijo. Toman asiento delante de dos pantallas de ordenador y se disponen preparados para el programado encuentro con Unzué.
Instantes después aparece por la pantalla de la izquierda el exguardameta y también entrenador. Sabou le recuerda del mundillo y tirando de archivo se le viene a la cabeza que hace más de veinte años jugó contra él cuando el rumano estaba en el Tenerife y el navarro militaba en Osasuna. En cierto modo son desconocidos. Aunque durante el encuentro la complicidad es total. La enfermedad, todavía en fase inicial de Unzué, le permite llevar la voz cantante. A veces serio y otras sonriente, siempre, eso sí, muy optimista, inyecta los ojos con atención sobre la pantalla cuando Sabou se dirige a su hijo, que ejerce de altavoz, para hablar de las experiencias.
Sabou comenta una noticia esperanzadora. Un conocido suyo lleva años con ELA y «sobrelleva» la enfermedad haciendo una vida más o menos normal. El que fuera centrocampista verdiblanco recuerda cómo comenzó su experiencia con la enfermedad con una melancolía que inunda la sala y que se refleja hasta en los ojos de Unzué. «Jugábamos al fútbol y mi padre todavía mantenía el toque». Sabou suspira y parece querer añadir. «¡Ah!, es verdad, papá, que no me acordaba», indica Mario, que desprende en todo momento un profundo respeto y admiración por su padre. «También le gustaba esquiar y salir a correr». Entonces Unzué, atento, apunta que él ya no puede seguir el ritmo de antaño con la bicicleta. «Ahora uso bici eléctrica...».
Hablan sobre el total desconocimiento acerca de la enfermedad y también de las injusticias. El exportero lamenta la falta de recursos. Sabou resopla para dentro. Es este el único momento que el rumano, comedido, muestra su indignación con la situación, casi para sí mismo. «No interesa avanzar. No se ha avanzado nada en siete años», dice hasta en dos ocasiones. «Parece que sólo somos un número y la realidad es que no somos sólo los cuatro mil afectados. También nuestro entorno, que tiene que convivir con la enfermedad».
Unzué relata las dificultades que sobrelleva una enfermedad tan desconocida como cruel. «Imaginad un confinamiento de siete años y sin poder moverse», pone de ejemplo. «Observé que a todos los niveles había mucho desconocimiento. No es sólo la problemática de la enfermedad, que es lo más jodido. También el escenario es complicado a todos los niveles: burocrático, sanitario y de ayudas. Ahora que el país ha mejorado en temas tan sensibles como el derecho a la eutanasia, creo que nos merecemos vivir dignamente», argumenta.
Y prosigue, más disgustado aparentemente por aquellos casos que ha conocido estos meses que por sí mismo. «Nosotros, por nuestro pasado como futbolistas somos unos afortunados, pero hay enfermos de primera y de segunda». Entra en escena Mario, más en un segundo plano. «A veces puede suceder que la ELA es un poco un tema tabú y parece que no es fácil hablar de ello. Creo que sólo sabéis lo que es los que lo vivís».
La incertidumbre respecto a un futuro con pocas expectativas aparece en la conversación. Es el momento más serio. Y paradójicamente el más optimista. «Si pienso en el futuro es un momento tan duro que prefiero pensar sólo en el presente y en el ahora. Hay que vivir y disfrutar cada momento plenamente. La vida, a pesar de todo, merece mucho la pena», termina Unzué.
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