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El maldito virus que amenaza con volver a fastidiarlo todo de nuevo deja estampas inéditas. Y tristes. Finales sin aficionados. Aunque, estrictamente, sí hubo algunos en las gradas del Fernando Astobiza. Veinte por cada club, por decisión de la Cántabra de Fútbol, que pusieron un ... mínimo de color y de ánimo. Algunos del Charles incluso se animaron a intentar ver algo desde fuera del estadio, a pesar de la recomendación de que nadie acudiese. Aunque para nada había un ambiente en Sarón para lo que debería ser una final a partido único. Así las cosas, tocaba ver el partido por la plataforma Footters desde la distancia, con bares y cafeterías como lugares elegidos por la mayoría. De Laredo a Torrelavega con epicentro en Sarón. Noventa minutos para vivir un partido histórico.
En Laredo, los aficionados encontraron en El Boquerón y el Pigalle –bar y cafetería– los sustitutos perfectos para vivir el partido juntos y con la intensidad que merecía el duelo que podía devolver al Charles a Segunda B treinta años después. Alrededor de un centenar de rojillos dio color a la capital de la costa esmeralda, observando atentamente las pantallas que colocaron estos dos puntos de reunión. La montaña rusa que supuso el partido para los seguidores del Charles comenzó una media hora antes, cuando la peña La 12 fue ocupando las mesas de El Boquerón. «De esta salimos con el corazón a prueba de lo que sea», bromeaba Berta Samperio, que se encargó de que todos los demás aficionados tuvieran asiento y «no estuvieran muy pegados, para respetar la distancia». Aprovisionarse de las bebidas frías, cánticos llamando al ascenso y ver ejercitarse a los hombres de Raúl Pérez en la televisión fue el calentamiento de los pejinos.
La primera parte no hizo más que agrandar los nervios. No se llegaba con claridad a la meta de la Gimnástica, pero «al menos no se acercan a la de Puras», apuntaba Manolo González, uno de los más veteranos de la terraza. No lo veían claro, pero daba igual. Corearon a los jugadores, vibraron con cada uno de los balones que ganaban Ares, Bustillo o Roberto Cano.
El momento más bajo fue al llegar al descanso con el empate a cero, y para alejar el mal fario también encontraron solución. Tras el pitido del colegiado, cruzaron la Avenida de España y, en el parque anexo, descargaron la adrenalina acumulada los más jóvenes. Saltos, bailes, gritos... Todo valía para sacudirse ese desencanto de los primeros 45 minutos.
La segunda mitad ya fue otro cantar. Salva Colina y Enrique Solana estaban convencidos de que se subía, «pero hay que darle emoción, ya que si esto lo encarrilan en el minuto 15, no podríamos tirar de épica». La broma les servía para convencerse a sí mismos y calmar unos nervios que estallaron en el 68, cuando Iván Argos puso en pie a todos los aficionados al fútbol de Laredo.
El tanto les hizo verse en Segunda B. Julián Berzosa se puso rápidamente a hacer números. «Faltan 20 minutos más el tiempo añadido y tienen que marcar dos goles, que con uno no les vale», aclaraba a sus vecinos de mesa que asentían sin dejar de mirar la pantalla. Cuando se cumplió el tiempo reglamentario se desataron las voces: «¡Árbitro, la hora! ¡Pita ya!». No sabían que todavía les quedaba otro regalo. En el 93, Guipu marcó el segundo y, ahí, en las terrazas del Boquerón y el Pigalle, ya no se contuvieron las emociones. Abrazos y alguna lágrima que se escapó, como le sucedió a Félix Collado, que miraba la pantalla en silencio, sin acabar de creer lo que estaba viviendo. En Laredo prácticamente ni se enteraron de que el colegiado pitó el final. Seguían celebrando el 2-0 y el ascenso a Segunda B. Después, despedida y para casa. Una celebración atípica del mayor hito de la historia reciente del Laredo.
En la capital del Besaya, muchos seguidores estuvieron con el cuerpo en Torrelavega, pero con el corazón en el Valle de Cayón. A pesar de la incertidumbre por la pandemia, muchos decidieron acudir a los bares, como el Mesón Cántabro –en el que se citó la Peña La Socarreña– y la Vermutería, en los que se trató de mantener la seguridad para que los seguidores pudieran ver los encuentros cómodos y seguros.
El principal activo de la Gimnástica es su afición. Todas esas gargantas que no han dejado de animar a lo largo de toda la temporada y que ayer esperaban, impacientes, el comienzo de un partido que no podrán olvidar fácilmente. «No sé si ganaremos, pero lo importante es que el equipo lo dé todo, como demostró en el otro partido del play off», decía Montse Toloba antes del pitido inicial.
El jarro de agua fría que supuso el gol de Iván Argos en el segundo tiempo enfrió las esperanzas, pero no ahogó las voces de una afición que nunca dejó de creer en sus futbolistas. Aunque nadie era ajeno a la dificultad de la empresa. La Gimnástica se había ganado que su hinchada estuviera a su lado hasta el final y esta no defraudó, aunque los jugadores no pudieran sentir su aliento.
«Orgullosos de nuestros jugadores». Lo dijo Antonio Ibáñez, aficionado blanquiazul tras el encuentro. Sus seguidores le dieron a la Gimnástica el mejor cobijo posible aunque fuese lejos de El Malecón: calor, cariño y reconocimiento en la derrota. Después de noventa minutos sufriendo, animando en la distancia, ese momento final, en la tristeza, tuvo una magia especial. Un sentimiento único que recorrió Torrelavega de punta a punta.
Al final, la afición abandonó los establecimientos con la decepción lógica tras quedarse a las puertas de cumplir un nuevo sueño. Una tristeza que, con el paso de las horas, se tornará en alegría al recordar todos los momentos vividos a lo largo de la temporada y vuelve a poner de manifiesto que lo único seguro es que la Gimnástica nunca estará sola.
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