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Jon Rahm era todavía muy pequeño cuando su familia aprovechó unas vacaciones en Escocia para visitar St. Andrews, una de las cunas del golf. El número tres del mundo no recuerda con exactitud aquel momento, pero ha visto muchas veces la fotografía en la ... que él y su hermano Eriz disfrutan en un green con un putt casi más grande que ellos en las manos. Su aita ya jugaba por entonces y quiso conocer el santuario británico que consagra a los mejores.
En ese mismo escenario, en 1984, Severiano Ballesteros había alcanzado la cúspide de su carrera con una victoria memorable en el Abierto Británico que puso el mundo a sus pies. Ya lo había logrado en 1979, y repetiría en 1988, pero este club levantado a orillas del Mar del Norte es historia y herencia de este deporte, un monumento más vivo que nunca en estos tiempos de cambio alentados por los petrodólares que anteponen el espectáculo a la tradición.
El espíritu del genio cántabro, el ídolo sin discusión del vizcaíno por su talento y su constancia, sobrevoló ayer en todo momento su comparecencia ante los medios. Tanto en la general como en la posterior, ya más reducida, para los periodistas españoles destacados en el torneo. Habló de Seve con admiración, con orgullo y con un inmenso respeto como pionero y como campeón. Y soñó con la posibilidad de unir su nombre al de Pedreña en una cita que siempre ha sido única pero que esta vez tiene una connotación aún más significativa al cumplir nada menos que el 150 aniversario.
El jugador que el domingo alce la Jarra de Clarete figurará en letras de oro en los libros de St. Andrews porque la efeméride será el plus que le perpetúe, el legado que se transmitirá a las próximas generaciones. «Esto es algo diferente por su historia, es especial», dijo el de Barrika, quien recordó la «imagen icónica» del putt en el hoyo 18 con el que Ballesteros, puño al aire, pasó a ser inmortal. Las gradas que circundan el green estallaron y desde ese instante una legión de aficionados siguió siempre los partidos del cántabro, al margen de si iba bien o mal en las clasificación. Un héroe en las Islas Británicas.
El Open llega en un momento delicado para el golf porque, lejos de amainar, la tormenta desatada por la Superliga saudí amenaza con modificar por completo el estatus de esta disciplina a corto plazo y no a largo, como se preveía en un principio. El goteo de profesionales que han aceptado los mareantes contratos del proyecto visibilizado en la figura de Greg Norman no ha cesado en las últimas semanas y no hay torneo, y mucho más si es un 'Major', en el que no se cuele la polémica.
Son tiempos difíciles que han obligado a los profesionales a posicionarse, sin opción al término medio. Rahm ha sido claro desde el principio en la defensa del golf de toda la vida. Su filosofía sobre este deporte casa a la perfección con el aroma de St. Andrews y los valores que transmite. «Esta cita es algo que el golf necesitaba, estoy orgullo de estar aquí. Si nos llegan a pagar cero hubiéramos venido todos igual», subrayó.
El British siempre ha estado rodeado en rojo en el calendario del vizcaíno esta temporada y la intensidad del color aumenta según se acerca la hora de la verdad, cuando golpee la primera bola el jueves desde el tee del 1. Ayer se le veía relajado y a la vez concentrado. Y consciente de que el viento, cambiante y racheado, será otra vez determinante en el cuarto Grande del curso -de hecho, las lonas de la carpa de Prensa no dejaban de moverse y de golpear a los anclajes mientras Rahm atendía a los medios-. «El viento siempre aparece», incidió.
El de Barrika está citado el jueves a las 16.10, una hora menos en Escocia, para abrir su turno. Sus compañeros de partidos serán los estadounidenses Jordan Spieth y Harold Varner III.
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