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«Al golf se juega hasta cuando hace sol». El dicho popular inglés se escucha mucho entre los jugadores de golf. Lo importante es practicar. Pero en Santander en la década de los ochenta eso no era posible. Los aficionados a este deporte tenían que acudir a Pedreña o a otros campos para poder mejorar su swing. Todo eso estaba a punto de cambiar. Fue el 18 de diciembre de 1981 gracias a la persistencia y tesón de Manuel Terán, que recientemente recibió la Medalla la Mérito de la FCF; el hombre que gestó la creación de la joya que es el primer campo municipal de golf de España: Mataleñas.
Terán, funcionario de profesión en el ISM de Cantabria, no tenía pinta de ser jugador de golf, ni siquiera sabía de qué iba eso de agarrar un putt o un driver y golpear la bola. Pero Severiano Ballesteros sembró en él una semilla que terminaría por dar grandes frutos. El golfista comentó a Terán lo difícil que era practicar golf por la escasez de campos. Manuel pone la memoria a funcionar y le salen un puñado de recuerdos. «Me retó para ver si era capaz de lograr de las autoridades un campo público de golf, donde todos pudieran practicar y conocer este deporte. Y acepté». Empezaba la Odisea. Él no tenía ni idea de jugar, ni de cómo era un campo. Mucho menos de diseñarlo. Aún así se arremangó y se puso manos a la obra. «Incluso viajé a Argentina para ver campos y estudiar la mejor manera de abordar el asunto». Tras una buena dosis de insistencia y después de tocar muchas puertas, por fin una se abrió. «Conseguí visitar al alcalde de Santander, que era Juan Hormaechea, y le conté el proyecto». La sorpresa de Terán fue mayúscula cuando a los dos días recibió una inesperada llamada. «Me entregaron la autorización para construir el campo de nueve hoyos en la Península de la Magdalena».
Ese emplazamiento no cuajó. Era imposible porque durante el verano se tendría que paralizar la actividad para que la gente pudiera pasear e ir a la playa. No era viable. Debía construirse en otro lado. «Hormaechea me dijo que en unos días se expropiaba una finca en Cabo Menor, la finca de Mataleñas, y que lo acompañara para ver si lo podíamos construir ahí». Más tarde, el propio Hormaechea confesaría a Terán que el motivo del cambio de localización no era otro que el de evitar que se construyesen viviendas en la finca de Mataleñas. En esa época el Gobierno central autorizaba a los ayuntamientos a recibir subvenciones. «Tenían que aplicar a los ciudadanos el 10% del IRPF y Hormaechea lo aplicó, pero a la gente no se le podía decir que parte de este dinero era para hacer un campo de golf. Hormaechea necesitaba el apoyo de los ciudadanos para que no le pusieran problemas al donar esa finca para hacer un campo de golf», cuenta Terán.
Al alcalde no se le ocurrió otra cosa que hacer un referéndum durante un partido del Racing en El Sardinero. «Se instalaron unas urnas y los que fueron ese domingo votaron si les parecía bien destinar la finca a ese fin. Que ya me contarás que les importaba que se hiciese un campo de golf», cuenta entre risas. Resultado de la votación: Sí. Se podía seguir adelante. «Necesitaba el respaldo de un club de golf para federar a los aficionados y creé el Club de Golf Severiano Ballesteros, con autorización de Seve, estatutos y todo lo necesario», recuerda Terán. «Al poco de ponerse en marcha se recibían solicitudes de todos los lugares de España, Europa y alguna de Japón. A los pocos meses teníamos 2.500 afiliados». Pero después tuvo que cambiar el nombre. Seve había dado en exclusiva su nombre a un campo que se iba a construir en Japón. Ahí surgió el Club de Golf Mataleñas, que todavía perdura y sigue fomentando la cantera en toda Cantabria.
Pero el campo aún no estaba terminado. Y además, había que hacer afición. «Empezamos a dar clases con los niños de los colegios. Un día a la semana a cada centro. Conseguí profesores, y manos a la obra». Los recursos eran escasos y el propio Terán tenía que poner en muchas ocasiones fondos de su propio bolsillo. Contaba con la ayuda de un cady de Pedreña «con mucha ilusión y con ganas de trabajar en mi idea, era Miguel Ángel Raba», que ahora es el director del campo de Mataleñas. Juntos se enfundaban el mono de trabajo y faenaban por las noches «para que no nos vieran, con un dumper que nos habían dejado», recuerda. «Cada dos por tres nos robaban en la caseta el material y era una lucha constante el conseguirlo y seguir adelante con la obra del campo».
Un día Hormaechea les mandó una pala excavadora para hacer los greenes. «Cuando el alcalde vio los 9 hoyos levantados con la tierra a un costado pensé que me mataba. Escuche de todo. ¡Vaya bronca que me largó!», evoca. Raba y él tuvieron que dejarlo todo como estaba y rehacerlo por las noches. También se necesitaba semilla para los greenes y eso se lo proporcionó Gonzalo Piñeiro, que luego sería alcalde de Santander. Por aquel entonces tenía una agencia de viajes y les donó la simiente a condición de que en el dorso de las tarjetas de golf figurase el nombre de su agencia. Había que regar. Otro problema. «Conseguí que me mandara todas las tarde un camión de bomberos. Tenía que hacer con la manguera agua de lluvia y regar hoyo a hoyo para no perder la semilla». Para segar les dejaron un máquina en Pedreña y cuando se rompió, Terán convenció a los ganaderos de la zona de que segasen y se llevasen el pasto.
Poco a poco la cosa marchaba. La Federación colaboró con bolas de prácticas. Severiano donó palos para impartir clases. «Se cobraba por las clase con 50 bolas 200 pesetas», desempolva Terán de su memoria. Al fin llegó el día de la inauguración. «En ese momento todo el mundo a ponerse medallas, pero yo las pasé canutas para sacarlo adelante. Una vez me preguntaron: '¿Por qué lo ha hecho?' Y contesté: 'Pues mire, por amor al golf'».
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Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
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