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Lleva como profesional en esto del golf seis años. Un deporte que puede ser frustrante y que por mucho que se entrene, no garantiza el éxito. Pero Javier Ballesteros (Pedreña, 1990) no desiste. De pequeño, cuando no lo hacía bien en un torneo, su ... padre le decía: 'entrena más'. Para un hijo que sigue los pasos de un padre que ha sido un mito, la frase 'hijo de' le acompañará siempre. Pero Javier no le da la más mínima importancia. Porque no puede estar más orgulloso de que Severiano Ballesteros fuese su padre. En esta década, son incontables las muestras de cariño y respeto que ha recibido hacia alguien que fue muy importante en la vida de mucha gente.
–Una década después de su fallecimiento, y su padre sigue muy presente en el recuerdo de aficionados y jugadores...
–Sí, la verdad. Obviamente, perder a un padre siempre es difícil. Yo tenía 20 años y mis hermanos 18 y 16. Es duro. Yo lo he pasado regular. He aprendido a vivir con ello. Pero el hecho de que fuese una figura pública –y hablo por mí–, ayuda. Al principio fue duro ir a los campos de golf y que hubiese gente que se me pusiese a llorar. Pero luego todo ha ido muy bien. Que te escriba un señor inglés para decir que su hijo de dos años se llama Seve... Nunca he sido de ídolos, y que te digan eso... También hay hombres que me han dicho que su esposa no deja que su hijo se llame Seve, pero que se lo han puesto al perro o al gato (risas). Por eso, estoy súper agradecido. Y jamás lo digo por quedar bien cuando lo agradezco.
–¿Le sorprende que jóvenes golfistas, que jamás le vieron jugar, le tengan presente?
–Sí sorprende. Me considero muy friki del golf. Me gusta su historia y, sobre todo, los datos. Me voy a jugadores muy antiguos, a los que no he visto jugar. Les tengo mucha admiración, aunque también la sensación de que me quedan muy lejos. Para mí, el mejor jugador es Tiger Woods, a pesar de que el mejor palmarés sea el de Jack Nicklaus. Mi padre, sí, transformó el circuito europeo, pero que jóvenes jugadores digan que le admiran... ¡Si no le han visto jugar!. Pero es por las cosas que les han contado sus entrenadores. En un torneo en Murcia, me pidieron hacerse fotos conmigo porque decían que admiraban mucho a mi padre. Yo he visto mil vídeos de él y sí veo algo distinto. Además de ese golf 'escapista' y de pegada, el andar por el campo... Y una cosa de la que no se ha hablado mucho. El cómo interactuaba con el público. Un matrimonio inglés iba a ver a mi padre a todos los torneos. Y acabaron siendo amigos. Yo he dormido en casa de esa gente. En ese aspecto era un golfista único.
–¿Cómo le recuerdan en otros países?
–Yo diría que más, pero no porque en España no queramos a nuestro deportistas, sino porque el golf no es tan popular en España. Él tuvo una conexión especial con el público inglés. Lo distinto enamora. Fue un amor a primera vista con Seve. Tuve la suerte de hacerle de caddie en el Open Británico de 2006, en el campo de Royal Liverpool. Fue espectacular. Jugó regular, pero disfrutamos muchísimo. La ovación del primer día en el tee del uno... Se me pone la piel de gallina. Tuve suerte de vivir eso.
–Tendrá anécdotas de ese torneo...
–Ahí van dos. La primera, no recuerdo ya si el primer o el segundo día, en el hoyo 10. El segundo golpe es un tiro ciego con una madera 3. No hubo muchos aplausos. Llegamos allí y la bola está a siete metros para hacer un eagle. Y mi padre dice: 'es que el público inglés no entiende mucho'. La otra, en el hoyo 4 en el segundo día. Una madera 5 malísima, a izquierda y corta. La sacamos para adelante. Tenía un golpe a 15-20 metros en una calle pelada, con un bunker pequeño y bandera cuatro metros por detrás. Un golpe muy difícil. Le dije que no la podía dejar cerca. Y me contestó –en plan bien, ¿eh?–: 'quítate de aquí'. ¡Y dejó la bola a tres palmos del hoyo!. Me dije a mí mismo: 'Javier, nunca más pongas en duda el juego corto de tu padre' (más risas).
–¿Recuerda alguna otra 'barbaridad' de ese tipo de su padre, compitiendo o entrenando con él, con la que se diese cuenta de lo bueno que era?
–Yo creo que esa es la más sonada. Hemos jugado mucho. Pero sí me acuerdo de que cuando yo me iba fuera de calle, me decía que podía hacerlo de tal manera. Y yo me preguntaba: '¿cómo ve eso?'.
–Es jugador de golf. ¿Es difícil ser solo Javier Ballesteros o es casi siempre, 'Javier, el hijo de Seve'?
–Imagino que cada 'hijo de' es diferente. Para mí es fácil. Porque nunca he tratado de compararme con él. Mi padre nació genio, trabajó y se hizo. Pero yo no nací genio. Yo sólo trabajo. Pero ser su hijo me ha abierto muchas puertas. Y por cómo soy y por cómo me han educado, no me supone ninguna presión ser el hijo de Seve. Para mí, es un orgullo. Yo estoy encantado. Y ojalá me hubiesen llamado como mi padre.
–¿Cómo le va como jugador?
–Bueno... Me hice profesional hace seis años. Es difícil. Mi padre me lo decía, que tendría que trabajar mucho. Llevo unos años regulares, pero desde hace un tiempo entreno con David Castillo. Y me ha cambiado todo. En los últimos tres o cuatro meses, estoy jugando bien. Tengo mucha fe en mí y pongo mucho trabajo. Eso lo vi en casa. El golf es un deporte frustrante, pero yo lo tengo claro. Hay que tener paciencia. Puede que nunca llegue mi momento, pero sí pienso que me va a llegar.
–¿Y qué le diría su padre ahora?
–Que siguiera trabajando mucho. De pequeño, cuando jugaba mal en torneos, me decía: 'Entrena más'. Me acuerdo cuando tenía 12 o 13 años e iba al gimnasio con él. Con una carrera ya hecha, el ver esa ética de trabajo... Verle levantarse a las seis de la mañana e ir al gimnasio... Me llamaba la atención.
–¿Cómo está la fundación? ¿Qué proyectos lleva ahora a cabo?
–Llevamos varios años pensando cosas. Queremos hacer poco y bien. En cuanto a la investigación, colaboramos con el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Un laboratorio lleva el nombre de mi padre. Y tenemos acuerdos con la Fundación Aladina, presidida por Paco Arango, que ayuda a niños con cáncer. Desarrollamos con ellos un proyecto de golf en hospitales, pequeñas zonas a las que van monitores, de la mano de Jesús Rodríguez. También llevamos a esos niños a campos, para que se inicien en el golf. Estuve una vez con ellos y me pareció increíble. Por el lado del golf, hemos hecho un libro sobre mi padre con David Cannon, uno de los mejores fotógrafos de golf. También hemos grabado un documental, hacemos cada dos años el Desafío Seve Ballesteros... Y estamos pensando en hacer algo con niños.
–¿Habrá algún día algo dedicado a su padre, un museo por ejemplo, para visibilizar aún más lo que logró?
–Lo del museo lo hemos pensado... Y no. Sus trofeos están en su casa y donde él los dejó. Y no lo queremos tocar. Pero estamos dando vueltas para abrirlo y que pueda verlo la gente. Estamos hablándolo. Mi gran sueño es un torneo. Que mi padre tenga un torneo en el circuito europeo, y que eso dure para siempre. Hemos hablado con el circuito europeo para que el BMW que se juega en Wentworth, el torneo de los jugadores, lleve el nombre de mi padre. Porque en España, un torneo puede desaparecer si se queda sin patrocinadores. Yo lo voy a pelear. Además, allí mi padre ganó una vez ese torneo y además, cinco Mundiales.
«Conmigo fue una gran persona, era un poco pesetero y muy tímido», recuerda Manuel Terán. El exfuncionario conoció a SeverianoBallesteros allá por 1976, cuando el de Pedreña le retó a construir el primer campo municipal de golf de España:Mataleñas. Y desde entonces forjó una amistad que duró años. «Cada vez que venía de Estados Unidos, que era muy de tarde en tarde, su madre me llamaba para que le cojiera 'Ojitos', que le gustaban mucho y el lenguado también. Entonces yo iba al Pesquero, me acercaba a un barco de pesca y les pedía unos kilos y se los llevaba». Bucea en su memoria y echa mano de algunos recuerdos. De eso le sobra. Con las anécdotas que atesora sobre Seve se podría escribir un libro. «Siempre que venía me llamaba para que le acompañase a sacar los billetes de vuelta porque era muy tímido. Solíamos ir a la cafetería Zorba, que estaba en el Paseo Pereda, y cuando se acercaba alguien a pedir un autógrafo decía que él no era Severiano. Era muy vergonzoso». Una buena prueba de ello fue durante una cena en el Club de Golf de Pedreña en la que estaban Emilio Botín, Paloma O'Shea, Carmen Botín –él todavía no se había casado– y unos empresarios japoneses. «Me llamó para que lo acompañara y así charlar conmigo porque no le apetecía hablar con la demás gente. ¡Tú fijaté! Que si iba él era para fardar Botín y decir: 'Este es Severiano', porque los japoneses le conocían». Y segúnTerán no echaba mano al bolsillo fácilmente. «Íbamos a un sitio y decía: 'no, no saques dinero que ya verás como aquí nos invitan'. Y efectivamente. Si ibas a comer o a cenar venía alguien y te invitaba», cuenta entre risas. Y sale a colación la palabra Mulligan, que en golf es repetir el primer golpe de salida cuando este no ha sido tan bueno como se esperaba. «Como le habían hecho una operación y había conseguido sobrevivir, me decía que se llamaba Seve Mulligan, porque tenía una segunda oportunidad».
El vestuario del club de golf de Pedreña fue el escenario del primer encuentro entre Severiano Ballesteros y el doctor José Ramón Rodríguez Altónaga. Ballesteros, que por entonces ya había ganado su primer Open Británico y su primer Master de Augusta, salía de la ducha cojeando. «Le pregunté:'Oye, te he visto cojear ¿tienes algún problema? porque yo soy médico'; y él acabó por venir a la consulta y le vi. Tenía problemas de columna porque al entrenar el swing pegaba 200 o 300 bolas diarias. La verdad es que empezó a confiar en mí como médico y llegamos a tener una amistad», cuenta el doctor Altónaga, que todavía siente su pérdida. «Han pasado muchos años pero lo tengo muy dentro, no solo porque lo que ha significado en el mundo del golf en Europa, sino porque ha sido un hombre muy importante, muy humano y muy grande», señala. Con el tiempo su amistad creció y solían salir a jugar juntos como pareja de golf. «Era una maravilla porque él me explicaba cosas que nunca jamás podía llegar a hacer, pero tenía mucha paciencia con nosotros», ríe; y recuerda una frase que le soltó un día cuando trataba de mostrarle algunos golpes. «Una vez me dijo: 'El que tengo que jugar bien soy yo, tu dedícate a los huesos». Y eso es lo que hizo el doctor Altónaga. «Cuando él estaban en el Dunlop Phoenix de Japón le infiltré un pie porque tenía un problema y ganó, quedó número uno», recuerda. Altónaga no solo disfrutó de su amigo en sus partidos, sino que también pudo verlo en acción en torneos internacionales. «Fui a Royal Birkdale en el 91 con todos mis hijos y estuve en la Ryder Cup en Valderrama, en el 97, invitado por él. Fue una etapa de unos 15 años muy bonita porque me dejó conocerle humanamente. Seve ha sido una persona excepcional no solamente como jugador».
«Fue un genio del golf», asevera Miguel Ángel Raba. El director del campo de Golf Mataleñas, el primero municipal que se creó en España. Miguel es natural de Pedreña, como Severiano Ballesteros y tiene más que interiorizada su figura y también su leyenda. Además, casi vecinos, solía verlo por la localidad de Marina de Cudeyo y también por su campo de golf. Allí acostumbraba a encontrárselo durante las vacaciones de Seve, que regresaba, cuando estaba en su apogeo profesional a Pedreña después de disputar torneos alrededor del mundo. «Volvía a Pedreña a finales de noviembre, principios de diciembre. Era su mes de descanso y bajaba al campo y le veías entrenar todos los días», recuerda Raba, que en esos encuentros no podía evitar comentarle: «Pero Seve, ¡Que estás en tu mes de descanso!», a lo que él respondía: «Es mi trabajo. Soy un trabajador de esto y semana tras semana tengo que trabajar para estar al nivel de la élite donde estoy jugando». Así que Ballesteros todos los días, a pesar de estar de vacaciones «hacia una jornada de trabajo de ocho horas repartida entre mañana y tarde de entrenamiento. Genio sí, pero trabajador incansable», cuenta Miguel. Pero una de los recuerdos que más huella han dejado en Raba tuvo lugar en 2003 en Cádiz en los campos de Sotogrande y la Cañada, durante los campeonatos de España de infantil, alevín y benjamín. Seve acompañaba a sus hijos. El día de entrenamiento Javier, el pequeño, salía tercero y «durante los 18 hoyos Seve iba indicándoles y dándoles consejos con mucha ilusión a todos los de la partida. Allí, en Sotogrande, le recuerdo rodeado de niños. Nunca he visto a nadie firmar más. En los zapatos, en los guantes, en las viseras, en las bolas... Ahí con un rotulador. Era una nube constante de críos. No sé lo que firmaría, pero en esos campeonatos se apuntaban como 300 niños. Y él con una sonrisa en la boca, venga a firmar».
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