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IIván Orio
Domingo, 21 de mayo 2023, 02:00
El imponente campo que acoge esta semana el PGA Championship, el segundo Grande de la temporada, es emblemático en Estados Unidos y también en Europa. En el Oak Hill Country Club, en Nueva York, se han disputado varios torneos de máximo nivel y en sus ... calles y en sus greenes todavía resuenan los ecos de la celebración de los integrantes del equipo del viejo continente que derrotaron con brillantez al norteamericano en la Ryder Cup de 1995 en un final apasionante. Ganar esta competición -«única», en palabras de Jon Rahm- es siempre especial, pero hacerlo en el terreno del adversario supone un plus de emotividad porque los aficionados locales, presos de una excitación desbordante, presionan sin descanso hasta que se emboca la última bola.
Las espadas estaban en todo lo alto en la tercera y definitiva jornada de aquella edición, la de los enfrentamientos individuales. Los anfitriones salieron con dos puntos de ventaja en el marcador global pero ya desde la víspera se atisbaban signos de que una eventual remontada de la escuadra azul era posible. La tensión se mascaba en el ambiente y Seve Ballesteros y Nick Faldo, los dos estandartes de la Europa renacida y grandes rivales del momento en los campos de todo el mundo, jugaban dos partidos al mismo tiempo. Los suyos y también los de sus compañeros, a quienes animaron, motivaron y tranquilizaron en las horas previas a los encuentros. El cántabro había ganado ya sus cinco Grandes -dos Masters y tres British-. El inglés acumulaba los mismos que el español y un año después de la Ryder volvería a encumbrarse en Augusta.
5 Grandes
ganó Severiano Ballesteros, dos Masters y tres Abiertos Británicos
No empezó bien el día para los representantes del viejo continente porque Ballesteros, sin duda su buque insignia, no encontró su juego en el campo de Rochester y cayó derrotado ante Tom Lehman. Por fortuna, los partidos que sucedían al suyo se teñían poco a poco de azul ante la frustración del bloque rojo, que veía cómo la ventaja obtenida el jueves y el viernes se reducía con el transcurrir de los hoyos. Las noticias de los resultados corrían como la pólvora en las calles y en las cuerdas y el rugido del público que abarrotaba el recorrido fue perdiendo fuerza hasta convertirse en murmullos y gestos ostensibles de decepción cuando la bola de los europeos entraba y la de los suyos no.
Las cámaras se centraron en el duelo entre Nick Faldo y Curtis Strange, el que visto lo que ocurría en el resto iba a ser determinante para decantar la balanza hacia el viejo nontinente o hacia el nuevo mundo. Ballesteros también lo tuvo claro y siguió con lupa el partido del británico. En la bandera número 17 Faldo iba uno abajo, pero Strange hizo un bogey que le devolvió la esperanza. La resolución esperaba en el 18. Si Faldo se lo adjudicaba el punto y la Ryder eran de Europa. Ambos llegaron al green de dos golpes. El inglés se dejó un putt de metro y medio y su adversario de algo más de dos. Faldo, pulso de hierro, embocó. El americano no pudo hacerlo. Éxtasis azul en el Estado de Nueva York.
6 'Majors'
en la carrera de Nick Faldo, con tres chaquetas verdes y otros tantos British
De repente emergió Ballesteros entre la nube de aficionados y abrazó a su eterno rival en un gesto lleno de significado. El cántabro no podía contener las lágrimas y era incapaz de soltarse. Nervios y alegría fundidos en un llanto desbordante mientras en el semblante de Faldo se mezclaban la emoción y la sorpresa. «Seve estaba llorando y temblando y me dijo que era un gran campeón. Oh Dios, fue uno de los mejores momentos de mi carrera», suele recordar cuando se le pregunta por aquel instante en el que los dioses del olimpo del golf se hicieron humanos para demostrarse su mutua admiración.
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