El lobo solitario del golf

Aquel escocés, vestido con el típico kilt, llenó de aire la bolsa de su gaita para entonar el himno que evoca a los caídos en la batalla. Con esa música, avanzó el cortejo hacia la iglesia de San Pedro de Pedreña. El deporte nacido en Escocia también quiso participar en aquel acto fúnebre. Fue todo un símbolo. Quizás resultó chocante e incomprensible escuchar los sonidos ceremoniosos de una gaita escocesa en un pequeño pueblo de ganaderos y mariscadores de Cantabria. Pero allí había nacido, vivido y fallecido el deportista que cambió la manera de percibir el golf en el mundo.

Para entender cómo surgió aquel talento deportivo quizás haya que remontarse al 19 de agosto de 1929, cuando se inauguró el Campo de Golf de Pedreña. Severiano nació en el seno de una familia humilde dedicada a la ganadería. Sus padres, Baldomero y Carmen, ya habían tenido tres hijos: Baldomero, Manolo y Vicente. La niñez de Seve transcurrió ayudando a cuidar las vacas (ordeñar, recoger la hierba y el abono y dar de comer a los animales) y entreteniéndose en el pastoreo pateando piedras con un palo que un socio del club de Pedreña había regalado a la familia. Así dio sus primeros golpes, entre vacas y consejos de su hermano Manolo; su primer profesor.

A los ocho años comenzaría a proyectar aquel entretenimiento con el trabajo, porque entró como caddie en el Golf de Pedreña ganando unos cinco duros por llevar la bolsa, además de las propinas. Allí se fijó en jugadores como su tío, Ramón Sota, uno de los mejores jugadores de la época que sería campeón de España. Todo cambió cuando su hermano Manolo le regaló un hierro 3. Tener un palo propio le proporcionaría una motivación especial para jugar, pero como los caddies tenían prohibido hacerlo en el campo, se escapaba por las noches para colarse y practicar a la luz de la Luna, mientras aprovechaba las playas cercanas para perfeccionar su habilidad durante el día.

Su padre, Baldomero, que en sus tiempos de juventud había sido campeón de España con la trainera de Pedreña, supo detectar el talento y comprender a su hijo, proponiéndole que jugara al golf por el día, pero que asistiera a clases por la noche. Aunque de una manera limitada, Seve ya podía jugar en el campo de golf, pero no había abandonado el hábito de colarse en el recinto. En una de esas incursiones hicieron rodar por la ladera del campo unas tuberías, y aunque no estaba implicado fue castigado con el resto y tuvo que cumplir la sanción antes de recibir la licencia profesional el 22 de marzo de 1974, con 16 años. Para financiar los viajes su familia tuvo que vender alguna vaca.

Aunque ya había conseguido triunfos importantes, Severiano Ballesterossorprendió al mundo en el verano de 1979, en el Royal Lytham & St. Annes, durante la celebración del Open Británico. Los pasos de su caminar por el campo delataban una elegancia y seguridad impropia de sus 22 años. En los cinco últimos hoyos de la segunda vuelta, con el viento de cara, Seve, que no había tenido un buen comienzo, consiguió cuatro 'birdies' y dio un giro decisivo al torneo. En la tercera vuelta, se emparejó en el recorrido con Hale Irwin, que iba en cabeza y pudo mantener la distancia con él. El resultado, antes de la última jornada, continuaba liderado por Irwin, seguido de Ballesteros a dos golpes. Pisándole los talones, a un golpe de Seve, estaban Jack Nicklaus y Mark James.

En el día decisivo, el golf se puso del lado de Severiano Ballesteros. Dicen que cuando el 'greenkeeper' John Stewart comenzó a tocar su gaita en Pedreña hace diez años, no era para una despedida funeraria, sino para saludar el nacimiento de la leyenda de Seve Ballesteros. Su cuerpo, convertido en cenizas para alimentar el magnolio que él mismo plantó en el jardín de su casa, daría paso a un reconocimiento que solo los grandes son capaces de sostener con el paso del tiempo.

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