Secciones
Servicios
Destacamos
Martí perarnau
Miércoles, 3 de agosto 2016, 00:09
Sean bienvenidos al final de una era. Salvo milagro inimaginable, son los últimos días olímpicos de Michael Phelps y Usain Bolt, los dos campeones que han marcado con sus apellidos el deporte del siglo XXI. Desde lo que parecen épocas inmemoriales, Phelps ... es la natación y Bolt el atletismo. Su presencia ha sido tan colosal que impregnaron por completo ambas disciplinas hasta el punto de hacer palidecer a formidables contrincantes, a los que batieron en las circunstanciales más improbables, como aquella brazada subterránea que el nadador dio en el último suspiro de su esfuerzo en mariposa hace ocho años. Phelps y Bolt son las dos columnas que han sostenido los Juegos desde 2008 y su tiempo se acaba, se nos escapa entre los dedos, como el agua escurridiza o como el cronómetro implacable. Phelps y Bolt nos dicen adiós y resulta difícil intuir cómo serán sus últimos sprints, si triunfales como siempre o finalmente frágiles y quebradizos, como todo lo humano. Los augurios son menos positivos que en las dos citas anteriores, Pekín y Londres, pero con ellos ningún pronóstico posee valor, no en vano su grandeza ha residido en romper cualquier certidumbre. Con su doble despedida se abrirán nuevos tiempos, aunque no necesariamente mejores.
más información
Los Juegos de Río no solo estarán marcados por el adiós de estos colosos. También son el punto final a una era de crecimiento continuo que desde 1980 no ha cesado de avanzar sin límite ni fronteras, aunque no siempre en la dirección más adecuada. La universalización y el aumento de disciplinas son notas positivas. El gigantismo es una de las negativas, obligando a los organizadores a incurrir en costes casi obscenos, pero no ha sido la peor. El COI no ha acertado a detener la deriva del dopaje, hasta el punto de que Río es el esperpento final, una explosiva combinación de tolerancia absurda, políticas inconexas y ausencia de liderazgo moral. Si Moscú 80 se significó por ser un bazar del dopaje de Estado, casi cuatro décadas más tarde Río 16 es el equivalente a un teatro del absurdo en el que estarán ausentes algunos que merecían ser protagonistas y lo serán otros que deberían estar sancionados. Todo ello es el fruto de medio siglo de rumbo errático, permisividad corrupta y carencia de escrúpulos en federaciones, comités, deportistas y dirigentes. Río será, a todos los efectos, el final de una era y no solo por Phelps y Bolt.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.