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Jon Aguiriano
Martes, 9 de agosto 2016, 18:40
El día 9 cumplen años 28 deportistas participantes en los Juegos de Río. El dato puede encontrarse en las terminales del servicio de información olímpico haciendo un simple recuento en el apartado de biografías, sección aniversarios. El más famoso de todos ellos era, sin duda, ... Tyson Gay, el velocista norteamericano que tanto brilló en los Mundiales de Osaka en 2007 y que, desde entonces, lleva una carrera llena de ingratitudes y tropiezos: lesiones musculares constantes, descalificaciones, la figura gigante de Usain Bolt ensombreciendo todo a su alrededor y, por último, su famoso positivo en 2013.
Uno pensaba que Gay ya estaría retirado, como debería estarlo por decisión del COI y hasta de la Organización Mundial de la Salud su paisano Justin Gatlin después de dos sanciones por dopaje. Pero el caso es que el hombre todavía anda por aquí, inasequible al desaliento, esta vez como miembro del equipo de Estados Unidos de cuatro por cien. Sopló las velas en la Villa Olímpica y brindó -vamos, digo yo- por superar esta vez a los jamaicanos en la final y mejorar la plata de Londres. O al menos por volver a conseguirla, ya que aquélla la tuvieron que devolver pocos meses después de obtenerla, precisamente cuando la USADA reveló el positivo de Tyson.
El cumpleaños más interesante de la jornada, sin embargo, no era el del atleta estadounidense. Había un hombre en los Juegos de Río que se levantó de la cama dispuesto a convertir su 23 aniversario en el más importante de su vida. Era Guilherme Melaragno, Mela para los amigos, un espadachín de Sao Paulo. El 9 de agosto, un día después de que Rafaela Silva, la judoka de la favela Ciudad de Dios de Río, se convirtiera en la heroína nacional con su medalla de oro, este tirador del Club Pinheiros tenía un sueño más modesto que cumplir. Sencillamente, quería ganar un combate. De la misma manera que otros aspiran a medallas o a finales, él se conformaba con una sola victoria, única y preciosa, y poder compartirla con sus paisanos, que iban a apoyarle sin descanso en las gradas del Arena Carioca 3. Era consciente de que no podía pretender nada más. Aunque la torcida le recibió como si fuera D 'Artagnan en lugar del espadachín clasificado en el puesto 129 en el último mundial, Melaragno sabía quién era y lo mucho que le había costado conseguir una plaza en el equipo olímpico brasileño de esgrima.
Pero también sabía que esa victoria era posible. Su rival, el chino Jiao Yunlong, era mejor. Ahora bien, tampoco era inabordable. Sólo había sido decimocuarto en el Mundial de Moscú y el 79 en el de Kazan, hace dos años. Gennady Miakotnnykh, su entrenador, llevaba días convenciéndole de que podía ganar y acariciar ese triunfo olímpico toda su vida. Guilherme se lo creyó y salió con mucha confianza a la pista verde del Arena Carioca 3, donde la torcida le recibió a lo grande. Por un momento quizá irrepetible en su vida, sintió lo que sienten a diario las grandes estrellas del fútbol. Agradecido, Melaragno lo dio todo desde el principio. Consiguió incluso tres puntos de ventaja. La altura de Jiao Yunlong (1,90) y su envergadura no parecían intimidarle.
El duelo acabó siendo igualadísimo. Los hinchas brasileños jaleaban a su representante. A falta de 23 segundos, el marcador registraba un empate a 13 y la emoción era máxima. Todo iba a jugarse en unos instantes. Había que estar frío y sereno en el momento decisivo. Y Mela no supo estarlo. Era tanta su ilusión que se le desbordó y no la pudo controlar. Superado por la presión, permitió que su rival le diera dos tocados seguidos y le derrotara por 15-13. El espadachín de Sao Paulo escuchó entonces el lamento general de los espectadores. Estaba desolado. Fue la propia afición, sin embargo, la que volvió a levantarle el ánimo con sus aplausos cuando se retiraba a los vestuarios. Seguro que no olvidará ese regalo de cumpleaños.
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