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Martí Perarnau
Martes, 9 de agosto 2016, 21:48
El deporte tiene una larga nómina de entrenadores que flirtearon con una peligrosa frontera: ¿dónde acaba la dureza y comienza el maltrato? El deporte de alta competición consiste en la búsqueda intensiva y constante de la excelencia, lo que obliga a entrenamientos duros, tan duros ... que en ocasiones superan cualquier límite razonable. El deporte de alto nivel es precisamente una actividad no demasiado saludable (aunque posea otras muchas cualidades). En esa escalada hacia la cima en la que sufrir y sangrar es parte consustancial, hay entrenadores que sobrepasan cualquier frontera. La receta que aplicó Dragan Matutinovic a los waterpolistas españoles en el 92 ¿era dureza o maltrato? He escuchado opiniones diversas al respecto. Lo que sucedió en los países del Este antes de la caída del Muro se inscribía directamente en el maltrato y la explotación por parte del Estado. Pero no solo sucedió en el pasado, sino que la cuestión sigue flotando en el ambiente actual, por ejemplo alrededor del entrenador y marido de la nadadora húngara Katinka Hosszu (Lady Iron, según se apoda ella misma).
Cuando nada su esposa y pupila, a Shane Tusup se le distingue pronto en la piscina. Si Hosszu gana, Tusup grita, hace aspavientos, salta y muestra su alegría. Si pierde, Tusup grita, insulta y patea cuanto encuentra a su paso. Por supuesto, este no es el problema pues cada cual se comporta como quiere, por más que a los estadounidenses -la pareja se entrena en California- les moleste dicha actitud brusca y volcánica. El problema reside en lo que explicó Jessica Hardy, que se entrenó con la pareja: «He visto un gran comportamiento inadecuado por parte de Shane. Muchos entrenadores tienen estos comportamientos, pero esto es de otro nivel. Da miedo». La propia Hosszu ha reconocido que «cuando nos peleamos sé que él me está hablando como entrenador. Si hablase conmigo así como marido probablemente me ofendería».
Omitiré detalles escabrosos porque no es el objetivo de estas líneas. Lo cierto es que Hosszu también asegura que sin la exigencia de su marido-entrenador no habría sido capaz de extraer de su interior todo el talento que atesora. Estamos pues ante un caso que se repite: una deportista de gran potencial y enorme fragilidad de carácter, sujeta a un trato discutible por un entrenador que mejora su rendimiento de modo exponencial. Es una frontera muy fina y tan delicada como la porcelana.
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