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Jonathan Castroviejo, durante la prueba.
Cuatro segundos apartan a Castroviejo del bronce
Ciclismo

Cuatro segundos apartan a Castroviejo del bronce

El vizcaíno consigue diploma. En su despedida del ciclimo, Cancellara suma su segundo oro olímpico por delante de Dumoulin y Froome.

J. gómez peña

Miércoles, 10 de agosto 2016, 02:57

¿Primero?. Jonathan Castroviejo lo ha visto en el marcador digital de la playa de Pontal, meta de la dura, larga y empapada contrarreloj olímpica. ¿Primero? ¿Voy primero?. Eso pone, pero le insiste a Escámez, que le espera con un toalla y ropa seca. El masajista de la selección asiente. Primero. De momento. Es más cruel la espera que la crono.

Faltan por llegar Fabian Cancellara, el suizo que termina aquí en Río su vida deportiva y que viene con el oro ya en el bolsillo. Aún ruedan también Dumoulin, Froome y Dennis. Castroviejo se acoda en una valla. Dobla el cuello. Boquea. Escámez le pasa la toalla, le susurra. Sigue el primero en el tablero luminoso. Aparece Dennis, el australiano que fue récord de la hora. Y no supera al vizcaíno. Por cuatro segundos. Cifra mágica. Enseguida entra Cancellara, búfalo. Muy por encima de todos. Oro suizo. Castroviejo lo suponía. Aún es plata. Por poco tiempo. Se la quita Dumoulin. A Jonathan le queda el bronce... Sudor frío. Pura tensión eléctrica. Le quema el recuerdo del pasado mundial, en Richmond, donde perdió la tercera plaza por sólo tres segundos. Lleva un año de mala suerte. Atropellado por un coche. Roto en una caída en Portugal. Y su dorsal es el 13. Ya solo queda uno en el circuito: Froome, el ganador del Tour. El que le quita el bronce por cuatro segundos. Cifra trágica.

Rabia... contenida

A Castroviejo le vence una rabia repentina. Otra vez tan cerca. Le dura poco. Hace medio año era un paciente de hospital. Al bajar de alto de Malhao, en la Vuelta al Algarve de febrero, había chocado con un espectador una vez terminada la etapa. Golpe seco, inesperado. Y con mala pinta: codo roto y dos vértebras cervicales muy afectadas. Collarín y yeso. Encarcelado en vendas. Por eso, porque se siente de nuevo ciclista, aparta la decepción y prefiere empezar a disfrutar en la arena de Pontal de su diploma olímpico. Apenas unos meses después de sentirse inválido sólo le han batido el mejor contrarrelista del mundo, Cancellara; su heredero, el holandés Dumouin, y el triple ganador del Tour Chris Froome.

A Castroviejo le llamaron casi a última hora para disputar los Juegos de Río. Cancellara, en cambio, ha dormido todo el año con este circuito en la almohada. El suizo es un divo. Se siente un elegido. Lo es: cuatro oros contrarreloj en el Mundial, tres París-Roubaix, tres Tours de Flandes, una Milán-San Remo, ocho etapas en el Tour... Más el oro en la contrarreloj de Pekín 2008 y este título en Río. La medalla de su despedida. Vanidoso, necesitaba ire así. A lo grande. Ha sido un día perfecto. No podía acabar mejor mi carrera deportiva, resumió el portento de Berna, la ciudad de los osos.

La lluvia, fina y persisente, asustó los momentos previos a la contrarreloj. Flotaba el recuerdo de las caídas, en seco, durante las recientes pruebas de ruta. El recorrido de Pontal, de 54,6 kilómetros, daba dos vueltas a un circuito con los altos de Grumani y Grota Funda. Era un trazado inquieto, peligroso por el piso mojado, de alfalto botoso, como definió Jon Izagirre, octavo al final y también diploma olímpico. Lo peor es el viento que pega en el tramo de la playa, advirtió el ciclista guipuzcoano.

Lágrimas suizas

Cancellara, con rueda lenticular trasera y llanta de perfil alto delante, apostó a todo desde la salida. Es elástico. Músculo de goma. Su clave es la alta cadencia, la fuerza veloz. Y esa manera suya tan agresiva y eficaz de limar las curvas. Suyo fue el primer mejor parcial. Tony Martin, el alemán del pedaleo a cámara lenta, ya empezaba a descartare. Castroviejo se sostenía entre los mejores. Había que guardar para la segunda vuelta, dijo el ciclista de Getxo.

Eso hizo Cancellara, que bajó su nivel. El australiano Dennis se colocó al frente. Fino en el llano. A chepazos en los muros. No tuvo fuerza para aguantar su propio ritmo y tampoco tuvo suerte: se le rompió el acople de su manillar y tuvo que cambiar de bicicleta. Para entonces, Cancellara ya iba por delante. Era un contrarreloj para especialistas. Para tipos que conocen el método. Que saben de memoria como administrar la tortura en esa burbuja calcinadora que es un crono de más de una hora. El límite es la agonía. Sobrevivir ahí.

A medida que pasaban los kilómetros, las ráfagas de viento y los charcos, crecían Cancellara, Dumoulin y Froome, que venía remontando. En el kilómetro 48, Cancellara mandaba con 18 segundos sobre Dennis, 26 sobre Dumoulin, 33 sobre Froome y 40 sobre Castroviejo, quinto. El vizcaíno es, como Cancellara, puro chicle. No se puede ser más aerodinámico. Se encoge con la espalda horizontal sobre el manillar. Pese al codo y las dos vértebras rotas en Portugal, se ajustó a esa silueta que esquiva el aire. Estaba a unos segundos del podio. Cualquier frenazo de más y adiós. Es hábil. Pero le pesó la caída de Portugal. Los accidentes dejan esas secuelas invisibles. Mentales. No arriesgó como antes de aquel golpe. Y así llegó a Pontal. ¿Primero?. Sí, le confirmó Escámez. En los veinte minutos siguientes, con la vista clavada en el marcador digital, fue bajándose el podio. Cancellara le quitó el oro, Dumoulin la plata y, el último en llegar, Froome se llevó su bronce. ¿Primero?. Cuarto, como en el Mundial de Richomd 2015. Entonces perdió por tres segundos. Ahora por cuatro. Otra vez en la orilla.

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