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J. Gómez Peña
Viernes, 12 de agosto 2016, 10:41
Ufff. Al salir no podía casi ni andar del dolor... Esa es buena señal. Mireia Belmonte terminó cuarta la final de los 800 metros libres que coronó a Katie Ledecky, apabullante récord mundial (8.04.79), como reina de los Juegos. Katie es como Phelps. ... Son de la misma masa. Nadar a su lado es un placer, aunque en realidad ni la he visto, comentó la catalana, que se va de Río con un brillante oro en los 200 mariposa y un agónico bronce en los 400 estilos. Y no hay que olvidar este cuarto puesto. Es récord de España. Con una marca peor fui plata en Londres, apunta mientras se seca las gotas de su chapuzón final en la piscina brasileña. No será el último. Claro que iré a los Juegos de Tokio. Estoy en la flor de la vida. Esto me gusta. Me queda mucho por disfrutar. Tiene 25 años, es la mejor nadadora española de la historia y aún quiere ser más. Acaba de iniciar otro viaje olímpico.
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A los 800 metros entró por la peor calle: la 8. Arrinconada, tapada por la ola que nacía desde el vértice de la prueba, desde Ledecky. La americana, ya se sabía, nadó sola. En aguas libres. Mireia, por el pasillo. Miraba y no veía nada. No tenía referencias, contó. Así que, boca abajo, empezó a cumplir su plan: Tenía que salir rápido, aguantar lo posible y darlo todo al final. Fácil de decir. A Mireia le gusta canturrear cuando nada el 800. Son ocho minutos de traladar los músculos. Era la sexta prueba que afrontaba en estos Juegos y le puso su particular banda sonora. Cantar y nadar.
Hizo lo que se propuso. Partió descosida. Ledecki marcó 57.98 en el primer cien. Belmonte, tercera, 1.00.03. Aguantó así hasta el 200. En el 400 ya era cuarta. La americana Jazz Carlin y la húngara Boglarka Kapas le sacaban un brazo. Había dos carreras. La de Ledecky y el oro. Y la de sus tres perseguidoras por el resto del podio. Mireia mantuvo la fluidez de sus giros y se agarró como pudo a su nado submarino. Lo he dado todo. Pero todo se le agotó en el último cien. Tocó su última pared en Río en 4.18.55, cuarta, a un segundo del bronce y a catorce de Ledecky, que ya recibía la ovación del público. Ledecky es la reina de la natación mundial. Mireia, con su cuatro medallas olímpicas, es el ejemplo en piel de que todo es posible con empeño.
Cada domingo, Fred Vergoux le envía el plan de entrenamientos de la semana. Siempre hay algo nuevo. Mireia sólo sabe seguro una cosa: el lunes empezará a entrenarse a las seis de la mañana. Tiene todas las horas del día ocupadas en la natación. Ocho horas de entrenamiento y las demás, destinadas a recuperarse lo mejor posible para la siguiente sesión. Hasta cuando duerme se prepara. La única manera de soportar una condena así es la pasión. Con ese combustible ganó dos platas en los Juegos de Londres 2012 y ha recogido ahora en Río de Janeiro un oro y un bronce. Ciclos de calvario autoimpuesto. Esta madrugada ha acabado uno. Y ya se ha metido en otro. Quiere llegar a los Juegos de Tokio 2020. Tendrá 29 años y competirá ante niñas que hoy aún están en la escuela.
La natación exprime la voluntad. Cuando el cuerpo responde, la cabeza le sigue a rueda. ¿Y cuando llegan la fatiga, las dudas, la tentación de dejarlo? Entonces es la cabeza la que tira del cuerpo. Como recuerda Vergnoux, Mireia, campeona olímpica, no es su nadadora con más talento. La chica de oro en Río no es la mejor de su club. La distingue su voluntad. Cada día quiero se mejor. Cada día tengo más ganas de mejorar, repite como lema. Rafa Nadal es, como confiesa, su ejemplo personal. ¡Vamos!. El grito que comparte con el tenista.
-¿Cómo se define?
-Soy una chica de 25 años que nada y estudia relaciones públicas y publicidad, y que se entrena todos los días.
Hace un año, tras rodar un anuncio buceando junto a los tiburones del Aquarium de Barcelona le preguntaron si había pasado miedo. Yo no tengo miedo a enfrentarme a nadie. Y cuando Katinka Hosszu batió su récord del mundo, sólo pensó en que tenía que mejorar. Cuanto más nadas más aprendes. Con esa frase tatuada en la mente lleva veinte años en el agua, desde que su espalda torcida aconsejó a sus padres que la metieran en una piscina. Había que estirar aquella escoliosis. A base de trabajo, claro.
Así, estirando una última mano llena de hambre y ambición, ganó el bronce en los 400 estilos. Y así, por tres centésimas de pura resistencia, se llevó el oro en los 200 mariposa. Las medallas se ganan entrenando y se recogen en los Juegos, le recuerda Vergnoux, su guía en este viaje. El camino de la perfección. Nadaría mil veces la misma carrera hasta hacerla bien, dice la nadadora catalana, que con doce años salió de casa para ingresar en este inclemente trabajo que tanto le apasiona. Tanto como para alargarlo hasta Tokio. Otra meta que flota al fondo de la piscina. A por ella en la flor de la vida.
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